Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

ARRANCA EL MES DE MARÍA

El arzobispo de Burgos explica el sentido de una devoción popular vinculada al Rosario

Son palabras sobre la Virgen María que él mismo confiesa haber interpretado al principio como expresión de piedad. Pero su sentido teológico, ya revelado en el tradicional catecismo del padre Gaspar Astete, remite directamente a nuestra salvación eterna.

C.L./ReL

Francisco Gil Hellín
Francisco Gil Hellín
Antes de empezar el rosario o antes de la letanía que lo concluye, es costumbre rezar tres avemarías precedidas por una triple invocación: «Dios te salve María, madre de Dios Hijo... hija de Dios Padre... esposa de Dios Espíritu Santo».

No son sólo una devoción popular en filial homenaje a la Santísima Virgen. Aunque el mismo arzobispo de Burgos también lo pensó así la primera vez que las oyó, después ha descubierto que «tienen gran enjundia teológica», y dedica su carta pastoral del 2 de mayo, al inicio del mes de la Virgen, a explicarlas.

«María engendró en el tiempo el mismo Hijo que el Padre engendró en la eternidad. De tal manera que no es heterodoxo afirmar que el Padre y María han tenido el mismo Hijo», dice monseñor Francisco Gil Hellín respecto a la primera invocación.

En cuanto a la segunda, recuerda que el Concilio de Éfeso definió «no que María sea madre del hombre Jesús, sino que es Madre de Dios, Madre de la única Persona –la segunda de la Trinidad- que tiene dos naturalezas distintas y, a la vez, unidas en esa Persona».

Por último, la Virgen es Esposa del Espíritu Santo en sentido estrico, pues, como dice el tradicional catecismo del padre Gaspar Astete, citado por el prelado, «en las entrañas purísimas de la Virgen María, el Espíritu Santo formó un cuerpo perfectísimo, creó de la nada un alma y la unió a aquel cuerpo; y, de este modo, el que antes era Dios, sin dejar de serlo, quedó hecho hombre».

La importancia de esta triple vinculación de la Virgen con la Santísima Trinidad es crucial para nosotros, pues «la historia de la salvación, tal y como Dios la planificó desde toda la eternidad, no se habría podido realizar sin el concurso –libre y consciente- de Maria». En consecuencia, «la devoción a María no es un lujo sino una necesidad. El que excluya a Maria de su vida, excluye a Dios y a su plan de salvación», remata monseñor Gil Hellín.
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