El sacramento de la reconciliación venció al miedo y la muerte
Llevaba 10 años sin confesarse, era médico, veía morir a mucha gente y bebía... la confesión le sanó
La vida del Dr. John Morrissey tuvo un capítulo oscuro del cual salió gracias a la Sacramento de la Penitencia, según un relato suyo publicado por el informativo inglés The Catholic Herald.
Después de llegar a la depresión por el contacto continuo con la muerte en un entorno de alejamiento de Dios, el médico recordó el consuelo del sacramento y acudió a él con urgencia.
Un alegre pagano...
“Mi estado espiritual era el de un alegre pagano, un Baco en una bata blanca sucia y una aureola falsa”, admitió el Dr. Morrissey en su relato.
“A pesar de una profunda experiencia religiosa dos años atrás, mi vida moral estaba aún pintada en varias gamas de negro, y mi cabeza estaba llena de sincretismo confuso, sinsentido de Nueva Era”.
...pero los enfermos se mueren
En este estado se enfrentaba cada día a una dramática realidad: la atención de los pacientes terminales de cáncer en su hospital, un trabajo que realizó durante un año.
Después de un año de no practicar la fe, su incompleto regreso se limitaba a algunas oraciones “pidiendo que mis pacientes se recuperaran, o que yo no estuviera de turno cuando necesitaran ser admitidos”, recordó.
“Mis oraciones no fueron respondidas. Las muertes continuaron sin descanso. Una gran sensación de falta de sentido y desesperanza llenó mi corazón”.
Soledad y alcohol y cadáveres
El médico no sólo atravesaba una crisis espiritual y profesional, sino que además vivía en soledad y no tenía amigos, por cuanto comenzó a frecuentar el alcohol, sin siquiera tener amigos causales para este fin.
“Mi corazón estaba latiendo, pero yo no estaba vivo”, resumió el Dr. Morrissey. El lugar más bajo en su crisis fue alcanzado cuando revisaba las notas de un paciente joven recién fallecido y se sintió hundir en la depresión.
Ante la expresión de su rostro, una presente le preguntó si se sentía bien. Con lágrimas en el rostro respondió: “Lo siento, estoy luchando para ver algo de bien en este lugar. Simplemente hay demasiada muerte acá”.
Salió del bar y decidió confesarse
Al hallarse en esas condiciones mientras bebía una noche, sintió la necesidad angustiosa de salir del bar.
“Era como si viera el lugar por primera vez, como realmente era”, confesó, al tiempo que refirió cómo veía a todos los presentes como perdedores y cómo cada una de sus miradas parecía estar manchadas de malicia.
“Me sentí muy solo. Volví en mí frío y sudoroso y comencé a buscar una ruta de escape”.
La sensación fue acompañada por una certeza de su propia condenación y la necesidad urgente de acudir a la confesión. “Como un hombre joven jugando en la gran ciudad, yo no era extraño al pecado, pero hasta ese momento, nunca había sido consciente de los efectos de su cobro letal sobre mi alma”, relató.
Al no pertenecer a una parroquia, buscó en el directorio telefónico y encontró una comunidad jesuita a la que llamó y se dirigió inmediatamente en un taxi.
Despertó al sacerdote en plena noche
Al llegar fue acogido por religiosos y esperó a un sacerdote que tuvo que despertar en medio de la noche para atenderlo.
“Él hizo claro que todo eso era muy irregular, pero le supliqué tan sin reparo que escuchara mi confesión, que él accedió misericordiosamente”, narró el doctor Morrissey.
Después de más de 10 años sin confesarse, el hombre fue guiado por el sacerdote y pudo recordar el acto de contrición que aprendió en su infancia.
“Con las palabras finales de la absolución, con mis ojos cerrados, mi miedo desapareció completamente. Nunca había estado tan agradecido como en ese momento. Pedí perdón por mi alocada intrusión y dejé esa casa en paz”.
“Nada de lo externo había cambiado, pero yo había cambiado, había sido reconciliado”, recordó el médico.
El miedo a la muerte venía del pecado
“Me di cuenta que sólo mis propios pecados podrían realmente herirme y que si rompía mis vínculos con ellos, perdería el miedo a la muerte”.
En su ejercicio profesional, los pacientes seguían falleciendo pero esta vez oraba para que, como él, pudieran encontrar la gracia de la misericordia que él mismo había experimentado.
El Dr. Morrissey describió cómo las personas no son debidamente conscientes de los límites de la medicina y el deber de prepararse adecuadamente para el momento de la muerte.
Además, reflexionó en las similitudes del pecado con la enfermedad del cáncer y cómo los pacientes sucumben ante el mal porque el tratamiento de radiación afecta la médula ósea y los deja sin defensas.
Espiritualmente, los católicos reciben un “trasplante” de vida espiritual a través de la Eucaristía directamente de Jesucristo el “donante universal”, quien además enseña al hombre a emplear el sufrimiento para su salvación.
