Huyeron de los soviets, pero cometieron el error de creer a Stalin y volver
Nikita Krivoshein: una fe reavivada en el gulag junto a un legendario sacerdote católico lituano
Nacido en París en 1934 en una familia noble que había huido del comunismo, Nikita Krivoshein volvió a la URSS en 1948 con sus padres, que pensaban encontrar una Rusia tranquila. Acabó en un gulag antes de poder volver a Francia en 1971. Ahora cuenta su experiencia en un libro desgarrador, Miradores a la libertad, sobre el cual le entrevista Christophe Geffroy en La Nef:
-Usted ha tenido un recorrido inimaginable: nacido en Francia, volvió a la URSS, donde acabó en un gulag y volvió, al cabo de los años, a Francia. ¿Nos lo puede resumir?
-El Cielo ha sido clemente y generoso: pude volver a Francia, donde me integré bien y pude hacer volver a mis padres, creando un hogar. Se cuentan con los dedos de una mano los jóvenes emigrados que, tras volver a la URSS después de la guerra, han tenido esta oportunidad. He podido ver desde París el hundimiento del régimen comunista ¡y sin derramamiento de sangre! Una gran ola de muertes por venganza era más que probable. Nuestro cuerpo, nuestra fe, nuestra visión ha sobrevivido a la URSS. Pero ¡cuántos "repatriados" han preferido confundirse con la masa, despersonalizarse para sobrevivir! Mi vuelta a Francia fue y sigue motivo de gran felicidad.
-¿Por qué sus padres volvieron con usted a la URSS en 1948, cuando el totalitarismo del comunismo soviético era evidente?
-En la inmediata posguerra había dejado de ser noticia, no era algo manifiesto. A partir de 1943 Stalin, tras darse cuenta de que los rusos no estaban muy dispuestos a hacerse matar por la Wehrmacht "en nombre del comunismo, futuro radiante de toda la humanidad", cambió de discurso y empezó a invocar a "la gran Rusia", a sus militares, su cultura, reabrió las iglesias. Cambió el himno nacional y renunció al lema Proletarios de todo el mundo, ¡uníos!, recuperó el cuerpo de oficiales. Pero en 1946 vuelve la represión de la Iglesia. En 1949 lanzó una importante ola de arrestos (entre ellos, el de mi padre). Pero durante la guerra la ilusión de una renuncia al comunismo funcionó.
De la libertad a la esclavidud: la historia de Nikita Krivoshein es desgarradora. Su abuelo fue ministro de Agricultura del zar Nicolás II, y su padre, Igor Krivoshein, oficial del ejército blanco que se enfrentó a los bolcheviques. En 1920 emigraron a Francia. Igor resistió al nazismo y estuvo deportado en el campo de Buchenwald. Nikita nació en 1934. A los 14 años, en 1948, volvió a la URSS con sus padres, que creyeron que la versión nacionalista de Stalin era sincera. Igor fue detenido nada más cruzar la frontera y enviado a un campo de concentración, donde conoció a Alexandre Solzhenitsyn. En 1957, Nikita, que estudió idiomas y trabajaba como traductor, fue detenido por enviar al diario francés Le Monde una crónica sobre la intervención soviética en Hungría. Pasó unos años en un campo de concentración hasta que en 1971 pudo volver a Francia gracias a la intervención personal del presidente Georges Pompidou. Sus padres se reunieron con él en 1974. El libro incluye un texto inédito de Solzhenitsyn.
-¿Qué es lo que más le marcó de su vida en la URSS y del tiempo pasado en los campos?
-Me di profundamente cuenta, interioricé, que la Esperanza es una gran virtud. Habría bastado no sentirla, aunque fuera un solo instante, para caer en el gran nada del homo sovieticus.
»Nuestra familia era una de las pocas de la diáspora rusa de París que no vivía en la miseria. Hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, mi primera infancia fue feliz. Vivíamos en una gran casa de tres estancias en la orilla del Sena, frente a la Torre Eiffel, con un confort raro para la época, sobre todo entre las familias emigradas de Rusia. Mi padre había estudiado en la Sorbona con resultados brillantes, se había convertido en uno de los especialistas de la época en aparatos electrodomésticos. Cuando nací, era ingeniero jefe de la empresa Lemercier Frères. Poseía un Citroën negro; él y mi madre viajaban mucho. Yo era hijo único.
»En junio de 1946, Stalin puso en marcha una enorme campaña propagandística: se propuso una amnistía a todos los antiguos emigrados blancos de Francia, a los que se les expediría un pasaporte soviético y la posibilidad de volver a su patria. El Pravda salió con un nuevo eslogan en epígrafe: ¡Por nuestra patria soviética! en lugar de Proletarios del mundo entero, ¡uníos! Y en la radio ya no sonaba la Internacional, sino Rusia poderosa... Los rusos pensaron que la "desbolchevización" estaba en marcha.
»En 1948 llegué a la URSS y al poco tiempo, y durante muchos años, estuve obsesionado con la idea de huir de allí. Nuestro barco, que partió de Marsella, llegó al puerto de Odessa. A bordo había muchos rusos deseosos de volver a su país. El día siguiente era el 1 de mayo. Esperamos. Un militar con el uniforme del NKVD entró en nuestro camarote, le dijo a mi madre que abriera su bolso y le confiscó tres revistas de moda: "¡Está prohibido!".
