LA CONSTITUCIÓN OBLIGA A SER MUSULMÁN
Unos 300.000 malayos ocultan su conversión a Cristo por miedo a las represalias del Islam
Bajo pena de ser acusados de apóstatas por la Sharia islámica, alrededor de 300.000 musulmanes de la etnia malaya ocultan que se han cambiado de religión, una doble vida que desconocen hasta sus familias. La Constitución de Malasia les obliga a profesar el Islam y si no lo hacen, las consecuencias pueden ser terribles: cárcel y cursos de reeducación.
Bajo su brillante fachada como directivo de una multinacional americana, Francis, el nombre con el que oculta su identidad real por miedo, guarda un secreto que no conocen ni su familia ni sus amigos. Francis no es un asesino en serie, ni un violador de niños, ni un ladrón y ni siquiera defrauda a Hacienda, pero podría ser considerado un criminal en Malasia.
A ojos de la «Sharía», la ley islámica que impera en Malasia para los musulmanes, es algo incluso peor: un apóstata. Y es que Francis se convirtió al cristianismo hace ya ocho años. Evidentemente, lo hizo en secreto, ya que en caso de ser descubierto podría dar con sus huesos entre rejas y seguir un curso de reeducación.
Y todo porque tuvo la mala fortuna de nacer malayo, la etnia mayoritaria en Malasia y que, por obra y gracia del artículo 160 de la Constitución, es musulmana por ley. Aunque los malayos pueden profesar el islam con más o menos intensidad, e incluso hay muchos que no acuden a orar a la mezquita y hasta beben alcohol, no pueden elegir otra religión, ya que serían acusados de apostasía.
«Se trata de un caso único en el mundo porque, en pleno siglo XXI y en un país moderno y desarrollado como Malasia, no podemos ejercer un derecho básico de todo ser humano como es escoger nuestras creencias», se queja amargamente Francis, quien habla en nombre de los 300.000 conversos ocultos que se calcula viven en este país del sureste asiático.
El viaje a EE.UU. le cambió
Nacido en 1968 en el seno de una familia que él define como «muy islámica», leyó el Corán entero tres veces entre los 12 y los 14 años por orden de su madre, quien era tan devota que incluso había estudiado árabe en su juventud. «Sin embargo, tenía muchas dudas y a los 16 años empecé a preguntarme por mi fe en Alá», recuerda Francis, quien entró en contacto con la religión católica cuando se marchó a estudiar a EE.UU.
Allí, donde vivía con una familia que le invitó a ir a misa en Navidad, tuvo una experiencia mística que le cambió la vida. «Mientras todo el mundo entraba en la iglesia, me quedé paralizado mirando una estatua de la Virgen, que me sonrió y movió su mano señalándome la cruz», explica con la voz temblorosa por la emoción. «Luego tuve sueños recurrentes de una mujer en un prado junto a un árbol que, como descubrí posteriormente en un vídeo, era exactamente igual al lugar donde se apareció la Virgen de Fátima», relata Francis, quien peregrinó hasta la ciudad portuguesa y, «al llegar allí, me sentí como en casa, completo y lleno de felicidad porque por fin había encontrado mi sitio en el mundo».
El problema es que dicho lugar no existe en Malasia, donde tuvo que esconder su conversión cuando regresó tras finalizar sus estudios. «Por compromiso, a veces tuve que ir la mezquita con mi familia, pero pronto pude independizarme y vivir solo al conseguir un trabajo», relata Francis. Desde entonces, lleva una doble vida.
«Cada domingo, iba a una iglesia distinta de Kuala Lumpur y siempre me sentaba en la última fila para pasar desapercibido, pero un sacerdote me descubrió una vez», rememora el converso, quien acabó bautizándose clandestinamente en una pequeña capilla cuyo nombre no puede revelar. «Si lo hiciera, el cura que me bautizó podría ser acusado de sedición en virtud del Acta de Seguridad Interna, unas normas de excepción que quedan a discreción del Gobierno y que a veces también sirven para impedir la proliferación de grupos islamistas radicales», justifica Francis su hermetismo.
Aunque, dentro de lo que cabe, lleva una existencia normal, el problema vendrá cuando quiera casarse y tener hijos con su novia, otra católica a la que tardó un año en confiarle su secreto. Como malayo que es, bajo la foto de su carné de identidad consta que profesa el islam, una fe que debería abrazar su esposa y transmitir a su descendencia.
«Al igual que muchos otros, tendremos que casarnos por la Iglesia en el extranjero y mi mujer deberá registrar a nuestros hijos como si fuera madre soltera», se encoge de hombros asumiendo su calvario como converso oculto.
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