El bendito sínodo
Si nos dejamos llevar por el ruido y la superficialidad de nuestro ambiente cultural, si caemos víctimas del desconcierto y el análisis sectario, estamos desperdiciando una oportunidad magnífica.
En las pasadas semanas, he asistido con perplejidad al desarrollo del sínodo de los obispos. Como creyente, como madre de familia, como profesional de la comunicación, lo que ha acontecido en Roma ha zarandeado muchos de los resortes de mi vida y mi trabajo.
Tengo que confesar que mi primer acceso a lo que estaba sucediendo en el corazón de la cristiandad ha sido, precisamente, tratar de escuchar el latido de Dios. No deja de conmoverme que el Creador, omnipotente y eterno, siga saliendo al camino a buscarnos; que no aborrezca los extravíos de los hombres; que no se haya quemado con una civilización que apostata de Él, y que como consecuencia, muchas veces juega irresponsablemente con una de las realidades más bellas que se nos han regalado: la familia. Por eso, no temo confesar que he meditado muchos de los textos de las intervenciones cambiando pañales, y de camino al cole, y cogiendo en brazos a un niño mientras daba gracias a Dios después de la Eucaristía. Mis disculpas si lo que les cuento en algún punto tiene manchas de puré.
También debo confesar que he seguido lo justo el relato de los medios de comunicación convencionales. A estas alturas de la película, entiendo que la naturaleza de la Iglesia y la potencia sobrenatural del mensaje de Jesús no se pueden transmitir con cualquier clave. A veces por desconocimiento (otras por interés o por simple prisa) se aplican criterios ideológicos y políticos, y con ello se desvirtúa completamente lo que está pasando. Es como si yo le doy a mi hijo para comer arcilla, porque se parece al chocolate: le estoy envenenando con el contenido por muy verosímil que sea la apariencia. En pleno siglo XXI tenemos la fortuna de poder acceder de primera mano a las fuentes de la información: por ejemplo, a la página web del Vaticano.
Después de estas confesiones, reconozco que hay algo que me parece que no ha llegado al común de los mortales. Y me gustaría compartir algunos detalles, por si les sirven.
1. Es fundamental no confundir un chupete con una bombilla. Ninguno es mejor que otro: sencillamente tienen distintas funciones. Pues bien: un sínodo no puede redefinir el magisterio de la Iglesia. Este instrumento de diálogo fue un “invento” de Pablo VI, para asistir al ministerio del Sumo Pontífice. Me he cansado de oír: “La Iglesia ha cambiado porque el sínodo dice que…”. No lo olvidemos: la doctrina de la Iglesia no puede cambiar en un sínodo. Tan simple como eso.
2. Cuando un hijo intenta hacernos creer que sabe mucho más que nosotros, nos da la risa. La verdad es que nuestro Padre Dios debe alucinar con nuestras conjeturas y nuestros juicios: a veces vivimos como si Él no supiera qué se hace. Pedro está asistido por el Espíritu Santo. O sea, Francisco no actúa solo. En su labor de custodio de la fe, hay algo que supera sus posibilidades humanas. Nos puede gustar mucho o poco el carácter del Papa, nos puede fascinar o producir rechazo su estrategia al dirigir la Iglesia. Pero deberíamos preguntarnos si nuestros gustos personales y las lecturas (más o menos lícitas) de los comentaristas nos arrebatan la única certeza segura: que por encima de todo, el Espíritu asiste a su Iglesia; que Él ha querido que sea Francisco el que apaciente ahora el rebaño y que, en el momento en el que el papa ejerza su capacidad de hablar ex cathedra, no se podrá equivocar.
3. El niño que sabe que su madre le está cuidando no tiene miedo. Jesús nos ha prometido no dejarnos solos, ni un instante, hasta el fin de los tiempos. Y ¿entonces? Se escuchan aplausos desaforados por pretendidos cambios en el seno de la Iglesia. Se oyen gritos de escándalo en los que temen que, por fin, los signos de los tiempos hayan logrado traicionar el precioso legado de Jesús. Esas posturas son lógicas, pero no se corresponden fielmente con lo que está pasando. La Iglesia está formada por seres humanos, con sus virtudes y sus miserias, con su búsqueda (no siempre perfecta) de la verdad. Aunque algunos insistan en no creérselo, esos hombres y mujeres procuran vivir a la luz de la fe pero no irracionalmente. Porque razón y fe son compatibles, porque se puede encontrar la luz de Dios en medio de las tinieblas, ponerse en camino implica dialogar, testar las propias convicciones, abrirse a las perspectivas de otros para enriquecer las propias o para descartar pasos erróneos. En ese proceso, pueden romperse algunos esquemas y fortalecerse otros. Pero si nos hemos puesto bajo la protección del Espíritu de Dios, no hay nada que temer.
