Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

LO PRESENTAN COMO ENEMIGO

Los seis grandes frentes de ataque para la estrategia de acoso y derribo a Benedicto XVI

Los ataques a Benedicto XVI, recrudecidos en las últimas semanas a cuenta de los escándalos de abusos a menores perpetrados por clérigos católicos, se han reproducido con insistencioa desde hace tiempo, presentándole como el enemigo número uno de judíos y musulmanes, así como del ecumenismo cristiano, de la razón y del Concilio Vaticano II.

Sandro Magister/L´Espresso

Benedicto XVI pronuncia su discurso en Ratisbona
Benedicto XVI pronuncia su discurso en Ratisbona
El ataque que golpea al Papa Joseph Ratzinger con el arma del escándalo, ofrecido por sacerdotes de su Iglesia, es una constante de este pontificado porque una y otra vez, en un terreno diferente, se golpea en Benedicto XVI justamente al hombre que ha obrado y obra, en ese mismo terreno, con más clarividencia, con más determinación y con más fruto.

 
«Enemigo» del Islam
La tempestad que siguió a su exposición en Ratisbona, el 12 de diciembre de 2006, ha sido la primera de la serie. Se acusó a Benedicto XVI de ser enemigo del Islam y un partidario incendiario del desencuentro entre las civilizaciones. Justamente a él que con una lucidez y un coraje único había desvelado donde se fundamenta la raíz última de la violencia, en una idea de Dios mutilada por la racionalidad, y luego había dicho también cómo vencerla.

Las agresiones e inclusive los asesinatos que siguieron a sus palabras confirmaron dolorosamente la probidad de sus palabras. Pero que él había dado en el blanco ha sido confirmado sobre todo por los pasos de diálogo entre la Iglesia Católica y el Islam que se registraron a continuación – no contra, sino gracias a la exposición de Ratisbona –, de los cuales la carta al Papa de 138 sabios musulmanes y la visita a la Mezquita Azul de Estambul han sido los signos más evidentes y prometedores.

Con Benedicto XVI, el diálogo entre el cristianismo y el Islam, al igual que con las otras religiones, avanza hoy con una conciencia más nítida sobre lo que distingue - la fuerza de la fe - y sobre lo que puede unir - la ley natural escrita por Dios en el corazón de cada hombre.

«Enemigo» de la razón
Una segunda oleada de acusaciones contra el Papa Benedicto lo presenta como un enemigo de la razón moderna, y en particular de su suprema expresión: la ciencia. La cima de esta campaña hostil fue alcanzada en enero de 2008, cuando los profesores obligaron al Papa a cancelar una visita a la principal universidad de su diócesis: la Universidad de Roma «La Sapienza».

Sin embargo – como antes en Ratisbona y luego en París, en el Collège des Bernardins el 12 de setiembre de 2008 – el discurso que el Papa intentó dirigir a la Universidad de Roma era una formidable defensa del nexo indisoluble entre fe y razón, entre verdad y libertad: «No vengo a imponer la fe, sino a alentar la valentía por la verdad».

La paradoja es que Benedicto XV es un gran «iluminista» en una época en la que la verdad tiene pocos defensores y la duda hace de patrón de ella, hasta pretender quitarle la palabra.
 
«Enemigo» del Concilio Vaticano II
Una tercera acusación arrojada sistemáticamente contra Benedicto XVI es la de ser un tradicionalista replegado en el pasado, enemigo de las novedades aportadas por el Concilio Vaticano II.

Su discurso a la curia romana, el 22 de diciembre de 2005, sobre la interpretación del Concilio y luego, en el 2007, la liberalización del rito antiguo de la Misa serían las pruebas con las que cuentan sus acusadores.

En realidad, la Tradición a la que Benedicto XVI es fiel es la de la gran historia de la Iglesia, desde los orígenes hasta hoy, lo cual no tiene nada que ver con una formalista adhesión al pasado. En el citado discurso a la curia, para ejemplificar la «reforma en la continuidad» representada por el Vaticano II, el Papa ha planteado la cuestión de la libertad religiosa. Para afirmarla en modo pleno – ha explicado – el Concilio ha debido retornar a los orígenes de la Iglesia, a los primeros mártires, a ese «patrimonio profundo» de la Tradición cristiana que se había extraviado en los siglos más recientes y que ha sido reencontrada también gracias a la crítica de la razón iluminista.

En cuanto a la liturgia, si hay un auténtico continuador del gran movimiento litúrgico que floreció en la Iglesia entre el siglo XIX y el siglo XX, desde Prosper Guéranger a Romano Guardini, éste es precisamente Ratzinger.

 
«Enemigo» del ecumenismo
Un cuarto terreno de ataque es contiguo al anterior. Se acusa a Benedicto XVI de haber ahondado el ecumenismo, de anteponer el abrazo con los lefebvrianos al diálogo con las otras confesiones cristianas.

