Con el padre Gaudiano fundó centros para chicos conflictivos
«¿Tienes agresividad? ¡Enfádate con Dios!»: la terapia de Silvio Cattarina y su hogar El Imprevisto
La sede de la cooperativa social “L’imprevisto” (“El imprevisto”, el nombre hace referencia a una poesía de Eugenio Montale), en Pesaro, prácticamente a orillas del mar, asombra enseguida por el orden y la limpieza.
Los chicos, actualmente 25, están acogidos en una gran casa y en un edificio adyacente; alrededor hay un parque y un terreno muy cuidados. Para las oficinas y la hospedería se ha realizado en 2007 la “nueva y bellísima casa”.
Silvio Cattarina, 60 años, psicólogo y sociólogo, originario de la ciudad de Trento, pero que vive en la región de Le Marche (Las Marcas, N.d.T.) desde hace años, está comprometido desde principios de los años ochenta en la dura batalla, sobre todo educativa, de recuperar a quien cae víctima de la droga.
Casas de acogida con el padre Gaudiano
“L’imprevisto” nació hace una veintena de años: Cattarina la inició junto a don Gianfranco Gaudiano (19301993), el sacerdote originario de Emilia-Romaña que desde los primeros años setenta promovió en la zona de Pesaro la apertura de una serie de casas de acogida y de laboratorios para sostener la esperanza de los cada vez más numerosos jóvenes víctimas de dependencias.
A “L’imprevisto” se han añadido con el paso de los tiempos:
- “Più in là” (“Más allá”, también aquí una referencia a Montale), otra cooperativa que se ocupa de reinserción social;
- el centro de día “Lucignolo”, que hospeda un promedio de una decena de chicos;
- la comunidad terapéutica femenina “il Tingolo per tutti”, que hospeda de forma continua 15 chicas
- y tres casas para la reinserción.
Desde hace algún tiempo, cada año, antes de Navidad, Cattarina y los suyos organizan la fiesta del envío, un momento central en la vida de “L’imprevisto”, porque a los jóvenes que están a punto de salir de la comunidad se les pide que cuenten su cambio. Se trata de un gesto que prevé la participación de sus familias.
Una cultura que desprecia el corazón
Al presentar la fiesta de diciembre pasado, delante de los jóvenes y sus familias, Cattarina denunciaba que “hay una cultura, una mentalidad que lleva a pensar que el corazón, el corazón de la persona sea una ilusión, una acumulación de sentimientos infantiles, ilusorios, inútiles; que no tiene valor, profundidad, dignidad”.
“Nosotros deseamos ser hombres apasionados de la vida,” añade, “del destino más verdadero y grande de nuestras personas, el destino más verdadero y grande del mundo. Nosotros deseamos una vida plena y bella, buena y útil, fecunda y exaltante. Así deseamos ser para nuestros chicos. Para la gran cantidad de chicos que llegan a nuestras comunidades. Nosotros, testigos para nuestros jóvenes. Y deseamos que ellos sean testigos en todo el mundo, para todo el mundo. De la miseria a la misericordia”.
Miseria o misericordia: ¿cuál es más fuerte?
Miseria y misericordia, sí, pero es esta última la que se impone, inexorablemente. Tanto del relato de los jóvenes que están a punto de salir como del testimonio de los padres, llamados a participar y no solo a escuchar, emerge, efectivamente, toda la miseria humana de quien, perdido en el laberinto de la disolución y la insignificancia, ha mendigado la ayuda de Catarina y de los otros amigos de “L’imprevisto”.
Así ha sido para Alice, de Cagliari: “Empecé a hacer uso de sustancias después de la separación de mis padres”, cuenta, “porque me parecía una bonita diversión; con el paso del tiempo he entendido que lo que de verdad pensaba era: ´cuando mamá y papá se separaron, sufrí mucho, también ellos deben sufrir como yo´; después de su separación he creído que en la vida ya no había nada bueno para mí y he empezado a llevar una vida sin sentido”.
Reconocer que se ha educado mal
Es la madre de Armando la que recuerda todo el límite educativo de las familias de nuestro tiempo, cada vez más impotentes, a menudo no preparadas, frecuentemente solas en el cuidado de los hijos que crecen: “Cuando Armando empezó su recorrido en la comunidad fue difícil también para nosotros; en casa echábamos muchos de menos su presencia, pero sabíamos que teníamos que resistir y apoyarle por su bien. Armando ha sido reeducado como yo no he sabido hacerlo. Yo, que siempre he intentado darle todo, pero dejándole libre de hacer lo que quería, me he equivocado en el modo de educarle”.