4. En los cuentos es importante que la ilustración refleje el contenido de la historia, o se produce una confusión de aúpa en el lector. Con frecuencia se nos ha ofrecido una foto de Roma como si aquello fuese el sínodo de las avispas. A mí me apena, sobre todo, que haya una parte preciosa del mensaje que se ha obviado. A nadie se nos oculta que las heridas por las que se desangra nuestra sociedad son graves; que las epidemias que destruyen el Amor también se contagian a la Iglesia. El Papa y sus ayudantes han tenido la valentía de practicar una cirugía a corazón abierto (con los riesgos que esto entraña). Y claro que ha salido putrefacción de la herida. Pero ¡cuánto espíritu de vida, también! Qué maravilla escuchar a tantos matrimonios que han hecho obvio que el Espíritu Santo está asistiendo a su Iglesia con una ternura y una creatividad extraordinarias; matrimonios que han recompuesto a otros; matrimonios que han crecido con confesiones religiosas distintas; matrimonios que han sabido acompañar (no con palabras, con obras asombrosas) a los heridos, a los estigmatizados, a los que veían agonizar su amor; matrimonios, que han sabido encarnar un erotismo sano que deje al Amor tomar cuerpo y que lo han hecho en medio de una cultura afectivamente enferma. Qué felicidad en sus rostros. Qué sabiduría en sus propuestas. Qué audacia en su entrega a Dios y a la humanidad. Jesús está vivo. La Iglesia sigue haciendo milagros con su poder. Y hay muchas realidades con las que sorprenderse y de las que aprender para contagiarlas a nuestro alrededor.
5. Hay días en los que crecer nos da pereza y preferimos que papá o mamá nos hagan todo. Las palabras con las que el Papa, al final del sínodo, diluyó su silencio deliberado no tienen pérdida. Se salen por la tangente del análisis de votos a favor y en contra. Nos advierte de cómo estamos tentados de dejarnos llevar por lo accesorio; de qué fácil nos desviamos de la propuesta de la Iglesia: acompañar, con misericordia y con verdad, el paso titubeante de la humanidad hacia Dios. ¿Estamos dispuestos a arriesgar, a construir, sin derrotismos, caminos hacia un amor renovado? ¿Estamos dispuestos a reconocer que los primeros protagonistas de esta historia somos cada uno de nosotros, y no el padre sinodal de turno?
Porque si este sínodo sirve para postrarnos a los pies de Jesús y, movidos por su Amor, ponernos en camino junto a Pedro… habrá merecido la pena. Si nos dejamos llevar por el ruido y la superficialidad de nuestro ambiente cultural, si caemos víctimas del desconcierto y el análisis sectario, estamos desperdiciando una oportunidad magnífica.
Dios vuelve a salir a nuestro camino. Él es el primer interesado en sanar a nuestras familias, en reconstruir con paciencia nuestra sociedad, en ver crecer en armonía a nuestros niños. Seguro que tenemos ya una mano monopolizada por el móvil. Que no se nos olvide dedicar la otra sólo a Él, a cogernos fuerte de su mano.
Tengo que confesar que mi primer acceso a lo que estaba sucediendo en el corazón de la cristiandad ha sido, precisamente, tratar de escuchar el latido de Dios. No deja de conmoverme que el Creador, omnipotente y eterno, siga saliendo al camino a buscarnos; que no aborrezca los extravíos de los hombres; que no se haya quemado con una civilización que apostata de Él, y que como consecuencia, muchas veces juega irresponsablemente con una de las realidades más bellas que se nos han regalado: la familia. Por eso, no temo confesar que he meditado muchos de los textos de las intervenciones cambiando pañales, y de camino al cole, y cogiendo en brazos a un niño mientras daba gracias a Dios después de la Eucaristía. Mis disculpas si lo que les cuento en algún punto tiene manchas de puré.
También debo confesar que he seguido lo justo el relato de los medios de comunicación convencionales. A estas alturas de la película, entiendo que la naturaleza de la Iglesia y la potencia sobrenatural del mensaje de Jesús no se pueden transmitir con cualquier clave. A veces por desconocimiento (otras por interés o por simple prisa) se aplican criterios ideológicos y políticos, y con ello se desvirtúa completamente lo que está pasando. Es como si yo le doy a mi hijo para comer arcilla, porque se parece al chocolate: le estoy envenenando con el contenido por muy verosímil que sea la apariencia. En pleno siglo XXI tenemos la fortuna de poder acceder de primera mano a las fuentes de la información: por ejemplo, a la página web del Vaticano.
Después de estas confesiones, reconozco que hay algo que me parece que no ha llegado al común de los mortales. Y me gustaría compartir algunos detalles, por si les sirven.
1. Es fundamental no confundir un chupete con una bombilla. Ninguno es mejor que otro: sencillamente tienen distintas funciones. Pues bien: un sínodo no puede redefinir el magisterio de la Iglesia. Este instrumento de diálogo fue un “invento” de Pablo VI, para asistir al ministerio del Sumo Pontífice. Me he cansado de oír: “La Iglesia ha cambiado porque el sínodo dice que…”. No lo olvidemos: la doctrina de la Iglesia no puede cambiar en un sínodo. Tan simple como eso.