Todas estas razones lo llevan a agradecer una vez más la dramática experiencia en la que percibió la necesidad de pedir perdón y recibir la misericordia de Dios.
(Con información de The Catholic Herald; originariamente publicado en Gaudium Press)
Después de llegar a la depresión por el contacto continuo con la muerte en un entorno de alejamiento de Dios, el médico recordó el consuelo del sacramento y acudió a él con urgencia.
Un alegre pagano...
“Mi estado espiritual era el de un alegre pagano, un Baco en una bata blanca sucia y una aureola falsa”, admitió el Dr. Morrissey en su relato.
“A pesar de una profunda experiencia religiosa dos años atrás, mi vida moral estaba aún pintada en varias gamas de negro, y mi cabeza estaba llena de sincretismo confuso, sinsentido de Nueva Era”.
...pero los enfermos se mueren
En este estado se enfrentaba cada día a una dramática realidad: la atención de los pacientes terminales de cáncer en su hospital, un trabajo que realizó durante un año.
Después de un año de no practicar la fe, su incompleto regreso se limitaba a algunas oraciones “pidiendo que mis pacientes se recuperaran, o que yo no estuviera de turno cuando necesitaran ser admitidos”, recordó.
“Mis oraciones no fueron respondidas. Las muertes continuaron sin descanso. Una gran sensación de falta de sentido y desesperanza llenó mi corazón”.
Soledad y alcohol y cadáveres
El médico no sólo atravesaba una crisis espiritual y profesional, sino que además vivía en soledad y no tenía amigos, por cuanto comenzó a frecuentar el alcohol, sin siquiera tener amigos causales para este fin.
“Mi corazón estaba latiendo, pero yo no estaba vivo”, resumió el Dr. Morrissey. El lugar más bajo en su crisis fue alcanzado cuando revisaba las notas de un paciente joven recién fallecido y se sintió hundir en la depresión.
Ante la expresión de su rostro, una presente le preguntó si se sentía bien. Con lágrimas en el rostro respondió: “Lo siento, estoy luchando para ver algo de bien en este lugar. Simplemente hay demasiada muerte acá”.
Salió del bar y decidió confesarse
Al hallarse en esas condiciones mientras bebía una noche, sintió la necesidad angustiosa de salir del bar.
“Era como si viera el lugar por primera vez, como realmente era”, confesó, al tiempo que refirió cómo veía a todos los presentes como perdedores y cómo cada una de sus miradas parecía estar manchadas de malicia.
“Me sentí muy solo. Volví en mí frío y sudoroso y comencé a buscar una ruta de escape”.
La sensación fue acompañada por una certeza de su propia condenación y la necesidad urgente de acudir a la confesión. “Como un hombre joven jugando en la gran ciudad, yo no era extraño al pecado, pero hasta ese momento, nunca había sido consciente de los efectos de su cobro letal sobre mi alma”, relató.
Al no pertenecer a una parroquia, buscó en el directorio telefónico y encontró una comunidad jesuita a la que llamó y se dirigió inmediatamente en un taxi.
Despertó al sacerdote en plena noche
Al llegar fue acogido por religiosos y esperó a un sacerdote que tuvo que despertar en medio de la noche para atenderlo.
“Él hizo claro que todo eso era muy irregular, pero le supliqué tan sin reparo que escuchara mi confesión, que él accedió misericordiosamente”, narró el doctor Morrissey.
Después de más de 10 años sin confesarse, el hombre fue guiado por el sacerdote y pudo recordar el acto de contrición que aprendió en su infancia.
“Con las palabras finales de la absolución, con mis ojos cerrados, mi miedo desapareció completamente. Nunca había estado tan agradecido como en ese momento. Pedí perdón por mi alocada intrusión y dejé esa casa en paz”.
“Nada de lo externo había cambiado, pero yo había cambiado, había sido reconciliado”, recordó el médico.
El miedo a la muerte venía del pecado
“Me di cuenta que sólo mis propios pecados podrían realmente herirme y que si rompía mis vínculos con ellos, perdería el miedo a la muerte”.
En su ejercicio profesional, los pacientes seguían falleciendo pero esta vez oraba para que, como él, pudieran encontrar la gracia de la misericordia que él mismo había experimentado.
El Dr. Morrissey describió cómo las personas no son debidamente conscientes de los límites de la medicina y el deber de prepararse adecuadamente para el momento de la muerte.
Además, reflexionó en las similitudes del pecado con la enfermedad del cáncer y cómo los pacientes sucumben ante el mal porque el tratamiento de radiación afecta la médula ósea y los deja sin defensas.
Espiritualmente, los católicos reciben un “trasplante” de vida espiritual a través de la Eucaristía directamente de Jesucristo el “donante universal”, quien además enseña al hombre a emplear el sufrimiento para su salvación.
Todas estas razones lo llevan a agradecer una vez más la dramática experiencia en la que percibió la necesidad de pedir perdón y recibir la misericordia de Dios.
(Con información de The Catholic Herald; originariamente publicado en Gaudium Press)
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