»Nos dijeron: "Vais a ir a Lüstdorf", un antiguo municipio alemán cerca de Odessa. En el muelle nos esperaban unos camiones conducidos por soldados. Nos llevaron a un campo de internamiento, con torres de vigilancia, perros, alambradas de espino y barracones. Después nos trasladaron a Oulianovsk en un vagón de carga (40 hombres, 8 caballos, en un viaje de 12 horas).
»En 1949, mi padre fue arrestado y condenado a diez años en un gulag por "colaboración con la burguesía internacional". Mi infancia feliz había llegado a su fin. Cuento todo esto en mi libro.
-En su libro, usted recuerda con afecto la hermosa figura del canónigo Stanislav Kiskis, sacerdote católico lituano. ¿Qué lugar tenía la religión en el gulag, y qué relación se establecía entre los ortodoxos y los demás cristianos?
-Es un pregunta que exigiría todo un estudio. En 1958, cuando llegué al gulag en Mordovia, un antiguo deportado me dijo en francés: "Permítame que le presente al canónigo Stanislav Kiskis". Este encuentro marcó toda mi estancia en el gulag. Nuestra amistad se prolongó después de nuestra liberación.
El sacerdote Stanislav Kiskis (1900-1995) estuvo catorce años en las prisiones comunistas y en el gulag siberiano en dos periodos, 1945-1955 y 1958-1962.
»Era un hombre menudo, achaparrado. Pero su rostro y su cabeza, ¡qué prestancia tenían! Enseguida te dabas cuenta de que era una persona fuerte desde todos los puntos de vista. Había pasado apenas una semana cuando Kiskis fue trasladado a nuestro equipo para cargar camiones. Éramos una decena de hombre, casi todos procedentes del campo, criminales de guerra, había bastante ucranios y bielorrusos, todos eran personas poco comunes.
»Kiskis había elegido, para su misión, el método de la mayéutica de Sócrates. Supongo que perfeccionó su discurso en los gulags en los que había estado anteriormente. Sobre el tema de la "naturaleza de la propiedad", por ejemplo, sin dirigirse a nadie en particular, el padre Stanislav preguntaba: "Y este montón de piedras, ¿a quién pertenece? ¿Y la tierra sobre la que está el montón?". Las repuestas eran evidentes: "A nadie", o "a esos estúpidos de los comunistas o chequistas", o "no lo sabemos".
»El padre Stanislav y yo analizábamos juntos los dogmas romanos como la Inmaculada Concepción, la prueba racional de la existencia de Dios o la infalibilidad del Papa. Lo hacíamos exclusivamente desde el punto de vista analítico e histórico. El canónigo-psicoterapeuta se expresaba de manera más delicada y confusa que cuando trataba el tema de la propiedad, pero consiguió demostrar lo que distingue el trabajo como castigo infligido a Adán del trabajo como signo principal de nuestra semejanza a Dios.
»También consiguió darle una calidad, una utilidad y un aspecto salvífico a ciertos aspectos del trabajo forzado en el gulag. Cuando volvió a Lituania fue calurosamente recibido por la jerarquía católica.
-De una manera más general, ¿cuál fue la influencia de los disidentes de la URSS, en qué son un ejemplo para nosotros hoy en día?
-Es seguro que los resistentes de la URSS (lo prefiero a "disidentes") aceleraron, gracias a su acción, el hundimiento del sistema. Son un ejemplo porque, según Solzhenitsyn y Sájarov, no aceptaron "vivir en una mentira". Pero los comunistas siguen odiándolos y vilipendiándolos.
-¿Qué análisis hace usted de la situación actual de Rusia? ¿El comunismo está definitivamente acabado?
-¡Por desgracia, no! Mientras "el disecado", como solíamos llamar al inquilino del mausoleo [Lenin], permanezca en sus aposentos, nada es irreversible. Los adoradores de Stalin siguen siendo numerosos, incluso se erigen clandestinamente monumentos aquí y allá dedicados a este criminal.
-Mientras el nazismo ha sido unánimemente rechazado, no sucede lo mismo con el comunismo, cuyos crímenes no suscitan la misma repulsión (aún hay estatuas de Lenin en Rusia). ¿Por qué esta diferencia? ¿Rusia no debería realizar "un examen de conciencia" sobre el comunismo?
-El nacionalsocialismo no le prometió a nadie una vida feliz. Mientras que el comunismo consiguió hacerse aceptar como "futuro radiante para toda la humanidad". Cuando se lleve a cabo una "descomunistización", al estilo de Nuremberg, estaré feliz de corazón. Pero la utopía del paraíso terrestre tiene el don de no dejar libres a sus fieles.
-Usted es creyente. ¿Cómo ve usted el futuro de nuestras sociedades, que se alejan cada vez más de Dios? ¿Y cómo ve el futuro de las relaciones entre ortodoxos y católicos?
-Cinco generaciones de fieles han vivido bajo un régimen deicida, los mártires son innumerables. La renovación cristiana se hizo sentir en Rusia mucho antes de 1991. El periodo de agnosticismo que hemos atravesado se termina, el hombre no puede vivir mucho tiempo solo de pan. Hay una nueva generación que no está infectada genéticamente por el homo sovieticus. Las parroquias están llenas de jóvenes.
Traducido por Elena Faccia Serrano.