Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

LA ONU, PRINCIPAL RESPONSABLE DE SU DIFUSIÓN

La denominación “América Latina” nació en las logias masónicas del Río de la Plata

El debate sobre la forma de referirse globalmente a los países americanos de habla española y portuguesa no es nuevo, y tampoco es inocente ni ideológicamente neutro. Un estudioso argentino ha sacado a la luz datos interesantes sobre la evolución del término Latinoamérica.

(ReL) ¿Hispanoamérica, Iberoamérica o Latinoamérica? Aparentemente es sólo una cuestión de nombres, aunque incluso un análisis superficial de quién usa cuál permite desvelar una clara trascendencia ideológica en la elección. En España, por ejemplo, el término Latinoamérica es el empleado casi con exclusividad por los medios de comunicación de la izquierda, y ha terminado por impregnar también a los de la derecha. Es conocido que la aventura francesa en México, con el respaldo de Napoleón III a Maximiliano de Austria para gobernar el denominado Segundo Imperio Mexicano (18631867), dio inicio a una campaña sostenida de París para dejar huella cultural en un continente donde apenas la tenía. Y ya entonces comenzó a emplearse la palabra latino para designar una herencia genérica que América Central y del Sur habría recibido de Europa de manera indistinta, menoscabando así el papel histórico de España y Portugal en el continente. Un investigador argentino, Mariano García Barace, ha profundizado más en los orígenes y trayectoria del término América Latina. En su última publicación al respecto (Posición Iberoamericana), sostiene que el concepto Amérique Latine fue acuñado por la masonería francesa y era prácticamente desconocido en Iberoamérica hasta que empezaron a usarlo las logias del Río de la Plata, muy a finales del siglo XIX. “Es una denominación que se nos ha puesto desde fuera y que distorsiona nuestra verdadera identidad”, afirma. Su rastreo de los orígenes de esta “rareza idiomática” le lleva hasta el Congreso Científico Latino Americano celebrado en Buenos Aires en abril de 1898. Pese a la denominación del evento, ninguno de los intervinientes, ni los científicos ni los políticos, lo usaron, en beneficio de los clásicos “Hispanoamérica”, “Iberoamérica”, “Suramérica” o, sencillamente, “América”. Y señala como hecho curioso que el único representante no suramericano, el de México, era un ingeniero italiano residente en Buenos Aires... y hermano de un patriota garibaldino, Ernesto Teodoro Moneta, Premio Nobel de la Paz en 1907. La causa garibaldina fue el mayor vivero de la masonería en Italia durante la batalla por la unidad del país, lograda en 1870. Los estudios de García Barace detectan una influencia mínima del término Latin America (ya en inglés) en los países suramericanos antes de la creación de la ONU. Hasta entonces, lo usaban alguna vez los despachos de la agencia United Press, y casi siempre para referirse a la política exterior de Estados Unidos o a asuntos de la misma ONU. Sólo a partir de 1947 empieza a escucharse a personalidades de países iberoamericanos referirse a su realidad continental como “repúblicas latinoamericanas”, o expresiones similares. Según García Barace, “muy poco pudieron hacer nuestros representantes diplomáticos para defender la identidad cultural de la región ante los funcionarios norteamericanos y británicos que conducían la ONU en sus primeros años”. Luego ya todo sería una bola de nieve, que con tan potente foco de difusión acabó consagrando la palabra incluso en los países que le habían sido tan reticentes. Su uso generalizado por la prensa de Estados Unidos, Reino Unido y Francia acabó imponiendo la denominación a todos los organismos internacionales que afectaran a ese área del planeta, a raíz de la creación de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de la ONU. Su secretario durante trece años (19501963) fue el argentino Raúl Prebisch, “uno de los hombres que más hizo para difundir la denominación Latin America”, según García Barace, y muy vinculado “con los capitales británicos del Río de la Plata”. En 1983 Prebisch se convirtió en un estrecho colaborador del recientemente fallecido presidente argentino Raúl Alfonsín, reconocido miembro de la masonería.
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