CON MOTIVO DEL I CONGRESO DE JURISTAS CATÓLICOS
Alfredo Dagnino: «Cuando el Papa habla de martirio, habla de martirio»
El Presidente de la ACdP y de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, aspira a que de este Congreso surja «una gran familia de juristas católicos» que contribuya a regenerar el Derecho frente a las corrientes ideológicas actuales que niegan la dignidad humana.
- Se celebra el I Congreso de Juristas Católicos apenas unas semanas después de que, desde ciertos sectores, se haya cuestionado la valía profesional de un destacado jurista precisamente por su condición de católico…
- A muchos nos causó estupor, e incluso repugnancia, que se condenara así la actitud del Presidente del Consejo General del Poder Judicial, don Carlos Dívar [por su voto en contra a un informe sobre el anteproyecto de ley del aborto]. Lo vemos a menudo en la cultura dominante de nuestro tiempo: a los católicos, nos está prohibido actuar conforme a nuestras convicciones religiosas y morales, en un plano que no sea el estricto ejercicio de la libertad de culto.
El resto de miembros del Consejo actuaron seguramente también conforme a sus convicciones: unas serían religiosas, y otras ideológicas o filosóficas. Y ciertamente, que haya que discutir en términos de Derecho no implica que uno no pueda actuar conforme a sus convicciones. Pero la prensa se aprestó a condenar al Presidente. Y esto es un agravio frente a otros muchos casos, en los que además, ahí sí, de manera sectaria y por determinadas concepciones ideológicas, se toman ciertas decisiones.
Frente a este laicismo, se impone el compromiso y el sentido de responsabilidad del cristiano. Uno de los grandes déficits del catolicismo social es no entrar lo suficiente en la confrontación en el terreno de las ciencias particulares, o de los ámbitos profesionales. Es fundamental hablar de los grandes fundamentos teológicos, pero no basta. Hay que hacerlos valer en lo concreto. La fe no es un estorbo, sino que ilumina la razón.
- ¿Por qué se ha elegido la profesión de los juristas?
- Se ha elegido inicialmente a los juristas, a los periodistas, a los médicos y a los maestros, porque en estas profesiones se plantean hoy cuestiones de enorme calado moral. En el caso de los juristas (servidores del Estado, magistrados, notarios, abogados, docentes…), hablamos de la relación entre Derecho y moral, los fundamentos morales y prepolíticos del Derecho, la ley natural o el derecho a la objeción de conciencia, que algunos pretenden negar.
- Los Congresos Católicos y Vida Pública han demostrado ser fecundos en cuanto a iniciativas que surgen después de cada uno de ellos. ¿Espera algo así también del Congreso de Juristas?
- Tengo esa esperanza. Nos planteamos comenzar ya a elaborar una base de datos de juristas de prestigio e ir implicándoles en la preparación del segundo Congreso, que tal vez dure tres días en lugar de dos, para permitir una convivencia mayor y un mayor desarrollo de temas, con ponencias académicas y testimonios.
Quisiéramos ir formando una gran familia de juristas católicos que tomen conciencia de la importancia de estar agrupados, sin dejar de estar abiertos a otros juristas, tal vez no católicos, pero a quienes inquietan las mismas cuestiones. Lo que no podemos es salir del Congreso y volver a lo mismo. Observo con preocupación que, en España, se dan ciertas batallas que tienen unos momentos álgidos y enseguida se desvanecen. Es importante mantener la continuidad y la coherencia.
- De entrada, proclamar que uno puede ser buen católico y buen jurista no parece un reto menor…
- Sabemos que hay muchos condicionantes en la vida profesional y pública. Hay personas que tienen ciertos complejos. Y miedo, porque saben que la fe les puede acarrear perjuicios. Esto hay que contemplarlo con caridad y con humanidad, porque hay circunstancias muy difíciles en el mundo profesional.
Sin embargo, Benedicto XVI ha hablado de un martirio cotidiano, que no es un martirio de sangre, pero exige una enorme responsabilidad. Y cuando el Papa habla de martirio, habla de martirio. En la vida pública, un católico debe ser fermento de la fe que profesa. Pero debemos afrontar este compromiso con inteligencia. Estos congresos no deben ser guetos, sino ofrecer la luz que, desde la fe, puede iluminar al conjunto de la vida civil y de la sociedad.
-¿Y qué aporta la visión de la fe a la práctica profesional del jurista?
- Benedicto XVI ha puesto el dedo en la llaga: el hombre vive como si Dios no existiese, y de ahí arrancan todos los males.
En la medida en que el hombre se considera un dios, se cree legitimado para legislar como le conviene, sin ningún límite moral. Entonces, en lugar de partir de la premisa de la afirmación de la vida, se legisla a la inversa, desde el supuesto de que existe un derecho a abortar.
En el esfuerzo de diálogo con el mundo no católico, hay que afirmar los límites naturales del Estado, del Derecho y de la autoridad, reconocer un orden natural, anterior a la sociedad política, por el cual el hombre goza de una dignidad inviolable y sagrada que le hace acreedor de unos derechos fundamentales.
- Este tipo de planteamientos encuentra respaldo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en otras declaraciones y tratados que afirman los derechos fundamentales. Hoy, sin embargo, desde instancias internacionales, se promueve otra agenda...
- Cuando se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Humanidad venía de unos momentos muy convulsos y trágicos, y las naciones civilizadas tomaron conciencia de que la dignidad humana necesita tener un reflejo en la ley positiva, sobre la base de una moral inmutable, universal… Pero la mentalidad cambia en las décadas siguientes.
Se ha producido una auténtica revolución cultural a nivel mundial, con epicentro en ciertas organizaciones internacionales. En estos momentos, uno de los principales agentes de secularización es la Organización de las Naciones Unidas. Las Conferencias Mundiales que convoca están inspiradas en una concepción del hombre profundamente anticristiana (léase todo lo que significa la ideología de género, o la promoción del aborto). Otro tanto puede decirse de la Unión Europea.
En estos momentos, hay necesidad de preservar ese consenso moral, una moral anterior al Estado, porque la realidad y la historia de la civilización demuestran que, cuando el hombre no reconoce unos límites, el Estado no tiene tampoco límites, y ni la dignidad del hombre ni los derechos fundamentales se respetan. Al final, volvemos a la pregunta esencial: a si el hombre es una criatura de Dios, creada a Su imagen y semejanza; a si se es hombre con Dios, o sin Dios. De ahí se deriva todo lo demás.