Alfonso Basallo desnuda el alma del filósofo a través de sus críticas
Un pensador cristiano va al cine: cómo aprender a ver películas con los consejos de Julián Marías
El filósofo español Julián Marías (1914-2005) fue, además de un significativo intelectual a quien se considera principal discípulo de José Ortega y Gasset (1883-1955), un perseverante espectador cinematográfico cuyos comentarios publicados en la prensa pasaron revista a las películas más relevantes del siglo XX que abarcó su vida.
Julián Marías aplicó durante décadas su reflexión sobre el hombre a las manifestaciones del arte del siglo XX por excelencia: el cine.
El escritor y periodista Alfonso Basallo, actualmente director del diario digital Actuall, ha consagrado un estudio pionero a esa faceta de su obra: Julián Marías, crítico de cine (Fórcola): un libro que se convierte en guía perfecta para revisar la historia del cine desde la perspectiva de quien se vio siempre a sí mismo, ante todo, como un pensador cristiano.
'Julián Marías, crítico de cine' de Alfonso Basallo.
Si siempre es ameno leer de cine, Basallo los hace aún más ameno al presentarnos de forma ágil e interrelacionada de infinidad de juicios de Julián Marías sobre películas, actores y directores que nos son familiares. En esos juicios percibimos, además del gusto personal de quien los emitió, su forma de ver la existencia.
-¿Qué hay del Marías pensador cristiano en Marías comentarista cinematográfico?
-Una visión de la vida que le lleva a valorar sobre todo el tratamiento que el cine hace de la persona, con las notas con las que Marías la define antropológicamente: única, irrepetible, corpórea, criatura amorosa, y futuriza: es decir que es capaz de proyectarse hacia el futuro, la eternidad. Esa realidad de la persona tiene tal riqueza antropológica que Marías pide al cine que la represente sin reduccionismos.
-¿Cuáles serían para él esos reduccionismos?
-Por poner un ejemplo, considera que James Bond no es una persona en toda su complejidad sino una caricatura, carente de interés dramático. Y considera que reducir los personajes a muñecos dominados por el sexo o la violencia es privarles de libertad, el atributo más grande del ser humano, que es capaz de decir no a su Creador. En este sentido sus críticas se podrían llamar “criticas personalistas”, en las que además de valorar artísticamente las películas, hace un estudio filosófico de los personajes. Son un híbrido muy sugestivo de reseña cinematográfica y pequeño ensayo antropológico.
-¿Es casi un estilo propio?
-Ningún intelectual español había hecho nada igual y creo que esas 1.500 críticas son uno de los tesoros menos conocidos de ese gran pensador que fue Don Julián.
-¿Cómo definiría a Julián Marías?
-En el libro señalo que en su estudio de Un hombre para la eternidad [A man for all seasons], de Fred Zinnemann, Marías hizo un autorretrato en cinemascope. Porque cuando habla de Tomás Moro como ejemplo de intelectual que ve la realidad y la acepta como es, está hablando de sí mismo.
Paul Scofield fue Santo Tomás Moro en la película rodada por Fred Zinnemann en 1966 y ganadora de 6 Oscar, entre ellos mejor película, mejor director y mejor actor principal.
-¿Qué hay de Tomás Moro en él?
-Ese era Marías, un hombre íntegro, de una honradez intelectual que le llevó a arrostrar la cárcel por defender sus ideales cuando acabó la Guerra Civil y a ser ninguneado después, ya en la democracia, en la época de Felipe González, por denunciar el crimen del aborto y su legitimación social. Un hombre sin fisuras, el filósofo tiernamente enamorado de Lolita su mujer, y un gran pensador, cautivado por la verdad. Parafraseando el título de la película de Zinnemann, Marías es a man for all seasons, un filósofo para todas las épocas, que se seguirá leyendo dentro de cien años.
-¿Fue un crítico "moralista"?
-Marías no era nada moralista ni remilgado. Era un espíritu muy libre, y además carente de prejuicios. No imitaba a la mujer de Lot, y era capaz de valorar tanto a John Ford como a Quentin Tarantino, del que elogia Pulp fiction. Lo único que le pide al cine es que trate al espectador con inteligencia, que respete su sensibilidad, que no les gato por liebre, que no apele a sus bajos instintos. Eso no quiere decir que el cine no pueda tratar temas duros o sórdidos pero siempre con una cualidad que Marías echa de menos en el cine de finales del siglo XX: la elegancia.
