Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Entrevista a monseñor Javier Echevarría

El Prelado del Opus Dei pide confesores siempre disponibles, con confesionarios «con la luz verde»

El obispo habla sobre los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía en su último libro "Vivir la Santa Misa" (Ediciones Ares).

Antonio Gaspari/Zenit

El obispo Javier Echevarría, prelado del Opus Dei
El obispo Javier Echevarría, prelado del Opus Dei
La confesión es una “mano tendida” hacia la conversión y la Eucaristía es el sello de la “amistad inigualable” con Jesús. Es lo que dijo en una entrevista con ZENIT, monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei.

Sobre el misterio de la Eucaristía y no sólo de esto, monseñor Echevarría ha publicado el libro “Vivir la Santa Misa” (Ediciones Ares).

- ¿Por qué la Eucaristía es “el centro y la raíz de la vida de todo cristiano?
- Poner la Eucaristía en el centro de la vida cristiana significa poner a Jesús en el corazón de todo. En la Eucaristía estamos llamados a entrar en el amor trinitario. Haciendo de la Santa Misa el centro de nuestra vida interior, nos unimos a Jesús y en Él a toda la Iglesia, a todos los hombres.

Era la continua enseñanza de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, que decía: “Si en el centro de tus pensamientos y de tus esperanzas está el tabernáculo ¡cómo de abundantes serán, hijo mío, los frutos de santidad y de apostolado!”. Jesús Eucarístico es el culmen del don de Sí a la humanidad, por tanto, si nos identificamos con Él, nos transmitirá la misma voluntad de incrementar el don de nosotros mismos y nuestro servicio a los demás.

- ¿Cuánto importa, en el carisma del Opus Dei, la práctica de la Confesión y de la Eucaristía?
- En el espíritu del Opus Dei, los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía importan lo que importan en la Iglesia: como todos los cristianos, intentamos ser personas penitentes y eucarísticas, con una práctica frecuente de la Confesión y la participación diaria en la Santa Misa.

El Sacramento de la Reconciliación está profundamente ligado a la Eucaristía. La Confesión presupone la conciencia de ser pecadores, con fe en la misericordia divina. Jesús nos purifica en su Sangre derramada en la Cruz por nosotros, para que el cristiano pueda participar con más fidelidad en el Sacrificio del Calvario que se hace presente cada día en la Santa Misa.

Ambos Sacramentos colman el alma de alegría y de paz, como el buen ladrón, viendo con sus ojos a Jesús en el Calvario, se sintió impelido a reconocer sus pecados movido por la contrición y así encontró la salvación eterna.

Insisto, la Confesión importa muchísimo en la vida del cristiano, porque es un sacramento de alegría y es puerta de acceso a la paz y a la felicidad que están dentro de la Eucaristía.

- Está en marcha el Congreso Eucarístico Nacional. ¿Qué sugerencias haría para que la práctica de la Confesión y de la Comunión fuera más intensa y generalizada?
- La Iglesia enseña desde siempre que en el tabernáculo se encuentra la fortaleza, el refugio más seguro contra los temores y la inquietudes. No basta que cada uno de nosotros, individualmente, busque y encuentre al Señor en la Eucaristía; debemos conseguir “contagiar” con nuestro testimonio al máximo de personas posible, para que también estas contemplen y descubran esta amistad inigualable.

La comunión espiritual es una gran ayuda en la preparación para la comunión eucarística. Para ser hombres y mujeres conscientes de nuestra filiación divina debemos frecuentar a Cristo cada vez más, recibiéndolo, si podemos, cada día.

En cuanto a la Penitencia, considero que es muy importante la disponibilidad generosa de los sacerdotes a la escucha de las confesiones: un confesor disponible, un confesionario “con la luz verde”, es una mano tendida hacia la conversión.

Sobre este punto, Benedicto XVI nos sugirió recientemente “seguir el ejemplo de los grandes Santos de la historia, desde San Juan María Vianney a San Juan Bosco, desde San Josemaría Escrivá a San Pío de Pietrelcina, desde San José Cafasso a San Lepoldo Mandić” (Discurso a los participantes en el curso organizado por la Penitenciaría Apostólica, 2011).
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