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»¿Por qué soy sacerdote?: Y no imagino una forma en que mi vida pudiese ser más hermosa

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« Festival a beneficio de CáritasEl Papa se suma a la bendición de niños en el vientre materno tras la petición de una deportista Publicado el Domingo 23 23UTC diciembre , 2012 en Noticias parroquia.




Jesús Silva Castignani



Soy sacerdote porque el Señor me llamó. Él me miró a mí y me llamó. Yo no soy mejor que nadie, ni más capaz, ni más bueno… pero me eligió a mi, para ser totalmente suyo, me llamó a ser instrumento suyo para que su salvación llegara a los hombres. ¡Dios santo! Sólo tenía quince años cuando recibí tu llamada, Señor. Yo estaba despistado, para mí tú no eras nadie importante, sólo una cosa más de las muchas que conformaban mi vida. Llevaba una vida como la de cualquier chico, salía por ahí, había tenido mis no­vias, me divertía… pero había una diferencia: eso no me llenaba. Nada me llenaba.

Mis amigos no se preguntaban más, no esperaban más… pero para mí no era sufi­ciente. Me sentía vacío, sentía que me faltaba algo, pero no sabía qué podía ser. Y tam­poco me lo preguntaba. Simplemente pensaba que no había más, que en la vida no se podía aspirar a más que a tener un grupo de colegas, pasarlo lo mejor posible, e ir ti­rando. Es verdad que mi familia es muy creyente y trató de inculcarme la fe, es verdad que de niño sentí algo hacia ti, que jugaba con mis hermanos a “celebrar misa”, que me llamaban la atención las cosas que tenían que ver contigo… pero también es verdad que todo eso había pasado y que entonces sólo era la sombra de un recuerdo. En aquel momento tú no eras alguien relevante, no pensaba que tú pudieras ser una solución para el vacío que sentía en mi corazón.

Recuerdo aquel campamento del año 98, en el que tú me ofreciste la posibilidad de cambiar de “amigos” y de conocer lo que era una relación profunda con una chica. Aque­llo me cambió, me hizo darme cuenta de que se podía vivir de otra manera, de que se podía esperar algo más de la vida. Y el 12 de septiembre de aquel año, me esperabas para transformar mi vida. Leyendo un libro, conocí la vida de San Agustín. Me preguntó qué había podido llenar el corazón de aquel joven con el que me identificaba tanto… y en aquel momento “brillaste y curaste mi ceguera, gritaste y rompiste mi sordera…”. Sentí tu presencia, allí, conmigo, tu amor inefable, tu dulzura incomparable… “Te gusté y tuve hambre y sed de ti”. Te conocí por fin, me concediste experimentar tu presencia, tu amor, lo preciosa que era mi vida a tus ojos. “Jesús, yo te he creado por amor, me he hecho hombre por amor a ti, he muerto en la cruz por ti… y tú no puedes vivir como si yo no existiera”. Tú sabes que aquellas palabras se me clavaron en lo más hondo del co­razón. Y allí han permanecido hasta hoy. Como tu amor por mí, y mi amor por ti.

En aquel momento, una certeza: “yo quiero que seas sacerdote”. Aquello provocó en mi corazón una incertidumbre, una duda, una conciencia de indignidad… que con el paso de los meses se fue cambiando en alegría y en libertad para responder con amor al que con amor se entregó por mí. Y, ¿por qué soy feliz? ¡Señor, tú haces tantas cosas ma­ravillosas a través de mi! Sanas enfermos, perdonas a los pecadores, ayudas a los que van a caer, sostienes a los que sufren, escuchas a los que se sienten solos, impulsas a los jóvenes a vivir de un modo diferente…! La verdad es que si puedo decir que soy feliz es sobre todo por tu amor, y por lo maravilloso que es sentir que tú a través de mi haces tantas cosas por los que te necesitan.

Acabo los días agotado, y me falta el tiempo hasta para descansar, pero al ver el fruto que da mi vida, me siento lleno. Siento que este es mi sitio, que es para lo que tú me has creado. No es todo maravilloso. Hay mucho dolor, dificultades, gente que se queda por el camino… pero ahí también me quieres, animando, alentando, amando… desgastándome. Y no imagino una forma en que mi vida pudiese ser más hermosa. Gra­cias, Señor.

 
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