SUFRE UNA FIBROMATOSIS EXTRAABDOMINAL AGRESIVA
62 años de edad, 20 tumbada boca abajo, 43 veces operada...y feliz
Una religiosa de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana en Valencia, Carmen Bonilla, asegura que su enfermedad «con la ayuda de Dios, hace que pueda ser feliz». «En realidad me ha dado una paz y una felicidad como nunca antes había sentido».
La religiosa Carmen Bonilla, perteneciente a la congregación Hermanas de la Caridad de Santa Ana en Valencia, de 62 años de edad y que permanece desde hace veinte tumbada boca abajo a consecuencia de una fibromatosis extraabdominal agresiva, ha afirmado, en declaraciones a la agencia AVAN, que «mi enfermedad, con la ayuda de Dios, hace que pueda ser feliz».
Según ha explicado, su dolencia le ha enseñado a «valorar y disfrutar mucho más todo lo que tengo», así como a «poder vivir no centrada en mí misma, como cuando estaba sana, sino pensando en los demás, ayudándoles en todo lo que puedo», lo que «en realidad me ha dado una paz y una felicidad como nunca antes había sentido». Todo ello «no sería posible si Dios y la Virgen no me ayudaran a superar los malos momentos».
Por eso, «en cierto modo esta enfermedad, pese a ser dura, es lo mejor que me ha pasado en la vida, así que doy gracias a Dios por permitir que la tenga», ha subrayado la religiosa, que es natural de Sevilla y permanece en Valencia desde hace más de cuarenta años.
Carmen Bonilla ha sido operada en 43 ocasiones para que le extirpen los numerosos quistes que periódicamente aparecen en la zona de sus glúteos y para cerrarla después con injertos de su propia carne. Además, su coxis ha sido parcialmente «cortado» y, a consecuencia de una herida crónica en él, que necesita todavía de curas todas las semanas, debe permanecer boca abajo de forma permanente. Por todo ello, su cuerpo está paralizado de cintura para abajo y, de hecho, la religiosa sufre una «invalidez permanente absoluta», según consta en su historial médico.
Las muñecas para el Tercer Mundo
Aun así, Bonilla puede incorporarse sobre sus antebrazos y mover con soltura las extremidades superiores. Gracias a ello, la religiosa lee a diario, come por ella misma y realiza muñecas de tela que después ofrece a cambio de donativos para personas sin recursos del Tercer Mundo a través de la fundación Juan Bonal, dependiente de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Igualmente, puede trasladarse por el convento en el que vive sobre una camilla de ruedas adaptada, que incluye una estructura de hierro rodeando sus piernas para evitar que las sábanas y las mantas le provoquen llagas.
Cuando con 33 años de edad comenzaron a aparecer los síntomas de su enfermedad, «me costó aceptarlo», ya que «sentía como si me hubieran cortado las alas o me hubieran partido por la mitad». En aquella época, la religiosa atendía a «niños de acogida» en un centro de su congregación en el barrio valenciano de Nazaret, lo que representaba para ella «una gran satisfacción», hasta el punto de que hoy día «es lo que más hecho en falta».
Desde entonces, además de su discapacidad y de «fuertes molestias» crónicas, ha pasado tres años con «dolores muy severos que casi no podía soportar» e incluso «durante una temporada tuve que estar permanentemente tumbada de lado porque tenía todo el abdomen pelado», lo que «reducía todavía más» su autonomía. «He llorado mucho, no entendía por qué me tenía que pasar esto», ha recordado.
Bonilla comenzó a aceptar su enfermedad a raíz de una peregrinación a Lourdes en el año 1992. «Era la primera vez que iba y, al ver a unos enfermos y discapacitados que llevaban su sufrimiento con sosiego y alegría, me pregunté dos cosas: ¿por qué no podía tener yo también una enfermedad como ellos? y ¿por qué no iba a poder afrontarla así de bien si se lo pedía a Dios y a la Virgen con fe?».
Desde entonces, la religiosa ha acudido todos los años al santuario francés. En las últimas ediciones, «ya no he pedido a Dios por mi curación, sino más bien por los sufrimientos de los demás», porque «yo ahora estoy en paz, pero sé que hay mucha gente que lo está pasando mal».
Bonilla ha añadido que, entre otros, «ofrezco también mi enfermedad al Señor especialmente por el Papa y mi congregación religiosa, por mi familia y, desde hace algún tiempo, también por las personas que se han quedado en paro con esta crisis».
