El Papa aprueba un milagro atribuido a la joven beata
La extraordinaria historia de Caterina Tekakwitha, la primera santa «piel roja» de América
Benedicto XVI firma los decretos concernientes a tres nuevos santos y a la beatificación de cinco siervos de Dios.
Su vida estuvo marcada desde su más tierna edad por el dolor y las dificultades. Nació en el seno de una familia en la que todos sus integrantes murieron a causa de la viruela cuando ella tenía sólo cuatro años de edad, fue asumida por un tío que odiaba el Cristianismo y que la llamaba "la que se choca con las cosas" por sus problemas de la vista.
Sin embargo, Caterina Tekakwitha, la hija de un jefe Mohawk del siglo XVII (16561680, es decir, vivió sólo 24 años) que dedicó su vida al cuidado de los ancianos y enfermos y que vivió en Nueva York y Canadá, se convirtió en 1980 en la primera nativa americana en ser beatificada.
Ayer se hizo público el reconocimiento pontificio de un milagro atribuido a su intercesión. Junto con dicho reconocimeinto, el Papa firmó ayer los decretos concernientes a tres nuevos santos y a la beatificación de cinco siervos de Dios. Además, también un numeroso grupo de mártires será elevado a los altares, mientras que fueron reconocidas las virtudes heroicas de siete siervos y siervas de Dios.
De este modo, Caterina se unirá a la lista de santos americanos en la que también se encuentra la Madre Mariana de Hawai, que consagró su existencia a cuidar de los enfermos leprosos en la península hawaiana de Molokai en el siglo XIX.
Caterina Tekakwitha, de padre iroqués y madre cristiana algonquina, la beata Tekakwitha fue beatificada en Roma por Juan Pablo II en junio de 1980, Tekakwitha (que según algunos significa: «aquella que arregla las cosas» o, según otros, «aquella que camina poniendo las manos adelante») es patrona del medio ambiente y de la ecología, junto con San Francisco de Asís.
Cuentan sus historiadores que su madre, Kahenta, fue tomada por esposa por el jefe Mohawk luego de una incursión en su poblado algonquino durante las guerras entre hurones y algonquinos. Gracias a la labor de los jesuitas franceses se convirtió al catolicismo y se mantuvo firme en su nueva fe, aún con el dolor de no poder bautizar a sus hijos a causa de la hostilidad del marido hacia los "ropanegras" (jesuitas).
Tras una epidemia de viruela, Tekakwitha quedó huérfana, frágil, con problemas visuales y con el rostro desfigurado por las cicatrices.
Pese a que su rostro quedó marcado por la enfermedad, la joven tenía varios pretendientes que querían contraer matrimonio con ella. Cuando los tíos intentaron unirla en matrimonio por engaño a un joven guerrero, Caterina huyó.
El pensar en un posible matrimonio sin amor llevó a la joven ha averiguar sobre el cristianismo. Los misioneros jesuitas llegaron a la región para difundir el Evangelio. y fue el sacedrote Jacques de Lamberville a quien Tekakwitha oyó presentar el mensaje cristiano. «El anuncio del cristianismo iluminó, finalmente —explica la biografía—, su alma, que había encontrado lo que la hacía verdaderamente feliz».
Fue hostigada y perseguida por sus vecinos por causa de su fe por lo que tuvo que huir a la misión de Sa Francisco Javier, en Canadá.
En 1679 hizo sus votos de permanecer virgen durante toda su vida. En tierras canadienses se dedicó a enseñar a los niños a orar, así como al trabajo con los ancianos y enfermos. Tras pronunciar sus últimas palabras «Jesos Konoronkwa (Jesús te amo), murió el 17 de abril de 1680 después de una grave enfermedad. Fue enterrada en Quebec. Se cuenta que a sólo unos minutos después de su muerte ella brillaba y todas las marcas de la viruela desaparecieron de su rostro, revelando su verdadera belleza. Allí nació la fama de su santidad.