John Travolta y Samuel L. Jackson en 'Pulp Fiction': Marías sabía valorar las aproximaciones interesantes y elegantes a los rincones más turbulentos del alma.
-Usted le destaca, sobre todo, como crítico de actores y de directores. ¿Por qué sobrevolaba otros elementos?
-Porque no es un técnico, ni tampoco un crítico profesional, sino un intelectual que analiza las películas como simple espectador. Y se fija más en la historia y en los actores que en los aspectos técnicos. Lo cual no quiere decir que no valore una fotografía sobresaliente, como hace con Días del cielo, de Terrence Malick.
-¿Rechazaba de forma genérica algún tipo de cine?
-Él se define, sobre todo, como “un espectador fiel”, de gustos sencillos, amante de lo que podríamos llamar línea clara. Por eso no le gusta el experimentalismo y le aburren Antonioni, el Fellini más barroco y deslavazado, Alain Resnais o la nouvelle vague. Y no siempre le gusta Bergman (por su propensión al hermetismo).
-Sus críticas no son, desde luego, nada herméticas...
-Marías está en las antípodas de los críticos pedantes que parecen situarse por encima del lector. Es cien veces más culto que todos ellos, pero no hace erudición para presumir sino para enriquecer sus aproximaciones a películas, y con un estilo transparente (que Garci define como “puro cristal de Murano”). Es capaz de hablarte de Maquiavelo en la crítica de El padrino; o de la picaresca del Siglo de Oro a propósito de El golpe; o de La teoría del lenguaje, de Karl Bühler –que él tradujo del alemán- a raíz de My fair lady, pero sin apabullar, sin cansar. Por eso el traductor de Leibniz, Séneca y Aristóteles, decía que él, en el fondo, prefería el western al festival de Cannes.
-Me interesó la crítica de Marías a las interpretaciones que degradan a la persona. ¿Por qué esa severidad con Tom Cruise en Nacido el 4 de julio?
-Marías tiende a ser benévolo en sus veredictos sobre actores y directores, siempre busca el lado bueno, de ahí que llame la atención la dureza con Cruise. Es porque considera que, en la representación del mal, el arte no puede caer en la degradación, porque pierde dos atributos del ser: la verdad y la belleza. Y en Nacido el 4 de julio, de Oliver Stone, un director muy zafio, se cae en esa degradación. Eso explica que sea muy duro con el cine sórdido y reduccionista de los años 70 y 80, cuando el sexo, la violencia y la estética feísta poblaron las pantallas.
'Nacido el 4 de Julio', dirigida por Oliver Stone en 1989, retrata en términos muy duros la progresiva degradación personal de su protagonista, interpretado por Tom Cruise.
-¿Qué reprochaba a ese cine?
-Que privar a la persona de su complejidad antropológica supone también privarle de la entraña dramática y, a la postre, del interés. La prueba es que ha envejecido peor La naranja mecánica, de Kubrick, uno de los filmes que critica con más severidad, que Casablanca.
-¿A qué atribuyó Marías esa decadencia de los 70-80?
-El fenómeno se debe, en parte, a la influencia del psicoanálisis freudiano, que Julián Marías define expresivamente como “el eclipe de la persona”.
-En el extremo contrario de Cruise y Stone: Shirley MacLaine en Irma la dulce. ¿Qué veía en ella para convertirla en su actriz favorita?
-Por la naturalidad y frescura que tiene, porque encarna al personaje sin dejar de ser ella misma, Shirley McLaine. Y por su feminidad. Y porque Billy Wilder es capaz de abordar el tema de la prostitución con ternura y elegancia. Por eso es un genio del séptimo arte. A Marías también le gustó otra historia de prostitutas, Pretty woman, aunque sin llegar al nivel de perfección y delicadeza de Irma la dulce, y especialmente por el papel de Julia Roberts.
