Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

«Dios ha sido siempre muy bueno conmigo»

Verónica decidió no abortar en la adolescencia y empezó a ver cómo su vida se llenaba de milagros

Verónica, con su marido y su hijo Santiago.
Verónica, con su marido y su hijo Santiago.

ReL

Verónica López es joven pero ha visto ya muchos milagros en su vida. Siendo niña sufrió leucemia y logró sobrevivir. Pero la gran prueba de su vida vino con un embarazo inesperado cuando tenía 17 años. Quiso abortar, pues además estaba sola. Finalmente siguió adelante con el embarazo, su hijo nació y años después el padre volvió para pedir perdón. Se casaron por la Iglesia y muchos años después han vuelto a ser padres. Esta es la historia que esta joven relata en el semanario Desde la Fe:

-Verónica, compártenos quién eres y dónde vives actualmente

Soy Verónica López, nací en la Ciudad de México y vivo en Estados Unidos desde hace muchos años. Tenía 12 años cuando nos vinimos, primero llegamos a Kansas y después nos mudamos a Misisipi.

Llevo más o menos cuatro años trabajando por mi cuenta, como traductora interprete y haciendo diferentes proyectos para organizaciones nacionales católicas. Tengo una maestría en Teología y Ministerio en Boston College. Estoy casada, tengo dos hijos, uno de 14 y una bebé de mes y medio.

-¿Cómo fue tu primer embarazo y en qué contexto se da?

-Tenía 17 años, estaba muy chica y, el papá de mi hijo y yo no estábamos juntos, no nos habíamos casado. Yo estaba en la escuela, trabaja y estudiaba.

Me enteré que estaba embarazada el 24 de diciembre del 2006. Estábamos en México, íbamos a celebrar la Nochebuena en casa de mi abuela y me sentía terrible; no aguantaba el dolor en el vientre y mis papás me llevaron a urgencias a una clínica privada, y ahí nos dieron la noticia: tenía seis semanas de embarazo y el bebé no tenía latidos. Entonces, tenía que regresar a Estados Unidos, porque las cosas no estaban bien.

Se me caía el mundo y, como chava, yo pensaba: “No estoy casada con él, no estamos juntos”. En ese momento pensé en abortar porque tenía 17 años. Nunca hice nada, nunca pude y me sentí culpable porque, ¿quién era yo para quitarle la vida a un ser humano?

Le pedí a mi papá ir a la Iglesia y me llevó con el que era nuestro párroco en aquel entonces en Kansas. El sacerdote, muy amigo mío ahora, me dio un abrazo y me dijo: “Te escucho”. Me puse a llorar y llorar, después me dijo que aunque yo no lo sabía, él entendía que yo ya amaba a mi bebé, que todo iba a estar bien, que él iba ser muy amado por mucha gente.

Verónica en el parto de Santiago.

Desde ese entonces, me enamoré de mi barriga. Hasta que tuvo cuatro años, el papá de mi hijo y yo nos dimos una segunda oportunidad. Ya después nos casamos por lo civil, por la Iglesia y, finalmente, llegaron las segundas pérdidas y ahora Sofía.

-¿Cómo es vivir el embarazo dentro y fuera del sacramento del Matrimonio?

- Cuando me embaracé de mi hijo, no estando en el sacramento del Matrimonio y, comparado con ahora, no viví el embarazo con el papá de mi hijo. No estuvo en las citas y no estuvo cuando nació. Y ahora, con ella, estuvo en todo momento de principio a fin y le cambió la vida, le cambió la perspectiva del amor y de mí como mujer al verme dar a luz a su hija y ama todavía más a su hijo, porque piensa en los momentos que se perdió. No hay palabras que describan el hecho de poder vivirlo como un Matrimonio, como dos personas que se aman, que se han perdonado.

Mi hijo creció con mis papás. Yo viví con ellos muchos años y nunca le faltó el amor de una familia. Entonces, ahora pienso, ¡qué grande es Dios al darnos la oportunidad de vivir esta experiencia que no pudimos vivir con nuestro primer hijo!

-¿Él estuvo enterado de que te pasó por la mente el aborto?

Sí lo sabe. En ese momento no lo supo, hasta varios años después, cuando nos dimos la segunda oportunidad. Se sintió triste, pero sabía que no era capaz.

Yo tuve leucemia cuando era niña, ósea, Dios me dio la oportunidad de vivir, entonces, quién era yo para quitarle la vida a un ser humano si Dios me había dado la oportunidad de vivir.

-¿Tuviste leucemia?

-Sí. Cuando tenía seis años y tuve casi tres años de quimioterapia en México.

Mi mamá me dejó de hablar cuando se enteró de que yo había pensado abortar; estaba muy triste, muy decepcionada y me dijo: “¡Cómo te atreves, tú, que eres un milagro de Dios! ¡Cómo puedes pensar en no querer tener a tu hijo!”. Ella tenía toda la razón.

