UN CENTRO ÚNICO EN EL MUNDO
Las puertas de una High School se abren para cientos de «huérfanos del sida»
Hay historias que sólo se entienden en el África subsahariana, donde el VIH hace estragos: niños cuyos padres han muerto por la enfermedad, o lo harán pronto. Un colegio jesuita se convierte entonces en su única esperanza.
Los alumnos de la escuela San Luis Gonzaga de Nairobi (Kenya) son, después de todo, afortunados. No porque la vida les haya tratado bien. Todos ellos ha visto fallecer de sida a su padre y a su madre, o bien a uno de los dos y pronto el otro seguirá el mismo camino. El VIH les ha dejado solos en medio de una barriada de chabolas, denominada Kibera, donde las esperanzas de un futuro normal son más bien pocas.
Y, con todo, son afortunados, siquiera sea por comparación con otros muchos lugares del continente donde los jesuitas (u otra congregación u orden religiosa de la Iglesia) no han podido poner en marcha un proyecto como éste.
Se fundó en diciembre de 2003 y se ha establecido como una referencia en la ciudad. El enclave chabolista de Kibera, con un millón de habitantes, es el mayor del África subsahariana, pero ya presume de sus jóvenes de uniforme verde y corbata. Son ahora 270 estudiantes, y en noviembre de 2006 se graduaron los veinte pioneros.
En mayo de este año se comenzó la construcción de un nuevo edificio para ampliar a 420 alumnos la capacidad del centro, que no da abasto con la demanda. Para muchos padres o madres que han visto caer a su pareja víctima del sida, y saben que a no mucho tardar les espera el mismo destino, ver a su hijo o a su hija entrar an St. Aloysius da sentido a los años robados por la pandemia y constituye un alivio mayor que el mejor fármaco al que puedan tener acceso... si lo tienen.
Este colegio es en buena medida tributario de la provincia jesuita de Chicago y de alguien que es ya un héroe local, el padre Terry Charlton, capellán de la institución y misionero en Kenya desde 1990. Con él los jesuitas recuerdan la historia de su patrón, San Luis Gonzaga (15681591), que suspendió su preparación al sacerdocio para atender a los enfermos de la plaga que asolaba Roma, y que a la postre le costaría la vida también a él.
El proyecto se encuentra en plena expansión. No sólo para incrementar el número de inscritos, sino para continuar apoyando a los ex alumnos una vez abandonan la escuela. «Si les dijésemos adiós una vez concluidos los estudios, les habríamos dado una falsa esperanza», afirman en San Luis Gonzaga. Por eso también recaban fondos para sufragar estudios superiores a los graduados, y para ayudarles a buscar un primer trabajo.
La serenidad con la que Raphael, Keith, Pérez, Esnas, Emily y Benjamin ofrecen su testimonio en el vídeo promocional de St. Aloysius es tan conmovedora como la esperanza que esta iniciativa, única en el mundo, ha traído a sus familias y sus amigos justo cuando los perfiles de su mundo parecían para siempre tintados de negro.