Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Dirigió la Iglesia 26 años; trató a 737 jefes de Estado

Por qué Juan Pablo II es una figura insuperable, no sólo en lo religioso sino en lo histórico

Juan Pablo II saluda a la multitud en su visita a Chile de 1987
Juan Pablo II saluda a la multitud en su visita a Chile de 1987

Pablo J. Ginés / ReL

«Cuando murió el Papa Pablo VI, el 6 de agosto de 1978, la Iglesia Católica estaba en un estado de confusión y desmoralización», escribe el historiador Paul Johnson en su «Historia del Cristianismo».

Dos meses después moría su sucesor, Juan Pablo I. «Los cardenales interpretaron el hecho como una señal de que debían elegir una personalidad más joven y vigorosa», afirma Johnson. Después de siete votaciones, el Espíritu Santo designó al arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, el Papa más joven desde 1846.

Según el norteamericano George Weigel, uno de sus biógrafos más relevantes, «Juan Pablo II demostró la capacidad dramática del cristianismo de crear una revolución de la conciencia que, a su vez, creó una nueva forma de política, que eventualmente llevaría a la Revolución de 1989 y a la liberación de Europa central y oriental».

Más aún, Juan Pablo II no fue sólo un líder para la Iglesia ni para Europa, sino un auténtico líder global, mientras que incluso los presidentes de China o de Estados Unido no pasan, tampoco hoy, de ser líderes regionales.

A Juan Pablo II le marcó venir de Polonia y haber tenido experiencia de primera mano del nazismo (que mató a una tercera parte del clero polaco, recuerda Johnson) y del comunismo, que pretendía destruir el catolicismo del país en una generación.

En su primer viaje a Polonia, en 1979, proclamó su famoso mensaje: «no tengáis miedo». En ocho días, acudieron a verle 13 millones de polacos, uno de cada tres habitantes del país.

«El catolicismo polaco se convirtió en la fuerza impulsora del nuevo sindicato independiente, bautizado Solidaridad, que comenzó a funcionar en los astilleros de Gdansk en junio de 1980», explica Johnson.

Las imágenes de Lech Walesa y los obreros en los astilleros confesándose el 23 de agosto darían la vuelta al mundo.

En diciembre, los soviéticos, disgustados, se prepararon para invadir Polonia con 24 divisiones, como recordó Joseph Bottum en 2005 en el «Weekly Standard».

Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad de EE UU, telefoneó al Papa desde la Casa Blanca para explicar lo que sucedía en las fronteras. El 16 de diciembre el Papa escribió al líder soviético, Leonid Brezhnev… y le convenció. Brezhnev hizo retirar las tropas.

El 24 de agosto de 1989 Polonia se convirtió en el primer país del bloque soviético con gobierno no comunista.

Veinte años después, en noviembre de 2009, Lech Walesa, molesto de que se homenajeara a Mijail Gorbachov como artífice de la caída del Muro de Berlín, declaró: «lo cierto es que el 50% de la caída del muro pertenece a Juan Pablo II; un 30% a Solidaridad y Lech Walesa y solo un 20% al resto del mundo. Ésta era la verdad entonces y lo sigue siendo ahora».

Durante el Pontificado de Juan Pablo II, la democracia y las libertades fueron volviendo a muchos países de tradición cristiana y sin derramamiento de sangre: cayeron los coroneles de Brasil, la familia Marcos en Filipinas, los regímenes de Nicaragua, Chile, México, Paraguay…

A menudo las visitas papales ponían en marcha cambios. Por ejemplo, en mayo de 1988, la Iglesia en Paraguay formaba parte de la oposición al régimen del general Stroessner, quien buscaba desacreditar al clero. Juan Pablo II llegó al país a dar un espaldarazo a sus obispos: «No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia». A los jóvenes paraguayos les predicó contra el escapismo y la indiferencia: «no tengáis miedo, no os acobardéis ante los problemas, no queráis huir del compromiso. Es hora de asumir responsabilidades». Así transformaba sociedades.

La noruega Janne Haaland Matlary, que fue secretaria de Estado de Asuntos Exteriores en su país y también legada en algunas misiones de la Santa Sede, explicó en una entrevista cómo Juan Pablo II usaba la diplomacia vaticana al servicio de su liderazgo moral. «La Santa Sede tiene influencia en muchos países porque no se deja presionar por los americanos. En cambio, el Papa sí puede criticar y avergonzar a países poderosos. Un ejemplo es la pena de muerte en Estados Unidos.

Cuando él quería visitar San Luis en 1997 dijo que no viajaría si no detenían la ejecución de cierto condenado. Iban a ejecutarlo esa semana. El gobernador de San Luis dijo: “Bueno, la pospondremos hasta la semana que viene, cuando se vaya el Papa’’. Pero eso no fue suficiente para Juan Pablo II, y no acudió. Hace unos años, nadie en Europa se atrevía a criticar a Estados Unidos por mantener la pena de muerte. Podías criticar a Ucrania y China, pero no a los Estados Unidos.Fue Juan Pablo II quien empezó, y ahora ya los países europeos se atreven a comentarle este tema a los americanos. Cuando el Papa va a un sitio hay una gran negociación previa, y siempre salen los derechos humanos».

Juan Pablo II dirigió durante 26 años a una Iglesia que en ese periodo pasó de 757 a 1.115 millones de fieles.

Los gobernantes y presidentes se fueron sucediendo mientras él permanecía: se entrevistó con 737 jefes de Estado. El mundo político tuvo que reconocer su liderazgo moral e incluso su carisma personal. «Me horrorizaría tener que presentarme a unas elecciones contra él», escribió Bill Clinton en sus memorias.

«El apoyo del Papa al sindicato Solidaridad, en diciembre de 1981; y después, sus otras dos visitas pastorales en 1983 y en 1987, pero también la esperanza que suscitó en todas las poblaciones cercanas de Europa oriental, hicieron del Papa eslavo un actor importante en el proceso que llevó a la caída del bloque comunista».

(Publicado originalmente en 2011 con motivo de la beatificación de Juan Pablo II) 
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