Viernes, 27 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Laicos cristianos: sal y luz del mundo

Los obispos reconocen que la Iglesia no ha prestado atención a la formación de sus bautizados

La Conferencia Episcopal Española ha reconocido que muchos bautizados han abandonado su formación cristiana, motivo que «les ha conducido a tener una visión totalmente deformada del cristianismo y de la Iglesia». Los obispos admiten que parte de la culpa de este «desinterés por la formación cristiana» la tiene la Iglesia al no haber prestado «la suficiente atención y dedicación a la formación de los adultos bautizados», por lo que están dispuestos a emprender «una formación cristiana integral de los miembros de nuestras comunidades y de los alejados de la Iglesia»

(La Razón/ReL) La Conferencia Episcopal Española ha reconocido que muchos bautizados han abandonado su formación cristiana, motivo que «les ha conducido a tener una visión totalmente deformada del cristianismo y de la Iglesia». Esta visión deformada se debe, según los obispos, a que «sus criterios no parten del Evangelio, sino de las opiniones de los demás y de las presentaciones parciales, sesgadas y distorsionadas que, en bastantes casos, hacen de la Iglesia algunos medios de comunicación». Sin embargo, en el mensaje que la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha publicado con motivo de la festividad de Pentecostés, titulado «Laicos cristianos: sal y luz del mundo», los obispos admiten que parte de la culpa de este «desinterés por la formación cristiana» la tiene la Iglesia al no haber prestado «la suficiente atención y dedicación a la formación de los adultos bautizados». Por lo que están dispuestos a emprender «una formación cristiana integral de los miembros de nuestras comunidades y de los alejados de la Iglesia, para que descubran su vocación, reaviven su pertenencia a la comunidad cristiana y se conviertan en evangelizadores», concluyen. ---- Religión en Libertad reproduce para sus lectores el texto completo del "Mensaje de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar" ha publicado con motivo de la Solemnidad de Pentecostés, 11 de mayo de 2008: «Laicos cristianos: sal y luz del mundo» El cristiano, injertado en Cristo en virtud del sacramento del Bautismo, debe permanecer en Él y vivir según sus enseñanzas, cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre celestial. Del mismo modo que el sarmiento no puede dar fruto, si no permanece unido a la vid, tampoco el cristiano podrá ser testigo de Jesucristo y dar frutos de santidad, si no mantiene la plena comunión con Él mediante la oración confiada, la participación frecuente en los sacramentos y la preocupación por su formación cristiana: «El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). En total sintonía con esta necesidad de permanecer en Cristo para vivir con Él y como Él está el lema propuesto para la celebración del día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. En dicho lema se nos recuerda el encargo hecho por el Señor a sus discípulos de ser «luz del mundo y sal de la tierra». Ahora bien, para llegar a ser luz del mundo y sal de la tierra, es absolutamente necesario que los que han sido llamados permanezcan en comunión de vida y amor con Aquel, que se ha defi nido a sí mismo como "la luz del mundo". Jesús, el enviado del Padre, con su Encarnación, con su testimonio durante los años de vida pública y con su triunfo sobre el poder del pecado y de la muerte en virtud de la resurrección, es el único que puede iluminar el camino de la humanidad hacia Dios. Los cristianos, en ocasiones, movidos por el sano deseo de iluminar con la luz del Evangelio las diversas realidades temporales, nos hemos centrado demasiado en nosotros mismos y hemos dado mucha importancia a la acción. El Evangelio exige la actuación, la presencia en el mundo y el testimonio en la vida pública para que, al contemplar nuestras buenas obras, los hermanos den gloria al Padre celestial. Pero, a la hora de planificar el compromiso cristiano en los distintos ámbitos de la sociedad, debemos partir de la profunda convicción de que solamente podremos ser luz del mundo y ofrecer esta luz a nuestros hermanos, si permanecemos unidos a Cristo, el único Salvador de los hombres. Desde esta comunión profunda con Él será posible colaborar al triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas del pecado y del amor sobre el odio. En virtud de esta comunión con Cristo, alimentada en la oración y en la celebración de los sacramentos, el bautizado es llamado constantemente por el Padre celestial a profundizar en su condición de hijo de Dios, a madurar en la fe y a dar frutos de sincera conversión. Ante esta llamada, ningún cristiano puede dejar de responder ni eludir