Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La Santa Sede reconoce las «virtudes heroicas» de los miembros de la familia Barrecheguren

Francisco y Conchita, padre e hija, juntos camino a los altares: ella murió joven, él como religioso

Francisco y Conchita, padre e hija, juntos camino a los altares: ella murió joven, él como religioso
Francisco mira a su hija Conchita, ya enferma y en la cama

J.Lozano / ReL

La Santa Sede ha publicado este miércoles los decretos aprobados por el Papa de la  Congregación para las Causas de los Santos. Entre ellos, destacan dos de ellos, españoles del siglo XX y que además son padre e hija. Se trata de Francisco Barrecheguren Montagut y de su hija María de la Concepción “Conchita” Barrecheguren, que falleció con tan sólo 21 años, pero tras haber vivido una vida de intensa piedad y amor a la Eucaristía en medio de la enfermedad.

De este modo, Roma ha reconocido las “virtudes heroicas” de ambos, y cuyos restos descansan juntos en estos momentos en el santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, y cuyas vidas estuvieron unidas al carisma redentorista.

Francisco es considerado un modelo de esposo, padre y de educador. Pero también de religioso, pues una vez viudo y mayor se convirtió en religioso redentorista, enormemente querido en Granada debido a su celo evangélico. Pero también se ha destacado de él su fe para cargar con su cruz, llevarla con alegría y con una sonrisa en todo el proceso de la enfermedad y muerte de su hija Conchita.

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Francisco se casó con Concha, y Conchita fue su única hija de este matrimonio

Nació en 1881 en Lérida, a los diez meses quedó huérfano de padre, y a los cinco años de madre, por lo que a esta edad sus tíos se lo llevaron a Granada, ciudad que acabaría marcando la vida de Francisco.

De 1892 a 1897 hizo sus estudios de Bachillerato en el colegio de los Jesuitas de El Palo, en Málaga, coincidiendo en el tiempo y en el colegio con Ortega y Gasset. En 1904 contrae matrimonio con Concha García Calvo. Y un año después nace su única hija, el 27 de noviembre del 1905. Sin embargo, la enfermedad marcaría la vida de su hija única que acabó fallecido el 13 de Mayo de 1927.

Su hija murió en olor a santidad

Conchita murió en olor a santidad y así era el sentir en Granada. De hecho, su proceso de canonización comenzó ya en 1938. Y es que en Granada, la fama de santidad no la arrastraba únicamente la hija, sino que se decía que Conchita era así porque su padre también era un santo. Los años demostraron estas afirmaciones del pueblo de Granada.

Un año antes de iniciarse este proceso de canonización murió la esposa de Francisco de la que estaba profundamente enamorado. Su muerte fue también un duro golpe para él pues ya no tenía la compañía de las dos grandes mujeres en su vida.

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A los 65 años, Francisco ingresó como postulante en Granada

Marino Antequera García, profesor de Historia del Arte y escritor decía de Francisco: “Sus notas predominantes eran: bondad, sencillez, candor. La virtud sobresaliente en él fue la humildad; fue un hombre que de nada presumió en la vida. Como hombre era sencillo, enteramente como un niño. Conmigo estrechísimo; él era de suyo afectuoso y cariñoso con todo el mundo. Como cristiano, santo, santo de verdad”.

Una vida entregada a Dios como religioso

Fue a los 65 años cuando Francisco ingresó como postulante con los misioneros Redentoristas de Granada. El 24 de agosto de 1947 hizo profesión religiosa en Nava del Rey, Valladolid. Dos años después, el 25 de Julio de 1949, fue ordenado sacerdote en Madrid.

Volvió a Granada en el verano de 1949. Y durante todo su ministerio sacerdotal se dedicó a celebrar la Eucaristía en el Santuario del Perpetuo Socorro y en el Carmen de Conchita, lugar en el que su hija enferma estuvo y que luego fue hogar de religiosas, llevar comuniones a los enfermos, dirigir el rosario con el pueblo, llevar la abundante correspondencia del Proceso de Canonización de su hija Conchita.

El 7 de octubre de 1957 falleció también entre la fama de santidad y su proceso de canonización comenzó en Granada en 1993.

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Por su parte, Conchita, aunque sólo vivió 21 años dejó en este mundo una estela de fe cristiana ejemplo para muchos. Esto dejaba escrito el día que precisamente cumplió su último cumpleaños:

“Hoy cumplo veintiún años. Esto quiere decir que la vida corre mucho más aprisa que nosotros creemos; quizá haya transcurrido la mitad, la tercera parte de mi vida…, quizá muera dentro de poco…, y aun cuando viva muchos años, se pasarán con igual rapidez que los anteriores. ¿Qué es una larga vida, comparada con la eternidad? Menos que una gota de agua, comparada con el océano.

