Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Monseñor Miguel Irízar, obispo del Callao

Un obispo vasco y un amor a primera vista

Un obispo vasco y un amor a primera vista
Monseñor Miguel Irízar, obispo del Callao

Ha sido vocero del episcopado local, obispo de Yurimaguas y del Callao. De sus 53 años de sacerdocio, 50 los ha ejercido en el Perú, tierra de la que se enamoró a primera vista.

Gonzalo Pajares C./Perú21

“Los vascos somos muy católicos pero también muy libres. Por eso defendemos nuestra identidad cultural e histórica. Estamos orgullosos de ser lo que somos y, por otro lado, somos muy solidarios y colaboradores. Siendo un pueblo pequeño, estamos muy abiertos al mundo: nos integramos pronto al lugar donde estemos”, nos dice Miguel Irízar, el sacerdote que llegó –para quedarse– hace 50 años al Perú. Hoy es el obispo del Callao.
 
-Su apellido es famoso en España…
-Mis abuelos fundaron Irízar, una fábrica de carrocerías para autobuses que hoy está en varios lugares del mundo: China, India, Brasil, México, etc. Yo debí haber sido carrocero –como mi padre y mi hermano mayor– pero opté por el sacerdocio.
 
-¿Alguna vez dudó de su vocación? ¿Nunca se enamoró?
-No. De chiquillo miraba a algunas niñas. ¡Qué iba a hacer pues, hijo! Pero el celibato se desarrolló en mí muy normalmente. Desde que terminé la secundaria, tengo clara mi vocación. De pequeño, era muy movido, muy inquieto. Me castigaban por revoltoso, pero en el noviciado me asenté. Y cuando entré a Filosofía y Teología me hice un buen estudiante. Me ordené sacerdote a los 23 años.
 
-¿Qué lo trajo al Perú?
-Mi congregación, los Pasionistas, tenía obra, desde 1913, en Yurimaguas y en Moyobamba. Por los emocionantes relatos de los misioneros que regresaban a España, sabía de la existencia de Tarapoto, de Juanjuí, de Yurimaguas. Sin embargo, cuando terminé el seminario me enviaron a Roma, donde estudié Ciencias Sociales. Cuando terminé, mi primer destino fue mi tierra vasca, pero a los pocos días mi superior me llamó y me dijo: “En Lima necesitan un sacerdote como tú”. Y llegué a San Isidro, a la Virgen del Pilar, en 1960: estoy celebrando mis 50 años de peruano. Al poco tiempo me llamaron para ser profesor en la Universidad Católica. Es decir, mi primer contacto fue con la élite económica y la élite académica. Tenía 27 años.
 
-Luego se fue a la selva…
-Primero, en 1966, volví a España. Por suerte, mi misión duró solo tres años. Ya me había hecho al Perú. En España había muchos sacerdotes, aquí faltaban (risas). Regresé cuando Velasco empezó su revolución. En 1972 me nombraron obispo de Yurimaguas: pasé de San Isidro a otro país: no había electricidad, solo había un teléfono en la ciudad. Esta vida me hizo austero y me acercó a la gente. Allí me hizo pastor de las personas, por mi cercanía a los más pobres, a los indígenas, a los nativos. Estuve algo más de 17 años.
 
-¿Por qué los nativos necesitan ser evangelizados?
-Para nosotros, el anuncio del Evangelio es un deber, pero no buscamos imponerlo. La revelación cristiana es una intervención de Dios en las personas. Nosotros no podemos guardar esa noticia. La fe es un regalo. El trabajo de la Iglesia allí no solo fue de doctrina, de enseñanza religiosa, hemos hecho un trabajo de promoción humana y social, educación y salud. Nosotros hemos estado allí antes que el Estado. Desde el Concilio Vaticano II, nuestra acción –y hablo de lo que nosotros hicimos– ha sido respetuosa de cultura, de su lengua y, también, de su visión del mundo. Por eso, la evangelización es lenta, sin resultados inmediatos, porque no se basa en la imposición.
 
-Luego vino a la selva de cemento...
-De vasco pasé a ser charapa y de charapa pasé a ser chalaco (risas).
 
-Las noticias del lugar no son siempre amables: muerte, violencia...
-Los problemas del Callao son complejos: hay que vivir allí para entender por qué este barrio se enfrenta al otro. La raíz de estos problemas no solo está en la pobreza, la marginación, la exclusión o la falta de oportunidades de trabajo, sino en el entorno familiar. Muchos viven hacinados, sin padres, sin trabajo, por eso, salen a la calle y allí se encuentran con los problemas. Hay que buscar salidas a esto a través de la educación, de la creación de más espacios culturales y deportivos, del trabajo continuo, es decir, hay que darles caminos de vida y de esperanza. Por ejemplo, nosotros hemos creado los Centros de Capacitación Laboral, tenemos un proyecto de universidad tecnológica. Mire usted a Pachacútec, donde hay 800 u 900 jóvenes estudiando, que son más pobres que los del Callao, y no nos crean problemas.
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