La miseria, el límite, no se superan ciertamente en un abrir y cerrar de ojos en cuanto los jóvenes cruzan el umbral de la comunidad. Al contrario. Escuchando el relato de los protagonistas, es precisamente el impacto con ese lugar “distinto”, de acogida, sí, pero también de confrontación leal, a menudo dura, lo que ayuda a focalizar y a resaltar lo que en la vida precedente era inadecuado respecto a los deseos más verdaderos del corazón humano.
Un camino difícil
“Creía que sin esfuerzo, sin ponerse verdaderamente en juego, todo se habría arreglado, todo habría sido fácil, solo porque estaba alejado de la droga”, cuenta Massimiliano, de Porto Sant’Elpidio, “pero me equivocaba: los días pasaban y el deseo de drogarme era aún fuerte. La apariencia en comunidad, como fuera, era aún demasiado importante para mí”.
Sí, porque se puede continuar jugando con la vida, con la propia dignidad, también dentro de la comunidad, descargando la responsabilidad sobre los otros, la sociedad, los padres.
“Un día, junto a la comunidad”, añade Massimiliano, “decidimos interrumpir la relación con mi familia. Al principio estaba bien, lleno de entusiasmo, después llegó el drama. Cada vez que pienso en esos momentos, me dan escalofríos. Todos los proyectos que yo había hecho, mis ilusiones, todas las máscaras que había llevado, cayeron al suelo. Yo, que me sentía el rey, intocable, me encontré con una fragilidad que me desarmaba, atemorizado de mi pasado. ¡Cuánta lucha con la comunidad! Oír decir que yo era una desilusión para ellos”.
Sin embargo, a través de la pobreza humana compartida, aunque con esfuerzo y sacrificio, también Massimiliano durante la fiesta ha podido dirigirse de nuevo a su padre con el deseo de asumir, por fin, las propias responsabilidades y mirar hacia adelante: “Precisamente por esto te necesito, necesito también a mi padre, a un verdadero padre”.
La pregunta sobre Dios está ahí
La vida de “L’imprevisto” no es una vida de comunidad con momentos de oración establecidos durante la jornada y, sin embargo, se trata de una realidad en la que la pregunta sobre Dios está muy presente.
“No creo en los psicólogos que sostienen que el problema de los jóvenes es conseguir que superen la agresividad”, dice Cattarina, “a los chicos que vienen a nosotros prefiero decirles que mantengan siempre viva la rabia que tienen en el corazón y que la dirijan más bien al justo destinatario: enfadaros con Dios en lugar de hacerlo con otros pobrecillos como somos yo o vuestro padres, así comprobareis hasta qué punto sois valientes”.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
Los chicos, actualmente 25, están acogidos en una gran casa y en un edificio adyacente; alrededor hay un parque y un terreno muy cuidados. Para las oficinas y la hospedería se ha realizado en 2007 la “nueva y bellísima casa”.
Silvio Cattarina, 60 años, psicólogo y sociólogo, originario de la ciudad de Trento, pero que vive en la región de Le Marche (Las Marcas, N.d.T.) desde hace años, está comprometido desde principios de los años ochenta en la dura batalla, sobre todo educativa, de recuperar a quien cae víctima de la droga.
Casas de acogida con el padre Gaudiano
“L’imprevisto” nació hace una veintena de años: Cattarina la inició junto a don Gianfranco Gaudiano (19301993), el sacerdote originario de Emilia-Romaña que desde los primeros años setenta promovió en la zona de Pesaro la apertura de una serie de casas de acogida y de laboratorios para sostener la esperanza de los cada vez más numerosos jóvenes víctimas de dependencias.
A “L’imprevisto” se han añadido con el paso de los tiempos:
- “Più in là” (“Más allá”, también aquí una referencia a Montale), otra cooperativa que se ocupa de reinserción social;
- el centro de día “Lucignolo”, que hospeda un promedio de una decena de chicos;
- la comunidad terapéutica femenina “il Tingolo per tutti”, que hospeda de forma continua 15 chicas
- y tres casas para la reinserción.
Desde hace algún tiempo, cada año, antes de Navidad, Cattarina y los suyos organizan la fiesta del envío, un momento central en la vida de “L’imprevisto”, porque a los jóvenes que están a punto de salir de la comunidad se les pide que cuenten su cambio. Se trata de un gesto que prevé la participación de sus familias.
Una cultura que desprecia el corazón
Al presentar la fiesta de diciembre pasado, delante de los jóvenes y sus familias, Cattarina denunciaba que “hay una cultura, una mentalidad que lleva a pensar que el corazón, el corazón de la persona sea una ilusión, una acumulación de sentimientos infantiles, ilusorios, inútiles; que no tiene valor, profundidad, dignidad”.
