Jean Paul Hernández, nacido en Suiza, confiesa: «Mi fe creció en español»
«Compré una Biblia en secreto»: sus prejuicios ateos cayeron y hoy es un conocido sacerdote jesuita
Jean-Paul Hernández es un sacerdote católico en el sentido estricto de la palabra, universal. Este jesuita nació en Suiza y es hijo de padres que emigraron a este país a labrarse un futuro. Su padre es madrileño y su madre mitad catalana y mitad italiana. Pese a haberse criado en el país centroeuropeo y llevar su nombre en francés confiesa que su lenguaje con Dios es en español, la lengua en la que siempre le ha rezado y en el que se ha dirigido a Él.
Sin embargo, su vida religiosa no está vinculada directamente ni a Suiza ni a España, pues fue en Italia donde decidió ingresar en el noviciado jesuita. Ahora es un importante y conocido teólogo, que cada semana comenta el Evangelio en TV2000, la televisión de los obispos italianos. Vive entre Roma y Nápoles, es profesor en la Pontificia Facultad Teológica del Sur de Italia, realiza un importante trabajo con los jóvenes y es el coordinador de Piedras Vivas, una forma de evangelizar y mostrar la belleza a través del arte y el patrimonio cristiano. Está presente en ciudades de todo el mundo y está cosechando grandes frutos.
La Palabra de Dios es clave en la vida de Jean-Paul Hernández. Fue la vía para llegar, conocer y enamorarse de Dios. Su adolescencia y juventud estuvo llena de vaivenes, pero hubo un momento fundamental que supuso un hito. En Friburgo, ciudad suiza en la que vivía con su familia, compró sin que nadie lo supiera una Biblia, que acabó devorando ante la curiosidad que sentía.
El ahora religioso jesuita de 53 años estaba en ese momento en el instituto estudiando. Era un adolescente. “Compré una Biblia en secreto y comencé a leer el Evangelio. Descubrí la relación con Jesús de Nazaret como persona. Fue fascinante, acabó con todo lo que pensaba que era la religión: tener que probar que Dios existe y un conjunto moralista de reglas, prohibiciones, obligaciones”, comenta en una conversación con el semanario italiano Credere.
Con esta lectura clandestina del Evangelio en su interior se abrió paso una fuerte convicción: “si es verdad que eres así, te seguiré, vale la pena jugármela totalmente”.
El jesuita Jean Paul Hernández comenta el Evangelio para la televisión de los obispos italianos
Hasta ese momento el joven Jean-Paul sentía un gran desapego “por una Iglesia que no respondía a mis preguntas de adolescente sobre Dios, en cierto modo debido a la fascinación que sentía por mis profesores ateos militantes”.
Pero algo había ido cambiando en él tras comprar esa Biblia. Poco después un amigo suyo protestante paradójicamente le regaló una biografía de San Francisco de Asís. “Me enamoré a primera vista, me dije: ‘no sé si creo en Dios, pero quiero una vida así’”.
Desmontando los prejuicios
Otro momento providencial fue el descubrimiento casi por casualidad de unas misas para trabajadores inmigrantes que se celebraban en español e italiano. El ahora jesuita asegura que descubrió “una comunidad de personas que era lo contrario de lo que mis profesores de Secundaria argumentaban sobre la perversión del cristianismo. Allí respiré verdad y sencillez”.
Sin embargo, para su crecimiento en la fe tuvo que ir desmontando y rebatiendo todos los prejuicios que arrastraba. “La fe, especialmente la fe católica, se identificaba con la ignorancia. Yo buscaba un modelo de creyente católico culto”, comenta el padre Hernández recordando aquel momento.
Como si Dios quisiera ofrecerle una respuesta contundente descubrió una biografía de San Ignacio de Loyola y otros escritos sobre grandes jesuitas. Ahí empezó a ver el camino.
A su vez estas lecturas le remontaron a su infancia y a dos amigos de su padre que se acabaron convirtiendo en jesuitas. “Habían conocido a mi padre en las comunidades marianas, las actuales Comunidades de vida cristiana. Más tarde se hicieron jesuitas. El padre Antonio era simpático, extrovertido, lleno de vida. El otro, el Padre Andrés, sumamente humilde, inteligente, culto. Eran dos figuras en las antípodas que formaban una unidad dentro de mí, dos modelos”.
