Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

NADIE REZA Y HAY UN POSTER CON UN HOMBRE DESNUDO

Los «curas rojos» de Entrevías siguen pisoteando la liturgia con «misas» en las que se fuma

Tres años después de que el cardenal Rouco Varela decidiera convertir la parroquia de san Carlos Borromeo en un centro asistencial diocesano, los llamados «curas rojos» del barrio madrileño de Entrevías, en Madrid, siguen celebrando en total desacuerdo con las normas litúrgicas una suerte de «misas», que, alejadas del misterio y el sacrificio, sólo son «asambleas».

Alba

José Bono comulga en la parroquia de Entrevías, junto a Pedro Zerolo.
José Bono comulga en la parroquia de Entrevías, junto a Pedro Zerolo.
Es tercer domingo de Pascua. En Vallecas cae una lluvia gris, mansa y constante, y los portones de la iglesia de San Carlos Borromeo permanecen cerrados. La celebración de la eucaristía no tendrá lugar en la nave central del templo, sino en el almacén anejo a la parte trasera del edificio. La única misa de la semana está programada para la una de la tarde, pero a la iglesia de Entrevías la feligresía va llegando poco a poco, sin prisas; parecen estar al tanto de que el horario cumple una labor orientativa.
 
Son pocos los asistentes, en total no llegan a las cuarenta personas. La mayoría son jubilados que, una vez sentados en los bancos, charlan en animada conversación. Una pareja y una pandilla de treintañeros de aspecto bohemio son las únicas trazas de juventud que se ve en la ex parroquia, hoy reconvertida en centro social. Dispersos por los bancos se ve a varias personas solitarias y de aspecto marginal.
 
Salvo un gran Cristo atado a la pared con cadenas, nada en la decoración o en la atmósfera recuerda a un iglesia: no hay sagrario, las especies eucarísticas -unas hogazas de pan cortadas en grandes trozos y un par de copas de cristal llenas de vino- permanecen desde el principio expuestas sobre una mesa que hace las veces de altar, la gente habla en tono coloquial entre sí, nadie reza o se santigua, varias personas fuman, el suelo está sucio y pegajoso y en una de las paredes laterales luce el mural de un hombre desnudo.
 
De la mano de Iniesta
Por fin, con un retraso de quince minutos, el sacerdote Javier Baeza hace acto de presencia; es un hombre barbado y de complexión robusta. Entra vestido de paisano, y, tras darse unos cuantos besos y abrazos con algunos de los fieles, se sienta en un taburete a los pies de la mesa-altar. Baeza es uno de los tres sacerdotes que, junto con Enrique de Castro y José Díaz, administra el centro pastoral.
 
Los problemas de estos tres presbíteros con la Archidiócesis de Madrid a raíz de sus abusos litúrgicos y la heterodoxia de su doctrina vienen de lejos. Castro aterrizó en Vallecas en 1981 bajo el patrocinio de Alberto Iniesta, obispo auxiliar del cardenal Tarancón.
 
Tal y como reconoce Castro en la web de San Carlos Borromeo: «Alberto estaba preocupado por la marcada tendencia ultraderechista de esta parroquia en la que circulaban abiertamente El Alcázar y Fuerza Nueva y quería vincularla a la renovación que ya se empezaba a respirar en Vallecas».
 
La renovación espiritual que buscaba la Iglesia Castro la entendió en términos políticos. El propio sacerdote, refiriéndose a las actividades que por entonces puso en marcha, afirma que «así fuimos descubriendo que esta fe, que nos aglutinaba y hacía superar los miedos, que nos daba fuerzas para luchar juntos por la vida y nos hacía soñar que era posible nuestro cambio y la utopía, más que religiosa, era y es un elemento humano poderosísimo».
 
El crecimiento del barrio y la heterodoxia de las prédicas que se escuchan hizo que muchos fieles huyeran de San Carlos Borromeo para incorporarse a las cercanas parroquias de San Francisco de Sales y de Santa Eulalia de Mérida. De este modo, el templo pasó a especializarse en la atención a los pobres y marginados.
 
Campaña mediática
Atraídos por la ideología de Castro, con los años llegaron Baeza y Díaz, y la politización del templo no hizo más que aumentar. Díaz, en la web del centro, asegura que «la jerarquía ha traicionado el Evangelio. Ha puesto su objetivo dentro de las formas de la propia Iglesia, en el ropaje externo y se ha olvidado de lo fundamental, que es el ser humano. (…) Esta forma de actuar está alejando a la jerarquía de la sociedad y de los mismos cristianos».
 
En 2007 el arzobispado de Madrid intentó poner orden. El propósito original era convertir las instalaciones de San Carlos, que pertenecen a la diócesis, en un centro social dirigido por Cáritas, al que seguirían adscritos los tres curas. No pudo ser. La campaña mediática orquestada por los tres presbíteros, a la que se sumó gran parte de la izquierda española, consiguió lo que pretendía: politizar un conflicto intraeclesial para convertirlo en un pulso contra la jerarquía de la Iglesia católica.
 
El decreto del 10 de diciembre de 2007 transformó a los tres sacerdotes en los capellanes del nuevo Centro Social San Carlos Borromeo y les pidió que desarrollasen su acción pastoral «visibilizando la comunión eclesial». Una comunión que resulta difícil de percibir.

* Reportaje íntegro en el número 274 del semanario, desde este viernes 23 en los quioscos de España.
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