Roman Fringeli, ex capitán de la guardia suiza
Memorias de un ex guardaespaldas de Juan Pablo II
Durante 12 años, el ex capitán de la guardia suiza Roman Fringeli, fue entrenado y preparado para dar su vida por el Papa.
Durante 12 años, el ex capitán de la guardia suiza Roman Fringeli, fue entrenado y preparado para dar su vida por el Papa.
De 1987 a 1999, protegió al pronto beato Juan Pablo II, como uno de sus cinco guardaespaldas personales en los viajes papales, este periodo comprendió 15 viajes apostólicos a Asia, Europa África y las Américas.
Durante tres años y medio de este periodo, Fringeli lideró al contingente de guardias suizos que acompañaba al Papa Juan Pablo II cuando éste viajaba al extranjero. “Si se hubieran dado las circunstancias, habría dado mi vida por el Papa”, afirmó. “Éste era siempre mi pensamiento cuando viajábamos”.
Natural de Basilea, al norte de Suiza, Fringeli dejó el ejército del anciano pontífice hace alrededor de 10 años. Pero su entusiasmo permanece y está dispuesto a compartir sus felices, y a veces angustiosas, experiencias de estas importantes visitas.
Él recuerda vivamente cómo lucharon con gran trabajo para contener a una multitud en Nairobi, gritando a los militares en Mozambique que evitaran que una gran masa de gente se acercara demasiado al Papa, y enfrentando la difícil tarea de proteger al Papa frente a un millón de fieles en Seúl.
“Recuerdo Ruanda, durante una misa, habíamos tenido un aviso de un ataque terrorista aéreo”, contó. “¿Te lo puedes imaginar? Y justo allí fue donde cuatro años antes había tenido lugar el genocidio”.
En otro viaje, estando con el Papa en un viejo avión chárter, éste hizo tres intentos fallidos de aterrizaje por causa de la niebla. Después de ser desviados a Johannesburgo el contingente del Papa tuvo que viajar en coche a Lesotho, para llegar allí con el sonido de disparos de las fuerzas especiales que rescataban a un grupo de rehenes.
El Papa Juan Pablo II, que había ido a Maseru para beatificar al sacerdote misionero Joseph Gérard, visitó después a algunos de los heridos en el hospital. “Fue un viaje especial y terrible, Juan Pablo II quería ofrecer un mensaje de paz y lo hizo”, relata Fringeli.
Pero quizás su visita más problemática fue en Berlín en 1996. Grupos de anarquistas protestaban salvajemente, lanzando cosas al papamóvil mientras otros desfilaban desnudos mientras el Papa pasaba.
“De repente, esa gente demen te empezaron a lanzar globos rojos llenos de pintura a las ventanas del Papamóvil”. Recordó Fringeli que estaba situado detrás del vehículo papal, tratando de alejar a los manifestantes. “Me sentí avergonzado de Alemania por lo que pasó, la policía permitió a la multitud acercarse demasiado al Papamóvil y yo les pedía que los apartasen”.
Benedicto XVI visitará Berlín en septiembre y algunos están preocupados por que se repita este suceso. “Nunca sabes qué pasará en Berlín”, dijo Fringeli, “Puede aparecer de nuevo gente loca, pero Benedicto XVI es alemán y eso puede ayudar, también quizás la policía haga mejor su trabajo, controlando a las multitudes”.
También dijo Fringeli que le sorprendió ver que la policía alemana parecía asustada de tener que frenar a la multitud. “Ellos no querían tocarlos, especialmente en Paderborn, visita previa a Berlín, en África la policía usaba palos para mantenerlos lejos.
Pero en África, Fringeli encontró que la seguridad local podía ser demasiado dura. En el viaje que Juan Pablo II realizó a Yaoundé, capital de Camerún, el año 1995, él recuerda ver a un hombre con deficiencia mental que estaba deambulando frente al Papamóvil. La policía lo tomó por las piernas tirándolo al suelo “como un saco de patatas” , arrojándolo de nuevo a la multitud. Fringeli todavía estaba afectado por lo que vió, y lo definió como “terrible” y “escandaloso”.
