Conferencia en el Club Siglo XXI
Cardenal Sistach: «Podemos echar a perder el patrimonio común de la Transición»
El Cardenal Arzobispo de Barcelona, Monseñor Lluís Martínez Sistach, ha pronunciado ayer jueves, 18 de abril, una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid sobre el tema “La presencia pública de la Iglesia en la sociedad de hoy”. El cardenal alertó del peligro de echar a perder y relegar al olvido el patrimonio de la transición política española. Defendió la presencia de los católicos en la vida pública.
El Cardenal Martínez Sistach pronunció una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid sobre “La presencia pública de la Iglesia en la sociedad de hoy”, dentro del ciclo “30 años después…”, dedicado a la Constitución de 1978. Martínez Sistach afirmó que “desde hace un tiempo en España se respiran unos aires muy distintos de aquellos que inspiraron la transición política. Corremos el peligro de echar a perder y relegar al olvido este patrimonio”. El cardenal inició su conferencia con una referencia al Concilio Vaticano II y a su constitución pastoral “Gaudium et Spes”, texto conciliar expresa la solidaridad de los discípulos de Cristo con el mundo actual. “Esta –afirmó- es la justificación de mis palabras: quiero anunciar –como obispo- algunas de las consecuencias del mensaje de Cristo y colaborar modestamente –en las circunstancias concretas de nuestro país- al noble quehacer ciudadano de una convivencia pacífica, justa y libre a la luz del Evangelio”. Sistach subrayó a continuación que “la Iglesia, que actúa en el seno de la sociedad, necesita definir sus relaciones con ésta; también con el Estado, pero dentro del marco de las relaciones que éste tiene que mantener con toda la sociedad”. En este sentido, afirmó que el Vaticano II consagró el régimen de libertad religiosa, “por lo que la libertad de la Iglesia es el principio básico de las relaciones entre la Iglesia y los poderes públicos y todo el orden civil”. El patrimonio de la transición y la Constitución de 1978 Monseñor Sistach se refirió después a la transición política española y a la Constitución de 1978, que supuso una voluntad de superación definitiva de la “cuestión religiosa”, en el sentido de solucionar para siempre que la regulación del hecho religioso fuese motivo de división entre los ciudadanos. Tal fue también la voluntad de la Conferencia Episcopal Española que en la declaración colectiva “Los valores morales y religiosos ante la Constitución”. “No obstante –añadió el cardenal de Barcelona– desde hace un tiempo se respiran otros aires muy distintos de aquellos de la transición. Corremos el peligro de echar a perder y relegar al olvido este patrimonio”. El cardenal arzobispo de Barcelona mencionó algunos de los puntos en que se inspiró la transición política y su espíritu de convivencia: • El pluralismo de las opciones políticas de los católicos, porque “no es misión de la Iglesia apadrinar o promover una opción política determinada”. • Valorar y dignificar la acción política, que es una tarea propia de los laicos y que exige no poca vocación y entrega. • Apoyo de la Iglesia a la instauración de la democracia y voluntad de colaborar en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad, en la consolidación de la auténtica tolerancia y de la convivencia en el mutuo respeto, la libertad y la justicia. Todos los medios de comunicación – y muy especialmente los de inspiración o de titularidad eclesial- tienen en este punto una grave responsabilidad para favorecer el diálogo sereno sobre unos problemas que afectan a toda la sociedad. La laicidad y el laicismo El Dr. Martínez Sistach analizó seguidamente la posición de la Constitución de 1978 en el tema, tan actual en la Europa de hoy, de la laicidad. “La constitución española –afirmó el cardenal- no quiso apostar por ninguna de las siguientes soluciones extremas: ni una España confesional ni tampoco una España laicista. Se optó por una postura intermedia. Se estableció la aconfesionalidad del Estado. De esta manera la Constitución de 1978 representa una solución novedosa”. La Constitución contempla el principio de laicidad, pero lo concibe con un contenido y le asigna una función informadora muy diversos respecto de los habituales en el significado decimonónico de “laicidad del Estado”. El cardenal recordó a los presentes que el concepto de laicidad tiene –según Benedicto XVI– matriz cristiana, recordando las palabras de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Por ello, el Papa afirma que “es legítima una sana laicidad del Estado, sin excluir sin embargo las referencias éticas que encuentran su fundamento último en la religión”. Dentro de unas relaciones entre la Iglesia y el Estado inspiradas en la mutua autonomía y en la necesaria colaboración, el prelado considera absolutamente necesario distinguir entre el “Estado laico” y la “sociedad laica”. La laicidad del Estado está al servicio de una sociedad plural en el ámbito religioso. Por el