Dentro de poco partiré de este mundo y de mi vida no quedará rastro alguno; así como tampoco deja señal de su paso la nave que atraviesa los mares. Y esta vida tan corta, tan fugaz, me la da Dios, para ganar una eternidad. ¡Desgraciada de mí si la desperdicio! ¡Desdichada de mí si la empleo en otra cosa que no sea amar a Dios!”.

Enfermó tras regresar de Lisieux

La enfermedad en Conchita comenzó tras un viaje a Lisieux tras percibirse en ella una leve ronquera, que fue el anuncio de la tuberculosis. La enfermedad minó la frágil naturaleza de Conchita y los médicos aconsejaron a la familia que se le trasladase al Carmen que tiene la familia Barrecheguren junto a los bosques de la Alhambra. Se confía en que los aires frescos y puros, que allí llegan con más facilidad desde la Sierra Nevada, puedan frenar el avance de la enfermedad.

A la dureza de la enfermedad, se añadía la dificultad del tratamiento. La tuberculosis era poco conocida para la medicina de entonces. Por eso, prácticamente, sólo cabía aliviar las molestias que causa.

El redentorista Francisco José Tejerizo Linares, que fue vicepostulador de la causa, cuenta que el desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, “provocan la admiración de quienes la conocieron. Un asombro que surge no tanto de contemplar el dolor mismo, sino del modo en que Conchita, sabe sacar fuerzas de flaqueza, para hacerle frente. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. La fe de Conchita sabe descubrir que los planes de Dios no son los suyos, que tiene que aceptar que su vida, y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, es el laical. Un estado no inferior al religioso o clerical. Al contrario, el estado común de los bautizados y el mismo que vivió el Señor Jesús”.

La devoción en Granada

"Lo extraordinario de Conchita es su vida ordinaria y común; pero, además, hay dos cosas específicamente singulares en ella y que le hicieron llamar la atención de quienes la conocieron: su modo de aceptar y afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual. Eso, ciertamente, no pasó desapercibido”, escribía este religioso.

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Murió el 13 de Mayo de 1927. De este modo, el vicepostulador añadía que "quienes la conocieron, supieron estimarla y  pensaron que estaban ante una persona especial, extraordinaria y santa. Para todos era evidente su fe. Su persona fue como una presencia que, discreta y débil, se echa en falta cuando, de forma inesperada, desaparece. Eso ocurrió con ella.  Los amigos y conocidos de Conchita, descubren, poco a poco un atractivo que, hasta entonces, les había pasado desapercibido. Ella tenía algo que les empieza a servir de referencia. Sus pocas palabras y su modo de afrontar la vida, se convierten en un estímulo. Nunca nadie -ni Conchita, ni sus padres, ni sus amigos-, pudieron pensar que la fragilidad y debilidad de aquella niña iba a despertar tanta admiración e interés después de su muerte. Se trata de una notoriedad que no decae, al contrario. La gente sigue recordándola y admirándola. La muerte de Conchita puso en marcha un revuelo que se extiende con inusitada rapidez. Por toda Granada se habla de Conchita, mucha gente empieza a pedir fotos y pronto aparecen sus escritos, que comienzan a leerse, primero en un círculo cercano y, después, son publicados”.

"Sal a mi encuentro, Jesús mío, para que podamos caminar los dos juntos"

Esto escribía Conchita, un reflejo de lo que fue su vida: “¡Cuántas veces sale Jesús a mi encuentro con las manos llenas de gracias para depositarlas en mi alma, y yo le he dejado pasar de largo, sin pedírselas ni ocuparme de ellas, y le he vuelto las espaldas como si no lo conociera! ¡Cuánta ingratitud! ¿No merecía que Jesús no se acordase más de mí por haber correspondido tan mal a sus divinas finezas?

»¡Oh Jesús mío! Que con tanta paciencia me tratas y que, a pesar de haber correspondido tan mal a tu amor, estás dispuesto a perdonarme de nuevo, no pases de largo, Señor, quédate conmigo, quédate dentro de mi alma, fija tu trono en mi corazón e ilumina mis tinieblas; no me trates como merezco, sino acepta mi hospitalidad, que, aunque no sea digna de tenerte, tú eres misericordioso y compasivo y olvidarás todas mis ingratitudes. Ten compasión de mí. Sal a mi encuentro, Jesús mío, para que podamos caminar los dos juntos”.

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