su personal responsabilidad. Pero, para que este diálogo entre Dios y el hombre, creado a su imagen y semejanza, encuentre la respuesta adecuada, es necesario que cada bautizado asuma la urgencia de revisar su espiritualidad y de renovar su formación cristiana, entendiendo esta formación como «un continuo proceso personal de maduración en la fe y de configuración con Cristo, según la voluntad del Padre, con la guía del Espíritu Santo» (ChL 57). La formación cristiana, entendida de este modo, es ante todo un don de Dios a cada persona que, por medio de la Iglesia y por la acción del Espíritu Santo, le ayuda a descubrir los contenidos de la verdad revelada, invitándole a unirse más plenamente a Jesucristo y animándole a hacer de la vida una ofrenda agradable a sus ojos. Sólo Dios puede revelarnos su identidad y sólo Él puede transformarnos interiormente para que reconozcamos nuestra condición de hijos de Dios y para que vivamos como tales. En este sentido, la formación cristiana exige siempre una acogida y una respuesta al don recibido por parte de cada bautizado. Cuando la respuesta al don recibido es positiva, entonces los que creen en Dios podrán vivir como criaturas nuevas, desarrollando la adhesión a Jesucristo, profundizando en la pertenencia a la Iglesia y convirtiéndose en auténticos evangelizadores. Todo lo demás: materiales, métodos, son simples medios para la consecución de estos fines, aunque sean medios importantes. Los obispos de la CEAS, como consecuencia de nuestra participación en las reuniones de responsables de movimientos apostólicos o en los encuentros de delegados diocesanos de apostolado seglar, percibimos con gozo que son muchos los cristianos que han descubierto la necesidad de profundizar en su formación cristiana integral para vivir de forma consciente y responsable su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo, para dar razón de la propia esperanza a quien se la pidiere y para unificar fe y vida, pertenencia a la Iglesia y presencia en el mundo. Vemos que cada día existe una convicción más generalizada de que es necesario asumir un proyecto formativo, que abarque los aspectos espirituales, celebrativos, doctrinales, pastorales y humanos. Sólo así será posible integrar todas las facultades de la persona: mente, corazón, sentimientos y testimonio. No es suficiente conocer las verdades de la fe, es necesario que esas verdades pasen de la cabeza al corazón de cada bautizado y transformen sus sentimientos según los sentimientos de Cristo. De este modo, cada cristiano podrá llegar a pensar, sentir, hablar y actuar de acuerdo con su dignidad de hijo de Dios, tanto en las relaciones con los hermanos como en las distintas actividades sociales. Pero, siendo realistas, también debemos reconocer que existen muchos bautizados que, debido al descuido y olvido de su formación cristiana, desconocen totalmente a Dios. El ejercicio de nuestra misión pastoral en la diócesis y el contacto directo con la vida parroquial nos permite constatar que bastantes cristianos viven de una fe heredada, pero no personalizada. Se han conformado con las enseñanzas recibidas de sus padres en el hogar familiar o en los primeros años de catequesis, pero no se han planteado concretamente lo que significa creer y seguir a Jesucristo. En otros casos, vemos que algunos miembros de nuestras comunidades cristianas, bien dispuestos para asumir responsabilidades pastorales, manifiestan sin embargo en sus comportamientos una profunda ruptura entre la fe y la vida, y no sienten la necesidad de formarse para cumplir con más fidelidad la misión confiada por el Señor. Estos cristianos no son conscientes de que el seguimiento de Jesucristo y el compromiso cristiano en la Iglesia y en el mundo exige una actitud de búsqueda constante, de renovación espiritual y de crecimiento en la formación. Al constatar estas carencias en la vida religiosa de tantos hermanos, nos preocupa que ellos no vivan con gozo su filiación divina ni experimenten la cercanía, el amor, el perdón y la misericordia infinita del Padre, que Cristo nos ha revelado y manifestado. Muchos tampoco descubren la alegría de pertenecer a una comunidad cristiana ni sienten la necesidad de participar en sus celebraciones.Por supuesto, es motivo de inquietud para nosotros que bastantes bautizados no hayan descubierto y asumido con gozo la misión evangelizadora y misionera confiada por el Señor a sus discípulos. Si sólo conocen a Jesucristo de oídas o de modo superficial, es imposible que puedan ser luz del mundo y testigos de su salvación. El abandono de la formación cristiana por parte de muchos bautizados les ha conducido a tener una visión totalmente deformada del cristianismo y de la Iglesia, puesto que sus criterios y juicios sobre estas