En esos años San Juan Pablo II pedía a los jóvenes valentía para que dijeran sí y se convirtieran en sacerdotes o religiosos. “Me gustaban mucho las chicas, me veía como padre de familia, pero si la Iglesia, a la que vi humillada, necesitaba sacerdotes podría intentarlo”, afirma Jean-Paul.
Pero no hablaba con nadie de estos temas ni iba a la parroquia a algún grupo. Sólo unos pocos amigos sabían que ya era creyente y que iba a misa.
El jesuita relata que “mientras tanto, me preguntaba qué tipo de consagración podría hacer, si sacerdote diocesano o jesuita. Pero me sentí tímido. Estaba convencido de que no podía testimoniar mi fe con palabras”.
"Mi fe creció en español"
Cuando estaba entre segundo y tercer año de universidad la situación se volvía insosteninle. Una chica le gustaba mucho y buscaba claridad en su mente. Decidió confiar en los jesuitas y aunque se resistía decidió hacer unos ejercicios espirituales. Se fue en secreto a un retiro cerca de Madrid. “El francés que hablaba en la escuela para mí no es el idioma de Dios. Mi fe creció en español, lo hablaba en mi familia", cuenta sobre el motivo de ir a España.
Al salir de estos ejercicios lo tenía muy claro: “quiero dar mi vida para que otros tengan esta experiencia, quiero comunicar este encuentro con Jesús, nada más”.
Pero las cosas no siempre salen como uno quiere. Mientras pensaba donde hacer el noviciado, pues al estar en Suiza debería ir a Austria y estudiar en alemán conoció a otra chica, y decidió comenzar el doctorado.
Ya en el verano de 1992 hizo otros ejercicios en Roma con el padre Jacques Servais. Esta vez la ayuda vendrá de una rana: “Mientras caminaba por el jardín escuché un ploff, una rana que había saltado al charco. Rompí en llanto, emoción que hoy, en lenguaje ignaciano, diría de ‘consuelo’. ¡Entendí que tenía que dejar de alargar los tiempos y tirarme yo también!”.
Finalmente, dio ese salto e ingresó en la Compañía de Jesús, pero lo hizo en Italia. Hizo el noviciado en Génova y concluyó su formación con un doctorado en Teología en Fráncfort. Allí encontró una experiencia que dirige ahora a nivel mundial.
“Participé en el grupo creado por dos jesuitas y dos doctorandos: Lebendige Steine (Piedras vivas ), jóvenes que anuncian a los que entran en una iglesia el amor gratuito que es Dios a través de la explicación del arte y la arquitectura, la Belleza a través de la belleza”, señala.
Jean-Paul Hernández la llevó a Italia, en Bolonia, en 2008, y luego en Roma. Ahora está en ciudades de distintos continentes. El jesuita afirma que para hacer Piedras Vivas se necesita "la experiencia de los Ejercicios Espirituales y alguna pequeña clave de interpretación histórico-artística".
Cómo hablar a los jóvenes
Una de los aspectos más importantes en la vida de este jesuita de origen español es su trabajo incesante en la evangelización de los jóvenes. Él propone estas tres cosas para poder hablar con ellos:
1: “Proponer una experiencia de encuentro con la persona de Jesús, a través de la Palabra. No una fe que sea un ‘debe ser", moralista, de culpa, ni de los más altos sistemas, sino una historia de amor. Una experiencia, que en la Compañía proponemos a través de los Ejercicios Espirituales, que es también un acto de nuestra fe, porque debéis creer que el Señor existe verdaderamente y se encontrará con el corazón de estos jóvenes como Él quiere”.
2: “Lo segundo integra lo primero: no despreciéis esa dimensión intelectual que os permite decir que la fe no es una locura irracional, patológica, sino que tiene su propia historia, sus traducciones culturales, en el arte, en los escritos de los Padres, en la belleza de la liturgia. Es uno de los mayores regalos que podemos dar a los jóvenes. Muchas iniciativas proponen una espiritualidad fuerte pero descerebrada, no se dan las categorías que permitan pensar esta experiencia para que no haya divorcio entre emocionalidad y racionalidad.
3: “Finalmente, la comunidad cristiana debe ser un lugar donde uno se sienta en casa: es importante crear espacios, materiales e inmateriales, en los que el niño sepa que puede ser él mismo, que hay alguien que lo escucha y lo ama”.