EN EL ANGELUS
El Papa brinda a los sacerdotes tres ejemplos concretos para que no se fíen de sí mismos
De junio de 2009 a junio de 2010 la Iglesia celebra un Año Sacerdotal centrado en la figura del santo cura de Ars, San Juan María Vianney, y Benedicto XVI no desaprovecha ocasión para explicar cómo deben ser «los operarios que envía el Señor a la mies», una tarea que sobrepasa las fuerzas del hombre. Y en muchas ocasiones son ellos mismos los que desfallecen al emprenderla.
Las palabras del Papa en el Angelus de este domingo han vuelto a dirigirse a los sacerdotes, al evocar la liturgia del día sobre la vocación.
Consciente de las dificultades en las que se desenvuelve hoy día la labor de los sacerdotes, Benedicto XVI les ha puesto tres ejemplos en los que verse reflejados, al tiempo por la debilidad humana y por la capacidad de superación dejándose en las manos de Dios.
Isaías se veía confundido ante el Señor «por el sentimiento profundo de su propia indignidad», pero, purificado por un serafín, se sintió dispuesto a seguir la llamada de Dios: «Aquí estoy, Señor, envíame» (Is 6, 9).
Es el mismo caso de San Pedro, explica el Papa, en la parábola de la pesca abundante. Cuando, confiado sólo en la Palabra de Jesucristo, tras una noche infructuosa echa las redes y éstas se llenan de peces, Pedro «no se abraza a Jesús para mostrar su alegría por la pesca inesperada, sino que se arrodilla ante Él para decirle: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador"» (Lc 5, 10).
Por último, San Pablo, «recordando que fue un perseguidor de la Iglesia, se considera indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce la gracia de Dios, que ha obrado maravillas en él» (I Cor 15, 810).
Estos tres ejemplos sirven a Benedicto XVI para pedir que «cuantos sienten la invitación del Señor a seguirle... sepan responderle con generosidad, desconfiando de sus propias fuerzas, pero abriéndose a la acción de la gracia». El Papa pidió finamente a «todos los sacerdotes» que respondan a esa llamada «con la misma humildad que Isaías, Pedro y Pablo».
Porque Dios «convierte a los hombres pobres y débiles, pero que tienen fe en Él, en intrépidos apóstoles y anunciadores de la salvación».
Consciente de las dificultades en las que se desenvuelve hoy día la labor de los sacerdotes, Benedicto XVI les ha puesto tres ejemplos en los que verse reflejados, al tiempo por la debilidad humana y por la capacidad de superación dejándose en las manos de Dios.
Isaías se veía confundido ante el Señor «por el sentimiento profundo de su propia indignidad», pero, purificado por un serafín, se sintió dispuesto a seguir la llamada de Dios: «Aquí estoy, Señor, envíame» (Is 6, 9).
Es el mismo caso de San Pedro, explica el Papa, en la parábola de la pesca abundante. Cuando, confiado sólo en la Palabra de Jesucristo, tras una noche infructuosa echa las redes y éstas se llenan de peces, Pedro «no se abraza a Jesús para mostrar su alegría por la pesca inesperada, sino que se arrodilla ante Él para decirle: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador"» (Lc 5, 10).
Por último, San Pablo, «recordando que fue un perseguidor de la Iglesia, se considera indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce la gracia de Dios, que ha obrado maravillas en él» (I Cor 15, 810).
Estos tres ejemplos sirven a Benedicto XVI para pedir que «cuantos sienten la invitación del Señor a seguirle... sepan responderle con generosidad, desconfiando de sus propias fuerzas, pero abriéndose a la acción de la gracia». El Papa pidió finamente a «todos los sacerdotes» que respondan a esa llamada «con la misma humildad que Isaías, Pedro y Pablo».
Porque Dios «convierte a los hombres pobres y débiles, pero que tienen fe en Él, en intrépidos apóstoles y anunciadores de la salvación».
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