Además de que estaba decepcionada porque me había embarazado muy chica, porque no me había casado y me adelanté a todo. Pero solamente una vez me enamoré. Cuando mi hijo nació solo me dediqué a ser mamá, a trabajar y a estudiar.

-¿Tu esposo te pidió perdón por haberse perdido esos cuatro años de su primer hijo?

-Sí. Tuvimos muchos problemas porque nos habíamos embarazado antes y mis papás estaban muy molestos con él porque no estuvo. Les pidió perdón y estuvo dispuesto a formar una familia que sigue hasta el día de hoy.

Los años que no estuvimos juntos él también estuvo solo, así que nos esperamos mutuamente. Él siempre me dice que nunca se volvió a enamorar y que sabía que, en algún momento, tenía la esperanza de que Dios nos volviera a poner en el mismo camino.

-¿Ambos maduraron?

-Sí. Tuvimos que madurar y yo también tenía motivos para pedirle perdón, porque cuando buscaba al niño yo no se lo dejaba ver.

-¿Qué tan complicado fue volverte a embarazar y cómo fue ese proceso?

-Mi hijo mayor va cumplir 15 años y, en el 2019, nos volvimos a embarazar y fue un embarazo muy difícil desde el principio. No lo estábamos buscando porque ya teníamos muchos años sin concebir y me sentía muy mal. Me puse muy grave y casi pierdo la vida durante la operación.

Familia de Verónica

Yo llamaba todos los días a mi doctor y sentía que no me escuchaban, que pensaban que eran nada más los síntomas del embarazo. Entonces, a las 11 semanas fui a urgencias varias veces y fue cuando me dijeron que mi bebé ya no tenía latidos. Me sentí muy enojada porque consideré que no me habían tenido el cuidado que yo necesitaba. Tuve que tener dos legrados porque no pude expulsar a mi bebé y, aparte me quitaron la vesícula que estaba a nada de reventarse.

Fue la primera vez que experimenté el duelo y fue muy difícil para mi esposo y para mí tratar de entender lo que estábamos viviendo. A los seis meses, yo creo que con la nostalgia, quise volver a intentarlo y quedamos embarazados. Todo iba bien, no me estaba sintiendo mal, pero algo en mi corazón me decía que no estaban bien las cosas. Y no me sentía como la primera vez en el aspecto físico, pero sí emocionalmente.

Desde que supe que estábamos embarazados mi oración para Dios siempre fue la misma: “Señor, esta vez también te vas a llevar a mi niña, por favor, prepárame, prepara mi corazón, prepara mi cuerpo para que pueda vivir”. ¡Y me sentía tan culpable de decir esa oración!, porque sabía que algo estaba mal, pero no quería decirlo. Y así fue, perdimos a la segunda bebé y las dos fueron niñas. De ahí, mi esposo y yo, oramos muchos y decidimos ya no intentarlo ni hablar del tema.

Compramos nuestra casa y, al mes, me empecé a sentir mal, resultó que estaba embarazada. Vino el miedo horrible de volver a pasar por lo mismo, así que no nos emocionamos los primeros meses. Inmediatamente busqué un doctor diferente, un ginecólogo católico en nuestra parroquia y ahora este milagro de vida tiene siete semanas y se llama Sofía.

-¿Qué es más grande, el miedo o el amor por ser mamá? ¿A quién le atribuyes este milagro?

-Definitivamente era, en este último embarazo, más grande la ilusión de decir: “Dios me está dando la gracia de volver a concebir y vamos a ser papás”. Entonces, siempre fue más grande el amor. Y se la encomendé a santa María, la madre de Jesús.

Con Sofía mi oración siempre fue la misma, que estuviera creciendo sana, fuerte, preciosa y que llegara sana.

-¿Quién está detrás de tus milagros?

-Solamente Dios. Ha sido muy bueno conmigo y, a pesar de todas las dificultades, estuvo en todo momento. Siempre supe que Dios tenía una misión especial para mí.

Durante el tiempo de la quimioterapia, cuando ya me habían desahuciado, recuerdo que tenía mucho frío y le pedí a Dios que me sanara, porque yo tenía muchas ganas de hacer mi Primera Comunión. Yo le decía que me sanara porque quería hacer mi primera comunión y que no quería ver a mis papás llorar tanto y que no quería morirme todavía. Y me lo concedió.

Entonces, nació mi hijo y ha sido mi motor en la vida. Después viene nuestro matrimonio, que era el sueño de mi vida casarme por la Iglesia, y también está la forma en que me pidió ser su esposa; me pidió que nos casáramos en un globo aerostático, cuando bajamos había serenata y luego nos fuimos a cenar con toda mi familia y ahí estaba Santi, nuestro  hijo, quien estuvo presente en todo momento.

Cuando yo estuve enferma mis papás no eran creyentes como lo son ahora, cambiaron cuando me embaracé de mi hijo. Fueron a un retiro de evangelización y, a partir de ese momento, han estado del todo involucrados en la Iglesia.

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