2. Cuando un hijo intenta hacernos creer que sabe mucho más que nosotros, nos da la risa. La verdad es que nuestro Padre Dios debe alucinar con nuestras conjeturas y nuestros juicios: a veces vivimos como si Él no supiera qué se hace. Pedro está asistido por el Espíritu Santo. O sea, Francisco no actúa solo. En su labor de custodio de la fe, hay algo que supera sus posibilidades humanas. Nos puede gustar mucho o poco el carácter del Papa, nos puede fascinar o producir rechazo su estrategia al dirigir la Iglesia. Pero deberíamos preguntarnos si nuestros gustos personales y las lecturas (más o menos lícitas) de los comentaristas nos arrebatan la única certeza segura: que por encima de todo, el Espíritu asiste a su Iglesia; que Él ha querido que sea Francisco el que apaciente ahora el rebaño y que, en el momento en el que el papa ejerza su capacidad de hablar ex cathedra, no se podrá equivocar.
3. El niño que sabe que su madre le está cuidando no tiene miedo. Jesús nos ha prometido no dejarnos solos, ni un instante, hasta el fin de los tiempos. Y ¿entonces? Se escuchan aplausos desaforados por pretendidos cambios en el seno de la Iglesia. Se oyen gritos de escándalo en los que temen que, por fin, los signos de los tiempos hayan logrado traicionar el precioso legado de Jesús. Esas posturas son lógicas, pero no se corresponden fielmente con lo que está pasando. La Iglesia está formada por seres humanos, con sus virtudes y sus miserias, con su búsqueda (no siempre perfecta) de la verdad. Aunque algunos insistan en no creérselo, esos hombres y mujeres procuran vivir a la luz de la fe pero no irracionalmente. Porque razón y fe son compatibles, porque se puede encontrar la luz de Dios en medio de las tinieblas, ponerse en camino implica dialogar, testar las propias convicciones, abrirse a las perspectivas de otros para enriquecer las propias o para descartar pasos erróneos. En ese proceso, pueden romperse algunos esquemas y fortalecerse otros. Pero si nos hemos puesto bajo la protección del Espíritu de Dios, no hay nada que temer.
4. En los cuentos es importante que la ilustración refleje el contenido de la historia, o se produce una confusión de aúpa en el lector. Con frecuencia se nos ha ofrecido una foto de Roma como si aquello fuese el sínodo de las avispas. A mí me apena, sobre todo, que haya una parte preciosa del mensaje que se ha obviado. A nadie se nos oculta que las heridas por las que se desangra nuestra sociedad son graves; que las epidemias que destruyen el Amor también se contagian a la Iglesia. El Papa y sus ayudantes han tenido la valentía de practicar una cirugía a corazón abierto (con los riesgos que esto entraña). Y claro que ha salido putrefacción de la herida. Pero ¡cuánto espíritu de vida, también! Qué maravilla escuchar a tantos matrimonios que han hecho obvio que el Espíritu Santo está asistiendo a su Iglesia con una ternura y una creatividad extraordinarias; matrimonios que han recompuesto a otros; matrimonios que han crecido con confesiones religiosas distintas; matrimonios que han sabido acompañar (no con palabras, con obras asombrosas) a los heridos, a los estigmatizados, a los que veían agonizar su amor; matrimonios, que han sabido encarnar un erotismo sano que deje al Amor tomar cuerpo y que lo han hecho en medio de una cultura afectivamente enferma. Qué felicidad en sus rostros. Qué sabiduría en sus propuestas. Qué audacia en su entrega a Dios y a la humanidad. Jesús está vivo. La Iglesia sigue haciendo milagros con su poder. Y hay muchas realidades con las que sorprenderse y de las que aprender para contagiarlas a nuestro alrededor.
5. Hay días en los que crecer nos da pereza y preferimos que papá o mamá nos hagan todo. Las palabras con las que el Papa, al final del sínodo, diluyó su silencio deliberado no tienen pérdida. Se salen por la tangente del análisis de votos a favor y en contra. Nos advierte de cómo estamos tentados de dejarnos llevar por lo accesorio; de qué fácil nos desviamos de la propuesta de la Iglesia: acompañar, con misericordia y con verdad, el paso titubeante de la humanidad hacia Dios. ¿Estamos dispuestos a arriesgar, a construir, sin derrotismos, caminos hacia un amor renovado? ¿Estamos dispuestos a reconocer que los primeros protagonistas de esta historia somos cada uno de nosotros, y no el padre sinodal de turno?
Porque si este sínodo sirve para postrarnos a los pies de Jesús y, movidos por su Amor, ponernos en camino junto a Pedro… habrá merecido la pena. Si nos dejamos llevar por el ruido y la superficialidad de nuestro ambiente cultural, si caemos víctimas del desconcierto y el análisis sectario, estamos desperdiciando una oportunidad magnífica.
Dios vuelve a salir a nuestro camino. Él es el primer interesado en sanar a nuestras familias, en reconstruir con paciencia nuestra sociedad, en ver crecer en armonía a nuestros niños. Seguro que tenemos ya una mano monopolizada por el móvil. Que no se nos olvide dedicar la otra sólo a Él, a cogernos fuerte de su mano.
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