La de Lourdes es la única salida al exterior que realiza la religiosa al cabo del año porque así lo desea ella misma, a pesar de que sus hermanas de congregación se ofrecen para acompañarla a otros lugares. El motivo es que «entonces tendrían que dejar de atender otras necesidades, y yo prefiero que hagan esas otras cosas». En las fiestas de Fallas, por ejemplo, las religiosas «me proponen llevarme» a ver algún monumento fallero, pero ella decide siempre quedarse en casa.
No obstante, en 2002 sus compañeras la acompañaron hasta la casa madre de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana en Zaragoza, como regalo por sus bodas de plata como religiosa. «Fue muy emocionante, porque allí profesé mis votos perpetuos y pude, además, visitar la basílica del Pilar», que es la patrona de la congregación.
Visitada por feligreses y alumnos
El testimonio de fe de la religiosa atrae desde hace años a grupos de feligreses y de estudiantes de parroquias y colegios valencianos. «Yo intento explicarles que hay que hacerse amigo de las cruces que cada uno tiene en su vida, porque si Dios las permite es porque con su ayuda podemos aceptarlas e incluso aprovecharlas para mejorar como personas, ser más felices y hacer más felices a los demás».
Asimismo, ayuda a sus visitantes a comprender que «lo importante no está en el tener sino en el ser». De hecho, a preguntas sobre la eutanasia o el aborto aplicados a personas con graves deficiencias físicas, responde que «la vida es digna siempre, porque lo digno es ser personas, independientemente de tener salud o no» y que «la vida la da Dios», por lo que «la muerte debe venir de forma natural, no provocada por nadie».
En una entrevista en la que se ha mostrado la mayor parte del tiempo sonriente, la religiosa se ha emocionado cuando ha recordado su infancia. Sus padres, «de condición humilde», murieron siendo menor de edad, por lo que ella y sus cinco hermanos tuvieron que ser tutelados por unos tíos e internados en un colegio de la localidad sevillana de Dos Hermanas regido por la misma congregación religiosa a la que ella pertenece.
Fue en esa escuela donde Bonilla comenzó a sentir su vocación a la vida religiosa. Antes incluso de ingresar en el centro escolar, se marchaba a escondidas de la casa de sus tíos para asistir a la primera misa de la mañana y «luego volvía corriendo a mi cama para que nadie notara que me había ido».
Ingresó en el instituto religioso en 1965. Sus primeros destinos fueron en la localidad valenciana de Utiel y en el Parque Colegio Santa Ana de Valencia. También ha estado en las casas de su congregación en Pilas (Sevilla) y Forcall (Castellón), entre otras.
En 1984, a consecuencia de su enfermedad, tuvo que ingresar en el hospital Casa de la Salud que su instituto religioso regenta en la ciudad de Valencia. «Entonces entré por mi propio pie, apoyada en un bastón, pero la enfermedad fue cada vez a más» y a los pocos años le obligó a permanecer en la cama tumbada boca abajo.
La religiosa ha pasado más de veinte años en la habitación 414 del centro hospitalario. El pasado mes de octubre, ella misma solicitó el cambio a la casa de la congregación que hay anexa a la clínica. Su petición obedeció a que, «a pesar de que allí tenía muchos amigos y estaba a gusto, no podía hacer vida de comunidad, y yo entré a la congregación para esto, para estar junto a mis hermanas». Pese a que la adaptación a su nuevo destino «conlleva también sus pequeñas dificultades», ha asegurado que se siente «contenta» y que «aquí me tratan también muy bien y sigo recibiendo la ayuda de mis hermanas de sangre y de congregación».
Bonilla se despierta todas las mañanas a las 5.30 horas para rezar. Después, participa en la misa, siguiéndola a través de un altavoz que hay en su habitación. Los domingos, sin embargo, se traslada por ella misma con su camilla hasta la capilla para la eucaristía. Por las tardes, se une también en la capilla a su comunidad religiosa para adorar al Santísimo. Y en otros momentos del día, visita el santuario a solas. «Me gusta estar allí con poca luz, en intimidad con el Señor», ha comentado. «Necesito la oración para vivir; sin ella no sería nada», ha remarcado.
Una de sus principales «inspiraciones» para afrontar su situación es «la Pasión de Nuestro Señor, porque Él, siendo Dios, quiso sufrir voluntariamente hasta la muerte por el amor que nos tiene a todos».