Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La TDT, el reflejo opuesto de nuestra sociedad

Una separación tan clara entre el sí sí y el no no, refleja pobremente la sociedad actual., amiga de componendas, del "todo depende". Causan escalofríos palabras como coherencia, autenticidad, verdad

José F. Vaquero

Con la abundancia de temas y polémicas que están saltando en estos días a la opinión pública, se nos pueden traspapelar las dos muertes que hemos celebrado la semana pasada, muy distintas ambas, pero coincidentes en el tiempo. La primera y más evidente, celebrada con solemnidad y sobriedad en Valladolid, o con la alegría temperamental de Sevilla, es la de Jesucristo. La segunda, más olvidada, pero muy presente en muchos pueblitos, es la de la televisión analógica, esa «caja tonta» siempre encendida, pero que sin darnos cuenta tanto nos influye.
 
Ha muerto la televisión analógica, convencional, y ya sólo tenemos TDT, Televisión Digital Terrestre. La tele de toda la vida necesita un aparatejo que nos permita seguir viendo imágenes en esa pantalla. ¿Por qué me llama la atención esta muerte, o este avance? Creo que es el reflejo opuesto de la sociedad en la que estamos inmersos. La diferencia principal entre una y otra consiste, para el televidente de a pie, en que la TDT o se ve, o no se ve; no hay punto medio. O tenemos señal, o no la tenemos; no hay interferencias, pero tampoco la posibilidad de ver una cadena que más o menos captábamos. Y una separación tan clara entre el sí sí y el no no, refleja pobremente la sociedad actual., amiga de componendas, del «todo depende». Causan escalofríos palabras como coherencia, autenticidad, verdad.
 
Criticamos con grandes voces a Benedicto XVI, cómplice en tramas de pedofilia, y olvidamos que fue él, precisamente él, quien más ha espoleado a la Iglesia con estos temas, primero como prefecto de la Congregación de la Fe, y luego como Santo Padre. Le calificamos de frío calculador, y olvidamos sus duros discursos contra abusadores y sus reuniones con las víctimas y sus familiares.
 
Criticamos al P. Cantalamessa, un humilde capuchino, predicador de la casa pontificia pero desconocido para muchos hasta hace una semana. Criticamos su comparación (la de su amigo judío, apunto) entre las críticas al Papa por el antisemitismo y las críticas actuales, y olvidamos el 95 por ciento de esa misma homilía, en defensa de la mujer, sobre todo de la mujer víctima de la violencia. ¿O será que los periodistas, con la prisa del mundo actual, sólo han leído el último párrafo?
 
Criticamos la injusta y terrible violencia de una corrida de toros, contra el pobre animal que sufre un trauma tremendo (mucho menos que el de los cerdos en el matadero, un detalle sin importancia). Defendemos al pobre animal, víctima del sofisma de «la fiesta nacional», y olvidamos un crimen más atroz, perpetrado contra un inocente y sin darle siquiera la posibilidad de defenderse, como sucede en el aborto. Un crimen más atroz, cuanto lo práctica un médico, «salvador de cuerpos», con el consentimiento, o eso dicen, de la madre.
Criticamos la violencia de niños y adolescentes, ante casos tan dolorosos como el de Cristina Martín, la niña asesinada, o dejada morir, en Seseña. Pero a la vez damos como principal alimento a esos niños y adolescentes juegos, películas y vídeos llenos de violencia, donde lo principal es destruir al enemigo, aniquilarlo a cualquier precio, para conseguir yo, y sólo yo, mis propios objetivos personales. «Sólo así afirmo mi libertad, lo más sagrado que tengo», les incitamos a decir.
 
Mi musa optimista me está tirando de las orejas. ¿Hay algo de coherencia en este esperpento, tan parecido a las Luces de Bohemia de Valle-Inclán? ¿O vivimos rodeados de la incoherencia, lo absurdo, el sinsentido, sin más salida que caminar a ciegas en esta oscuridad? Alguien expresó como norma de conducta «Sea tu palabra sí sí, o no no; lo que de ahí pasa, del mal procede». Y poco tiempo después fue humillado, burlado, vejado, crucificado como el peor de los criminales.
 
Sin embargo, a los tres días resucitó, mostrándose vencedor del mal y el pecado, y confirmándonos en su doctrina. Desde entonces, una tumba vacía nos recuerda que el bien triunfa y triunfará, que en medio de la oscuridad brilla la luz, aunque nos impresiona más un acto de incoherencia que mil coherencias calladas y heroicas.
 
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