realidades ya no parten del Evangelio ni de las enseñanzas de la Iglesia, sino de las opiniones de los demás, de los criterios sociales y de las presentaciones parciales, sesgadas y distorsionadas que, en bastantes casos, hacen de la Iglesia algunos medios de comunicación. Las causas de esta realidad, de este desinterés por la formación cristiana, son variadas. Aunque no es el momento de hacer un análisis detallado de las mismas, sí podemos señalar que, además de la ruptura de la cadena en la transmisión de la fe en el seno de la familia y de los sucesivos procesos de secularización que está padeciendo la sociedad española, desde la Iglesia tal vez no hemos prestado la suficiente atención y dedicación a la formación de los adultos bautizados. Pensábamos que, al mantener unas prácticas religiosas, todos estaban suficientemente formados, y nos hemos equivocado. Por otra parte, ha existido una preocupación por la transmisión de contenidos doctrinales, que son necesarios, pero hemos dejado en un segundo plano los aspectos espirituales en la formación. En ocasiones, tal vez no hemos tenido suficientemente presente que el cristiano, ante todo, es un seguidor de Jesucristo. En definitiva, no hemos sabido o no hemos podido ser instrumentos para la conversión mediante las propuestas de la formación cristiana. Pero, no es el momento para las lamentaciones, pues la presencia del Señor resucitado en medio de su Iglesia y la constante acción del Espíritu nos invitan a poner los ojos en el futuro, a remar mar adentro y a trabajar con esperanza. Por todo ello, debemos comenzar dando gracias a Dios por los grandes esfuerzos e iniciativas que se han llevado a cabo en todas las diócesis españolas, durante los últimos años, para hacer posible la formación de un laicado adulto en la fe y consciente de su vocación. Tal vez, en algunos casos, esta formación aún no ha dado los frutos esperados y apetecidos. Al mismo tiempo que damos gracias a Dios, deberíamos hacer un esfuerzo por revisar los procesos de formación cristiana que estamos llevando a cabo en estos momentos con la mejor voluntad, pero tal vez sin el necesario discernimiento. En ocasiones, se ha formado a los miembros de nuestras comunidades para impartir catequesis, para la preparación de las celebraciones litúrgicas, para impulsar la actividad caritativa y social, pero no se ha formado para hacer cristianos adultos en la fe, enamorados de Jesucristo y de su Iglesia y convencidos de la dimensión secular de la vocación laical. De este modo se ha dado prioridad al «hacer» sobre el «ser» y se han formado personas que saben realizar actividades en el ámbito de la comunidad cristiana, pero que no tienen sólidamente afirmadas las convicciones y las motivaciones cristianas por las que deben realizar todas esas actividades. Teniendo esto en cuenta, y escuchando la voz de Dios desde la realidad descrita, estaremos de acuerdo en que es muy urgente emprender una formación cristiana integral de los miembros de nuestras comunidades y de los alejados de la Iglesia, para que descubran su vocación, reaviven su pertenencia a la comunidad cristiana y se conviertan en evangelizadores. En este sentido, deberíamos tener muy presentes las indicaciones que nos hacía el papa Juan Pablo II: «la formación de los fi eles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, religiosos y laicos) concurran a este fi n» (ChL 57). Los nuevos movimientos y los movimientos de Acción Católica habéis prestado un gran servicio a la Iglesia durante estos años en la formación cristiana de muchos bautizados. En este día de Pentecostés, en el que celebramos la venida del Espíritu sobre la Iglesia naciente y la salida en misión de los primeros evangelizadores, queremos agradeceros vuestra dedicación generosa e invitaros a seguir concentrando todos los esfuerzos en la formación integral y permanente de quienes han asumido responsabilidades pastorales o evangelizadoras en la Iglesia y en el mundo. Y, aunque sabemos que no es fácil, os animamos a seguir ofreciendo esta formación a quienes viven con una fe mortecina o han caído en la indiferencia religiosa. Con la ayuda del Señor, podremos ayudarles a descubrir el gozo del seguimiento y a redescubrir la identidad cristiana haciendo frente a los criterios del mundo. Si queremos que toda la Iglesia sea el sujeto de la evangelización, debemos poner todos los medios a nuestro alcance para formar adecuadamente a los bautizados, aprovechando las distintas oportunidades que tenemos para ello, aunque esto exija sacrifi cio y renuncia a otras actividades más gratas o más espectaculares. En todo momento podéis contar con nuestro apoyo y bendición. Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
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