“Nosotros deseamos ser hombres apasionados de la vida,” añade, “del destino más verdadero y grande de nuestras personas, el destino más verdadero y grande del mundo. Nosotros deseamos una vida plena y bella, buena y útil, fecunda y exaltante. Así deseamos ser para nuestros chicos. Para la gran cantidad de chicos que llegan a nuestras comunidades. Nosotros, testigos para nuestros jóvenes. Y deseamos que ellos sean testigos en todo el mundo, para todo el mundo. De la miseria a la misericordia”.
Miseria o misericordia: ¿cuál es más fuerte?
Miseria y misericordia, sí, pero es esta última la que se impone, inexorablemente. Tanto del relato de los jóvenes que están a punto de salir como del testimonio de los padres, llamados a participar y no solo a escuchar, emerge, efectivamente, toda la miseria humana de quien, perdido en el laberinto de la disolución y la insignificancia, ha mendigado la ayuda de Catarina y de los otros amigos de “L’imprevisto”.
Así ha sido para Alice, de Cagliari: “Empecé a hacer uso de sustancias después de la separación de mis padres”, cuenta, “porque me parecía una bonita diversión; con el paso del tiempo he entendido que lo que de verdad pensaba era: ´cuando mamá y papá se separaron, sufrí mucho, también ellos deben sufrir como yo´; después de su separación he creído que en la vida ya no había nada bueno para mí y he empezado a llevar una vida sin sentido”.
Reconocer que se ha educado mal
Es la madre de Armando la que recuerda todo el límite educativo de las familias de nuestro tiempo, cada vez más impotentes, a menudo no preparadas, frecuentemente solas en el cuidado de los hijos que crecen: “Cuando Armando empezó su recorrido en la comunidad fue difícil también para nosotros; en casa echábamos muchos de menos su presencia, pero sabíamos que teníamos que resistir y apoyarle por su bien. Armando ha sido reeducado como yo no he sabido hacerlo. Yo, que siempre he intentado darle todo, pero dejándole libre de hacer lo que quería, me he equivocado en el modo de educarle”.
La miseria, el límite, no se superan ciertamente en un abrir y cerrar de ojos en cuanto los jóvenes cruzan el umbral de la comunidad. Al contrario. Escuchando el relato de los protagonistas, es precisamente el impacto con ese lugar “distinto”, de acogida, sí, pero también de confrontación leal, a menudo dura, lo que ayuda a focalizar y a resaltar lo que en la vida precedente era inadecuado respecto a los deseos más verdaderos del corazón humano.
Un camino difícil
“Creía que sin esfuerzo, sin ponerse verdaderamente en juego, todo se habría arreglado, todo habría sido fácil, solo porque estaba alejado de la droga”, cuenta Massimiliano, de Porto Sant’Elpidio, “pero me equivocaba: los días pasaban y el deseo de drogarme era aún fuerte. La apariencia en comunidad, como fuera, era aún demasiado importante para mí”.
Sí, porque se puede continuar jugando con la vida, con la propia dignidad, también dentro de la comunidad, descargando la responsabilidad sobre los otros, la sociedad, los padres.
“Un día, junto a la comunidad”, añade Massimiliano, “decidimos interrumpir la relación con mi familia. Al principio estaba bien, lleno de entusiasmo, después llegó el drama. Cada vez que pienso en esos momentos, me dan escalofríos. Todos los proyectos que yo había hecho, mis ilusiones, todas las máscaras que había llevado, cayeron al suelo. Yo, que me sentía el rey, intocable, me encontré con una fragilidad que me desarmaba, atemorizado de mi pasado. ¡Cuánta lucha con la comunidad! Oír decir que yo era una desilusión para ellos”.
Sin embargo, a través de la pobreza humana compartida, aunque con esfuerzo y sacrificio, también Massimiliano durante la fiesta ha podido dirigirse de nuevo a su padre con el deseo de asumir, por fin, las propias responsabilidades y mirar hacia adelante: “Precisamente por esto te necesito, necesito también a mi padre, a un verdadero padre”.
La pregunta sobre Dios está ahí
La vida de “L’imprevisto” no es una vida de comunidad con momentos de oración establecidos durante la jornada y, sin embargo, se trata de una realidad en la que la pregunta sobre Dios está muy presente.
“No creo en los psicólogos que sostienen que el problema de los jóvenes es conseguir que superen la agresividad”, dice Cattarina, “a los chicos que vienen a nosotros prefiero decirles que mantengan siempre viva la rabia que tienen en el corazón y que la dirijan más bien al justo destinatario: enfadaros con Dios en lugar de hacerlo con otros pobrecillos como somos yo o vuestro padres, así comprobareis hasta qué punto sois valientes”.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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