Pero los hechos dicen lo contrario. Desde el momento que Ratzinger es Papa, el camino de reconciliación con las Iglesias de Oriente ha dado pasos extraordinarios hacia adelante, tanto con las Iglesias bizantinas que tienen como cabeza al patriarcado ecuménico de Constantinopla, como – es la novedad más sorprendente – con el patriarcado de Moscú.

Y si ha acontecido esto, es precisamente por la reavivada fidelidad a la gran Tradición – comenzando por la del primer milenio – que distingue a este Papa, más del alma de las Iglesias de Oriente.

Sobre la vertiente de Occidente, es también el amor de la Tradición lo que impulsa a personas y grupos de la Comunión Anglicana a solicitar el ingreso a la Iglesia de Roma.

Respecto a los lefebvrianos, lo que obstaculiza su reingreso a la Iglesia es justamente su estar atados a formas pasadas de Iglesia y de doctrina erróneamente identificadas con la Tradición perenne. La revocación de la excomunión a sus cuatro obispos, en enero de 2009, no ha modificado en nada el estado de cisma en el cual ellos permanecen, de la misma manera que la revocación en 1964 de las excomuniones entre Roma y Constantinopla no ha sanado el cisma entre Oriente y Occidente, pero ha posibilitado un diálogo que culmina en la unidad.

 
«Enemigo» de los judíos
Entre los cuatro obispos lefebvristas a los que Benedicto XVI ha revocado la excomunión estaba el inglés Richard Williamson, antisemita y negador del Shoah [Holocausto]. En el rito antiguo permitido, hay una oración para que los judíos «reconozcan a Jesucristo salvador de todos los hombres».

Estos y otros hechos han contribuido a alimentar una persistente protesta del mundo judío contra el actual Papa, con notables aristas de radicalidad. Y un quinto terreno de acusación.

La última arma de esta protesta ha sido un pasaje del sermón pronunciado en la basílica de San Pedro, el Viernes Santo en presencia del Papa, por el predicador de la casa pontificia, el padre Raniero Cantalamessa. El pasaje cuestionado era una cita de una carta escrita por un judío, pero no obstante esto la polémica se ha orientado exclusivamente contra el Papa.

Ahora bien, nada es más contradictorio que acusar a Benedicto XVI de enemistad con los judíos.

Porque ningún otro Papa, antes que él, se ha esforzado tanto en avanzar para definir una visión positiva del vínculo entre cristianismo y judaísmo, quedando en pie la división capital sobre el reconocimiento o no de Jesús como Hijo de Dios. En el primer tomo de su «Jesús de Nazaret», publicado en el 2007 – y próximo a ser completado por el segundo tomo –, Benedicto XVI ha redactado a propósito de ello páginas luminosas, en diálogo con un rabino americano que todavía vive.

Y numerosos judíos ven efectivamente en Ratzinger a un amigo. Pero en los medios de comunicación internacionales hay otra cosa. Allí está casi solitario el «fuego amigo» que resuena estruendosamente, por parte de judíos que golpean al Papa que más los comprende y los ama.
 
«Encubridor» de abusos
Por último, una sexta pieza acusatoria – actualísima – contra Ratzinger es de haber «encubierto» el escándalo de los sacerdotes que han abusado sexualmente de niños.

También aquí la acusación atropella justamente al hombre que ha hecho más que nadie, en la jerarquía de la Iglesia, para sanar este escándalo.

Con efectos positivos que aquí y allá ya se pueden mensurar. En particular en Estados Unidos, donde la incidencia del fenómeno entre el clero católico ha disminuido netamente en los últimos años.

Pero allí donde, como en Irlanda, la llaga está todavía abierta, siempre ha sido Benedicto XVI quien impuso a la Iglesia de ese país ponerse en estado penitencial, a lo largo de un severo camino trazado por él en una carta pastoral del 19 de marzo pasado que no tiene precedentes.

De hecho, la campaña internacional contra la pedofilia tiene hoy un único y verdadero blanco: el Papa. Los casos descubiertos del pasado son en cada momento los que se calcula pueden ser utilizados en contra de él, tanto cuando era arzobispo de Munich, como cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, más el apéndice de Ratisbona, durante los años en que el hermano del Papa, Georg, dirigía el coro de niños de la catedral.

Una pregunta
Los seis campos de acusación contra Benedicto XVI, hasta aquí mencionados, plantean una pregunta.

¿Por qué este Papa es atacado de este modo, desde afuera de la Iglesia pero también desde adentro, a pesar de su evidente inocencia respecto a las acusaciones?

Un principio de respuesta es que él es atacado sistemáticamente precisamente por lo que hace, por lo que dice, por lo que es.
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