BEATIFICACIÓN EN LINARES
Un modelo de fe en la persecución y de alegría en el dolor, la parálisis y la pobreza
El periodista Manuel Lozano Garrido, «Lolo», fue elevado a los altares ante veinte mil personas, y el Papa se ha unido a la celebración este domingo con expresivas palabras dirigidas tras el Angelus a los españoles.
Es el primer periodista laico beato, y la rapidez del proceso ha hecho felices a todos los que le conocieron. Manuel Lozano Garrido, «Lolo», murió en 1971 a los 51 años de edad, convertido en «un amasijo retorcido de huesos doloridos», pero hoy disfruta de la gloria de la Iglesia.
El encargado de proclamarla fue monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en presencia de una nutrida representación del episcopado español, con el cardenal Antonio María Rouco Varela, su presidente, y monseñor Ramón del Hoyo López, obispo de Jaén, a la cabeza.
Casi veinte mil personas ocuparon el nuevo recinto ferial de Linares, la ciudad donde nació en 1920, engalanada para la ocasión y que puso en marcha un importante dispositivo de organización para acoger ordenadamente a los fieles.
Los momentos más emotivos tuvieron lugar cuando Amato hizo un repaso por la ejemplar vida de Lolo. Estuvo tres meses en prisión durante la Guerra Civil por llevar clandestinamente la Sagrada Eucaristía, pero en cuanto tuvo ocasión perdonó a quien le había delatado.
Cuando tenía 22 años se le detectó una espondilitis (parálisis progresiva) que le tuvo un cuarto de siglo en silla de ruedas. Pero a cada miembro que iba cediendo a la enfermedad, él redoblaba su fuerza de voluntad, subrayó monseñor Amato: «Nunca se quejó ni habló de sí mismo. Cuando cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda. Cuando también la izquierda se paraliza, dicta a un magnetófono. Y así, se convierte en escritor y periodista incansable» desde su postración física.
Que no intelectual ni moral. Escribió nueve libros, además de numerosos cuentos, poemas, ensayos y cerca de cuatrocientos artículos de periódico en diarios locales y nacionales. Y «transformó el calvario de su sufrimiento en gloria», ofreciendo a Dios por los demás sus propios dolores, que describía como un constante alfiler en cada célula de su cuerpo. Los últimos nueve años de su vida los pasó ciego, y murió en la más absoluta pobreza.
Pero siempre repartiendo alegría con todos los que le rodeaban, la cualidad que más recuerdan sus paisanos, familiares y amigos.
El proceso de beatificación se abrió en 1994, concluyó un años después, y en noviembre de 2009 Benedicto XVI aprobó el milagro obrado por su intercesión que ha permitido que pueda ser ya venerado públicamente como beato.
Este domingo fue el mismo Papa quien recordó a Lolo, en unas palabras dirigidas tras el Angelus a los peregrinos españoles presentes en la Plaza de San Pedro. Manuel Lozano Garrido fue, dijo Benedicto XVI, un «fiel laico que supo irradiar con su ejemplo y sus escritos el amor a Dios, incluso entre las dolencias que lo tuvieron sujeto a una silla de ruedas durante casi veintiocho años. Al final de su vida perdió también la vista, pero siguió ganando los corazones para Cristo con su alegría serena y su fe inquebrantable. Los periodistas podrán encontrar en él un testimonio elocuente del bien que se puede hacer cuando la pluma refleja la grandeza del alma y se pone al servicio de la verdad y las causas nobles».
El encargado de proclamarla fue monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en presencia de una nutrida representación del episcopado español, con el cardenal Antonio María Rouco Varela, su presidente, y monseñor Ramón del Hoyo López, obispo de Jaén, a la cabeza.
Casi veinte mil personas ocuparon el nuevo recinto ferial de Linares, la ciudad donde nació en 1920, engalanada para la ocasión y que puso en marcha un importante dispositivo de organización para acoger ordenadamente a los fieles.
Los momentos más emotivos tuvieron lugar cuando Amato hizo un repaso por la ejemplar vida de Lolo. Estuvo tres meses en prisión durante la Guerra Civil por llevar clandestinamente la Sagrada Eucaristía, pero en cuanto tuvo ocasión perdonó a quien le había delatado.
Cuando tenía 22 años se le detectó una espondilitis (parálisis progresiva) que le tuvo un cuarto de siglo en silla de ruedas. Pero a cada miembro que iba cediendo a la enfermedad, él redoblaba su fuerza de voluntad, subrayó monseñor Amato: «Nunca se quejó ni habló de sí mismo. Cuando cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda. Cuando también la izquierda se paraliza, dicta a un magnetófono. Y así, se convierte en escritor y periodista incansable» desde su postración física.
Que no intelectual ni moral. Escribió nueve libros, además de numerosos cuentos, poemas, ensayos y cerca de cuatrocientos artículos de periódico en diarios locales y nacionales. Y «transformó el calvario de su sufrimiento en gloria», ofreciendo a Dios por los demás sus propios dolores, que describía como un constante alfiler en cada célula de su cuerpo. Los últimos nueve años de su vida los pasó ciego, y murió en la más absoluta pobreza.
Pero siempre repartiendo alegría con todos los que le rodeaban, la cualidad que más recuerdan sus paisanos, familiares y amigos.
El proceso de beatificación se abrió en 1994, concluyó un años después, y en noviembre de 2009 Benedicto XVI aprobó el milagro obrado por su intercesión que ha permitido que pueda ser ya venerado públicamente como beato.
Este domingo fue el mismo Papa quien recordó a Lolo, en unas palabras dirigidas tras el Angelus a los peregrinos españoles presentes en la Plaza de San Pedro. Manuel Lozano Garrido fue, dijo Benedicto XVI, un «fiel laico que supo irradiar con su ejemplo y sus escritos el amor a Dios, incluso entre las dolencias que lo tuvieron sujeto a una silla de ruedas durante casi veintiocho años. Al final de su vida perdió también la vista, pero siguió ganando los corazones para Cristo con su alegría serena y su fe inquebrantable. Los periodistas podrán encontrar en él un testimonio elocuente del bien que se puede hacer cuando la pluma refleja la grandeza del alma y se pone al servicio de la verdad y las causas nobles».
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