Ni pistola, ni chaleco
La protección que el Vaticano da al Papa durante los viajes consiste en dos guardias suizos de paisano, un capitán y un cabo, y tres policías del Vaticano. El resto de protección la suministra las autoridades locales, además de ofrecer un coche al grupo del Vaticano.
Durante su periodo de servicio, Fringeli no usó chaleco antibalas, hubiera sido demasiado pesado y “mi protección era mi cuerpo”, dijo. Tampoco llevó nunca un arma. “¿Que puedes hacer con na pistola frente a una multitud?”, dijo. “Podrías matar a mucha gente, y lo mismo sucede en la basílica de la plaza de San Pedro o en una audiencia”.
En vez de eso, el confió mucho en su agudeza visual y en su entrenamiento personal. El ex guardia suiza me enseñó una foto suya vestido con un traje negro, caminando al lado de Juan Pablo II en una visita a Rumanía, con los ojos entrecerrados, fijos en la multitud que los rodeaba.
“Siempre estaba observando con detenimiento, buscando un movimiento repentino, alguien corriendo o saltando por encima de la vallas”, contó, “ese era mi cometido”.
Le pregunté qué pensó de la brecha de seguridad que se produjo en la basílica de San Pedro durante la misa de Medianoche en 2009, cuando una mujer saltó las vallas, cogió la sotana del Papa y tiró de él hasta tirarlo al suelo, con algunos otros de la procesión.
“Necesitas saber que está pasando en cuestión de un segundo”, dijo. “Normalmente, ésto es responsabilidad de la persona que está al lado del Papa, pero en esta ocasión todo sucedió muy rápido”.
Fringeli dice que él no es quien para enseñar a otros lo que hacer, pero en vez de tirarse encima de la mujer, el habría tratado de bloquearla y así mantenerla lejos del Papa. “Es un error tirarse encima de la persona ya que hay un riesgo de tirar al Papa contigo, que es lo que pasó”. De todas maneras, insistió, la seguridad del Vaticano “es muy buena” y está mejor equipada que en ese día concreto.
Naturalmente, Fringeli tiene muchos y buenos recuerdos del último Pontífice, y está encantado con la noticia de su beatificación. “Para mí, Juan Pablo II fue en Papa santo, como todos los papas que hemos tenido en estos dos o tres últimos siglos”, dijo.
Hizo hincapié en cómo Juan Pablo II siempre decía que Nuestra Señora lo protegía, así que puso su supervivencia en las manos de la Virgen desde el atentado contra su vida ocurrido en 1981.
“Fue un mensajero de paz”, dijo. “Algunos decían que hubiera sido mejor si hubiera estado más tiempo en el Vaticano y no viajando tanto, pero para el Papa no eran viajes de placer, tenía una agenda muy apretada que duraba el día entero”. Y él recuerda como mucha gente caminó varios días desde Zambia a Zimbabwe sólo para verlo. Los 104 viajes de Juan Pablo II fuera de Italia, estaban dedicadas a esas personas, especialmente de países pobres que nunca hubieran podido ir a Roma.
Fringeli recordó con cariño como Juan Pablo II siempre daba las gracias a su equipo de seguridad al final de cada viaje. Cuando era más joven el Papa, a menudo realizaba paseos espontáneos que no siempre se granjeaban las simpatías de los guardaespaldas. “No era fácil viajar con el Papa porque no sabías lo que él haría fuera del programa”, contó el ex guarda suizo. “Pero la experiencia ayuda mucho”.
Por lo que a él respecta, pese a las obligaciones de los viajes papales, siempre encontró ést os muy satisfactorios, y su entusiasmo nunca decaía. “Era extraño”, contó. “Durante el viaje te cansabas mucho, pero al final de cada uno de ellos siempre pensaba: ¿cuándo será el próximo? Era como una droga”.
Y por último rinde homenaje a dos figuras clave de los viajes apostólicos: el cardenal Roberto Tucci, el organizador de los viajes largos, a quien define como “un gran, gran hombre”, y Camilo Cibin, el último guardaespaldas de la policía vaticana, que protegió al Papa hasta que éste cumplió 80 años.
“Sin ninguno de los dos”, dijo, “el Papa no habría sido capaz de hacer ni uno de sus viajes”.
[Traducido del inglés por Carmen Álvarez]