Gemma enviudó en 1972, cuando el comisario Luigi Calabresi fue acribillado a tiros
Llena de rencor, perdonó al asesino de su marido al verle abrazar a su hija: «Hoy me siento en paz»
Para Gemma Calabresi, la vida perdió todo su sentido el 17 de mayo de 1972, cuando supo que su marido, un famoso y querido comisario de policía, había sido acribillado a tiros por la organización comunista Lotta Continua. Durante años vivió sumida en el vacío, la rabia y el rencor, del que solo pudo salir gracias a su fe cristiana y a contemplar la humanidad incluso de quienes se lo habían quitado todo.
Hoy, Gemma se siente "libre y en paz", pero describe el proceso como "duro y largo". Ha hablado de ello con Religión en Libertad en la Fundación CEU San Pablo de Madrid, minutos antes de la presentación de su libro La grieta y la luz, publicado por Ediciones Encuentro.
La mañana de aquel jueves fue normal para Gemma. Sin trabajo, madre de dos hijos y esperando el tercero, despidió a su marido sin saber que sería la última vez.
"Esa mañana llamé a muchas personas y ninguno se atrevió a decirme la verdad, hasta que llegó el párroco, don Sandro, me puse frente a él y le pedí que me dijese la verdad. `Ha muerto´", le dijo.
Gemma se derrumbó en el sofá acompañada por el sacerdote y perdió la noción del tiempo. "Pensé que mi vida ya no tenía ningún significado mientras don Sandro me cogía de la mano", recuerda.
Una experiencia mística de paz
No sabe si pasó media hora, quizá una, pero recuerda como entonces le invadió "una gran sensación mística de gran paz y fuerza". Aunque había sido educada en la fe y la practicaba con convicción, lo hacía solo por agradar a sus padres. Sin embargo, aquella mañana Gemma recuerda haber "recibido de Dios el don de la fe. Una fe que no quita el dolor, pero que lo llena de significado y da esperanza".
Como contó en otra ocasión, en aquel momento hizo algo inexplicable si no es a la luz de la fe: "Incluso le pedí a Don Sandro que recitara un Avemaría por la familia del asesino. No vino de mí, lo sé con certeza: fue la presencia de Dios".
Desde ese momento, nunca volvió a separarse de la fe. Había logrado resignarse al dolor y en cierta manera aceptar la pérdida, pero el perdón era algo que no entraba en sus planes.
Puedes conseguir aquí "La grieta y la luz", la historia de perdón de Gemma Calabresi prologado por la víctima de ETA Irene Villa.
Un primer punto de inflexión tuvo lugar durante una visita de su madre, cuando le dijo que le había conseguido un trabajo como profesora de religión a niños de primaria.
"En la escuela enseñé a los niños a hacer las paces y me decía a mí misma: `Estoy hablando de lo que no sé hacer´. Me parecía que los estaba traicionando. Recuerdo a un niño que un día me preguntó: `¿Por qué cuando alguien muere solo se dicen cosas buenas de él? ¿Solo mueren los buenos?´. Debemos recordar los ejemplos y gestos positivos de una persona: seremos juzgados por el amor que hemos dado al prójimo y no por nuestros errores", le respondió.
¿Asesino... y padre? Un consejo determinante
A raíz de su respuesta y de aquella "doble moral" en su vida, llegó a una conclusión determinante.
"Pensé en qué derecho tenía yo a ligar a los asesinos de mi marido solo a aquel hecho durante el resto de su vida. Ellos eran muchas otras cosas, eran buenos padres, buenos amigos, ayudaban a los demás", comenta.
Desvela un momento muy concreto del juicio en el que la reflexión se materializó en un gesto del verdugo de su marido:
"En una pausa, uno de los asesinos fue al fondo de la sala a saludar a su hija. A pesar de la rabia, me surgió una gran ternura, yo habría hecho lo mismo. Vi que era un buen padre, no solo un asesino". En ese sentido, pudo pensar en él en ella misma.
Para Gemma, la fe, pero también ver al asesino de su marido como un padre cariñoso fue determinante para poder perdonar.
Cincuenta años después, ofrece un consejo a todo el que puede ser víctima de un suceso similar. Cuando recibas una ofensa, una calumnia o una herida, no vincules a esa persona solo con ese hecho, porque esa persona es muchas otras cosas y hay que conseguir mirarla con toda su vida, su historia y sus sufrimientos. Mirándoles así, "yo les he vuelto a dar y valorar su humanidad, su vida con todos los matices, su dignidad de personas. Cuando lo haces, todo es distinto", agrega.
El perdón se convirtió en la razón de su vida
Sin embargo, explica que aquel paso de superación y resignación no habría podido darlo al margen de la fe y la oración.
De hecho, al principio se negó a perdonar, convencida de que hacerlo era faltarle el respeto a su marido. Pero, como cristiana, "sabía que tenía que hacerlo". De hecho, los meses siguientes, "pensaba que lo había hecho, pero cada vez que salía una noticia me volvía toda la rabia. No había perdonado".
"Una vez pensé en la palabra perdón y me di cuenta de que venía de `don´. Es algo que recibes, que se te da, que no solo viene del razonamiento, sino también del corazón. Así emprendí este camino de perdón como elección de vida. Independientemente de que me lo pidieran o no yo iba a perdonar", recuerda.
En paz gracias a la fe y la oración
Admite que el camino ha sido largo, y que no fuerza a los otros miembros de su familia a perdonar a los verdugos de su marido. Muchos no lo han hecho, pero en su caso, nunca volvió a dar marcha atrás.
También valora el papel de la oración de sus conocidos, de la suya propia y de la intervención divina. "La oración nos pone en comunión con Dios y nos pone en fraternidad entre nosotros: es algo hermoso. Siempre digo: `No lo logré. Lo logramos´".
Para Gemma, la diferencia entre el rencor y el perdón es total. "Hoy me siento libre. Siento que puedo volar. Me siento en paz con Dios, conmigo y con la humanidad", concluye.