Justo lo contrario que 'Nacido el 4 de Julio': a Julián Marías le gustó 'Pretty woman' porque mostraba de forma amable lo mejor del ser humano incluso en los ambientes más sórdidos. Julia Roberts cautivó al filósofo como lo había hecho décadas atrás Shirley McLaine en 'Irma la Dulce'.
-Son dos papeles de gran espontaneidad...
-A Marías le gustaban este tipo de actores “naturales”, como los americanos Spencer Tracy, James Stewart, John Wayne, Gary Cooper o los europeos Mastroiani, Jean Gabin o Charles Laughton. En cambio considera que los actores del método (el famoso Actor’s Studio) tienden al manierismo: no le gustan Brando ni Al Pacino, pero salva a alguno como Robert De Niro y sobre todo a Paul Newman.
-¿Qué opinaba Marías del cine religioso?
-No le gustaba demasiado el cine religioso, porque tiende a la estampita y es, con excepciones, un horror contraproducente. Entiendo muy bien a los que dicen que el cine de santos es una invitación al anticlericalismo o a darse a la bebida. Pero sí le interesa el cine con inquietudes trascendentes, no a la hagiografía convencional y seráfica.
-¿Por ejemplo?
-Le gusta mucho La palabra, de Dreyer, que trata sobre una resurrección, en una Dinamarca luterana fotografiada con áspero blanco y negro y en cuya crítica cita a Kierkegaard y Unamuno. Y valora la emoción que transmite el cine de Leo McCarey (Siguiendo mi camino) o incluso Canción de cuna, de Garci, una película arriesgadísima al abordar una historia de monjas, y de la que, sin embargo, el director sale ileso y entrega una joya. También valora el misterioso trenzado de lo trascendente y lo cotidiano en películas como Qué bello es vivir, en una crítica de título expresivo, “Haber nacido”. A la postre, trata de un milagro que, como todos los de Capra, no consiste en que los tullidos anden o el Mar Rojo se divida, sino en la conversión del corazón: del protagonista, James Stewart, y de sus vecinos de Bedford Falls en un renacimiento personal que coincide con el Nacimiento. A lo que habría que añadir un segundo milagro: que la ves todos los años y aunque sepas el final tienes que tener preparado el kleenex.
¿Es '¡Qué bello es vivir!' una película religiosa? No. Pero nace el Niño Dios y todos los corazones se transforman.
-Y una última pregunta obligada, como "crítico del crítico": ¿en qué coincide usted y en qué no con Julián Marías?
-Estoy totalmente de acuerdo en la matrícula de honor que pone al cine clásico. Yo también lo añoro y para huir de la mediocridad o de la falta de imaginación del cine actual retorno a Innisfree (El hombre tranquilo), o peregrino al café de Rick en Casablanca, o me voy a cazar rinocerontes en landrover con John Wayne y Elsa Martinelli (Hatari). Eso es exactamente lo que le fascinaba a Marías del cine: la capacidad del séptimo arte de duplicar la vida y de “irse a vivir a una película”. Aunque, añado yo, con moderación, para que no se te seque el juicio como le pasó a Don Quijote. También suscribo esas cualidades básicas que debe tener toda película si quiere ser fiel a lo que es el cine: visualidad, carácter personal e imaginación. Ejemplos: Hitchcock, Ford, Capra, Hawks, Wilder.
Junto a Juan Carlos Laviana, en la presentación del libro en una popular librería madrileña: a la derecha, Alfonso Basallo, autor de 'Julián Marías, crítico de cine'.
-¿Y discrepancias?
-Mis discrepancias con Marías son mínimas: no me entusiasma Greta Garbo, actriz con la que el filósofo vulnera esa cualidad básica del crítico que es la ecuanimidad; creo que están por encima Deborah Kerr, Audrey Hepburn o hasta Diane Keaton. En cambio, creo que es un genio Woody Allen, que Marías digiere mal, no porque yo esté de acuerdo con su visión de la vida sino por lo bien que retrata la neurosis del hombre contemporáneo, y porque, pese a su mareo existencial y a su egocentrismo, tiene cierta inquietud trascendente. Creo que Allen es un Unamuno pasado por Broadway. Quizá don Julián se hubiera convencido de ello de haber visto Match point, pero murió justo el año que la estrenaron.