Rey Balduino, ¿camino a los altares?
Hace años leí la magnífica biografía que el cardenal Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas y primado de Bélgica, escribió sobre el rey Balduino de los Belgas. La tituló Balduino, el secreto del Rey y siempre la he recomendado a quien quisiera conocer quién era de verdad el monarca. Ese prelado fue su confesor y, sin romper la intimidad y secreto que la confesión obliga, supo plasmar en su obra la enorme delicadeza interior, visión sobrenatural, olvido de sí mismo, desprendimiento de lo material, profunda alegría y constante amor por los demás que caracterizaba al monarca belga. Se ha escrito que amaba a la gente no por amor a Dios sino con el amor de Dios. Fue Suenens quien, siendo obispo auxiliar, aconsejó a Balduino encomendar su búsqueda de esposa a la Virgen de Lourdes. Encontró a Fabiola de Mora y Aragón, hija de los Marqueses de Casa Riera, perfecta compañera para él. A Balduino, por abdicación de su padre Leopoldo III, le tocó reinar desde muy joven, seguramente a su pesar, pero supo convertir en un servicio cotidiano, a veces con gran sacrificio, su labor como rey.
Algunos creen que los ricos o poderosos no pueden ser santos. Se equivocan. Hay ejemplos a raudales en la historia de las monarquías europeas, si viven con la fe, esperanza y caridad que se espera de un cristiano y con el altruismo que manifiesta quien sabe que su tesoro no está en esta tierra y que lo contingente no da la verdadera felicidad.
Un hombre de fe
La pobreza no consiste sólo en no tener nada sino en ser generoso con las cosas, con el tiempo –tan escaso–, y en el afecto a los demás, así como no apetecer lo material sino lo espiritual. Tras varios abortos, Balduino y Fabiola, no tuvieron hijos. Eso les causó un enorme dolor pero adoptaron como máxima de vida el ocuparse de que sus conciudadanos, y especialmente los más necesitados, vieran en ellos un apoyo, un consuelo, alguien a quien acudir en los momentos más duros. De este modo, así como el Rey Don Juan Carlos quiso ser «el Rey de todos los españoles», el rey Balduino fue el «padre de todos los belgas». Se sabía débil y confiaba en la fortaleza divina para seguir adelante. Su negativa a firmar en 1990 la Ley del Aborto fue una simple consecuencia de su vida de fe y una demostración de coherencia y abandono en las manos de Dios. Reinó como ejerciendo un sacerdocio, con la fiel compañía de su mujer, que, en su funeral, vistió de blanco para demostrar a los ojos del mundo que, para un católico, la muerte es solo el principio de la verdadera Vida, con mayúsculas: la de la visión beatífica de quien nos creó.
Su muerte, hace un cuarto de siglo en Villa Astrida, Motril, causó una abismal tristeza en todos quienes le conocían o habían tenido contacto con él, por mínimo que fuera. Pero, a la vez, una serenidad y una paz salpicada de intensa alegría al saber que el camino que recorrió en esta tierra había llegado, ascendiendo, hasta el cielo, su definitivo hogar. Algunos piensan que cuando se inicie su proceso de beatificación comenzará su camino hacia los altares. En realidad, ese camino se inició mucho antes. Desde que fue bautizado y fue fiel a Dios, con los errores que todos los hombres, santos incluidos, cometemos. Que él interceda para que esa España que tanto quiso salga adelante a pesar de las tensiones nacionalistas que él mismo sufrió en su patria. Ojalá el clamor popular para que se incoe su causa de beatificación sirva para que ésta se inicie.
Publicado en La Razón.