Isabel Orellana es misionera idente en Sevilla y relata este curioso encuentro
Estaba en la Biblioteca Nacional y una joven le espetó «¿Quieres ser santa?»; así nació su vocación
Isabel Orellana Vilches ha cumplido cincuenta años consagrada a la vida religiosa y como misionera idente llevando el mensaje del Evangelio por toda la geografía española. Y lo hace también desde una perspectiva intelectual, pues como doctora en Filosofía y licenciada en Ciencias de la Educación ha sido docente en diferentes instituciones y ha publicado numerosos libros, desde biografías y santorales hasta libros infantiles y juveniles.
En estos momentos, Isabel es misionera idente en Sevilla, instituto de vida consagrada fundado por Fernando Rielo, y en la propia web de la Archidiócesis sevillana ella misma cuenta cómo se produjo este profundo encuentro con Dios tras el que acabaría dejando todo para servir al Señor.
El inesperado encuentro en la Biblioteca Nacional
“No hay mirada en el mundo que traspase las entrañas como la de Cristo. Que es Él quien nos elige es un hecho innegable en mi vida. Siempre sorprendente escoge el momento y lugares que, a veces, como en mi caso concreto, podrían considerarse inoportunos”. Así inicia Isabel un testimonio, en el que da cuenta de cómo hasta en un inesperado lugar dentro de una biblioteca Dios puede aparecer de repente y transformar una vida para siempre.
Según relata, a ella le cambió “el pulso de la vida en los servicios de la Biblioteca Nacional, donde ese septiembre de 1969 realizaba la prestación voluntaria del Servicio Social”.
“En ese espacio íntimo, doméstico, recoleto, tan opuesto a un templo cualquiera, -explica Isabel- se hallaba una joven leyendo el Nuevo Testamento. Habrían sobrepasado uno o dos minutos las 20:00 cuando me dirigía a asomarme al espejo (no había más necesidad, lo cual pone de manifiesto que Cristo, sin yo saberlo, me instó a entrar en ese lugar), cuando la vi de espaldas, reposados sus brazos sobre un pequeño e incómodo ventanuco cercano al suelo”.
"¿Tú quieres ser santa?"
Isabel conocía de vista a aquella joven, que estudiaba Medicina y que también trabajaba en la Biblioteca Nacional. Recuerda nítidamente como “al verme entrar giró su cabeza y le pregunté directamente qué hacía. Dándose la vuelta con el Nuevo Testamento abierto respondió señalándolo: ‘Estoy leyendo esto. Me ayuda mucho’”.
Las dos estaban en este curioso lugar y entonces aquella chica se incorporó por completo y de manera muy directa y rotunda preguntó a Isabel: “¿Tú quieres ser santa?”. La respuesta fue inmediata: “sí”. Entonces –recuerda esta misionera- “me dio un abrazo entrañable y me invitó a tomar algo en la cafetería de la Biblioteca. No añadió nada más. Ni una palabra evangélica. Solamente en el bar me habló de una ‘chica’ que me quería presentar. Era el decisivo y segundo apóstol que iba a tener en unos días”.
Ella era jovencita y al llegar a casa contó a su madre lo ocurrido. Y como se produjo en la Biblioteca Nacional le dio confianza y permitió que quedara con aquella ‘chica’. “Ni mi madre ni yo sospechamos que ese momento sería el que iba a dar un vuelco total a mi existencia. Tenía 17 años, una volcánica pasión, un idealismo anclado en la realidad, habiendo existido un pequeño hueco para el amor juvenil, una joven decidida y moderna de la época que tuvo la intuición de que algo grande había sucedido aquella tarde sin poder darle entonces el alcance que ya tenía”, cuenta.
"Quería ser como ella"
Llegó aquella tarde y pacientemente esperó que ese “nuevo apóstol” apareciese. Casi dos horas estuvo esperando, hasta que al fin no una sino tres mujeres jóvenes entraron en aquella cafetería madrileña. Una de ellas, era Esperanza, que marcaría su vida.
Aquella tarde, cuenta Isabel, “la palabra de Cristo se abría poderosamente ante mí con la fuerza de un ciclón a través de Esperanza, que casi lindaba la treintena. No tuve duda. Quería ser como ella. Aún tenía que enamorarme de Cristo, lo cual no tardó en suceder. Pero en ese primer instante supremo, único e inolvidable, supe lo que deseaba fuese mi vida”.
Isabel Orellana, junto a Fernando Rielo, fundador de los misioneros identes
Sus padres, personas de fe profunda, “nunca se opusieron a mi decisión de seguir a Cristo” como misionera idente.
"No tuve miedo a seguir a Cristo"
Echando 50 años la vista atrás, Isabel considera todo esto “fruto del milagro cotidiano, de la oración y el cariño de tantas personas que han ido marcando mi quehacer. Han transcurrido como un suspiro. Son compendio de una maravillosa aventura, un sueño del que nunca he querido despertar cuya materialización debo a la misericordia y a la gracia divinas, junto al aliento e incesante tutela de mi padre fundador, Fernando Rielo, y de todos lo que me han ido formando y acompañando durante estas décadas”.
Por ello, Isabel afirma que da gracias a Dios porque “no tuve miedo de seguir a Cristo y le entregué mi futuro sin vacilar. Porque con todas mis flaquezas creí en Él, soñé y sigo haciéndolo con llegar al culmen de mi vida habiendo alcanzado la santidad”, que precisamente la pregunta que aquella joven le hizo medio siglo atrás en los servicios de la Biblioteca Nacional.