contrario, una “sociedad laica” implicaría la negación social del hecho religioso o, al menos, del derecho a vivir la fe en sus dimensiones públicas. Lo que sería precisamente laicismo. Los cristianos en la sociedad pluralista “Ante la realidad de nuestra sociedad pluralista –sostuvo el cardenal en su ponencia- se exige buscar el “sitio” propio de los cristianos y de la Iglesia en esta nueva situación socio-cultural, sin que ello suponga la pérdida de la propia identidad. La Iglesia no puede pretender imponer a otros su propia verdad. La relevancia social y pública de la fe cristiana ha de evitar una pretensión de hegemonía cultural, que se daría si no se reconociera que la verdad se propone y no se impone. Pero ello no significa que la Iglesia no deba ofrecerla a la sociedad, en la totalidad de lo que significa “el anuncio del Evangelio”. La sociedad es, quiérase o no, un lugar de convergencia de múltiples influencias que actúan en los ciudadanos. Todo ello ha de caber en la actuación de un Estado respetuoso con la libertad religiosa”. Con continuas referencias al pensamiento de Benedicto XVI, el cardenal aseguró que “la Iglesia no es ni quiere ser un agente político”, pero no puede renunciar a su presencia activa y a su servicio que se hacen efectivos en los campos de la educación, del servicio social, de la vida, del matrimonio y la familia y de la cultura. El principio de la mutua independencia y autonomía de la Iglesia y la sociedad política no significa en absoluto una laicidad del Estado que pretenda reducir la religión a la esfera puramente individual y privada. La Constitución española reconoce la religión como un valor para el bien común, y en el art. 16,3 establece que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Estas consiguientes relaciones –como son los Acuerdos Santa Sede-Estado español y las tres leyes acuerdos para respectivamente los protestantes, los judíos y los musulmanes- son la consecuencia necesaria de la valoración positiva del factor religioso por parte del Estado, y no significan ningún privilegio concedido a estas confesiones religiosas y estos instrumentos jurídicos como tales están en plena armonía con un régimen de libertad religiosa. Algunas prioridades de la Iglesia en el presente En la última parte de su conferencia, el cardenal se refirió a algunas de las prioridades de la Iglesia en el momento presente y en nuestro país. • Un diálogo leal y de colaboración constructiva, desde la propia identidad, con las autoridades civiles. La Iglesia quiere hacer oír su voz dialogante y a la vez profética. Los obispos de Cataluña hemos manifestado recientemente que “estamos convencidos de que cuando el Evangelio es acogido por las personas, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con los necesitados”. • Una presencia activa y comprometida de los laicos cristianos en la sociedad. Hay un déficit de presencia de laicos cristianos en el mundo secular. Porque “la tarea inmediata de actuar en el ámbito político para construir un orden justo en la sociedad no corresponde a la Iglesia como tal, sino a los fieles laicos, que actúan como ciudadanos bajo su responsabilidad” (Benedicto XVI). • Orientar el trabajo eclesial en nuestro país hacia la formación auténtica y sólida de los cristianos para que vivan su vida cristiana con fidelidad a la Iglesia y con generosidad. La Iglesia ha de priorizar la evangelización de las personas. Ello contribuirá a al bien espiritual de la sociedad, configurará las instituciones con los valores evangélicos e impregnará del humanismo cristiano el ordenamiento jurídico del país. • Ofrecer el mensaje evangélico para que las opciones políticas y legislativas no contradigan valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza de ser humano, como la vida, el matrimonio y la familia, la educación de los hijos. • Conocer y valorar nuestra identidad cristiana y ser coherentes con ella. Hoy esta identidad no se valora e incluso se hace de ella objeto de burla o de menosprecio. Esto no ayuda a la realización personal y social y tampoco ayuda a la acogida de la multitud de inmigrantes de distintas etnias y culturas que hoy llegan a España y a Europa, a los que hemos de acoger debidamente y facilitar su integración al país, a nuestra cultura, respetando también la suya. • Buscar y posibilitar caminos adecuados de presencia “comunitaria” que acompañe a los cristianos de esta sociedad, en la que se hace cada vez más difícil ser creyente “en solitario”. • Conceder prioridad a la evangelización y a la evangelización de los pobres. El cardenal concluye su conferencia con una cita del Papa Benedicto XVI en su encíclica “Dios es amor”, cuando cita al emperador Juliano el Apóstata, que quiso restaurar el paganismo, la antigua religión romana, pero que confiesa en una de sus cartas que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa organizada de la Iglesia. “la Iglesia –dice finalmente el cardenal Martínez Sistach– continúa ofreciendo a la sociedad el testimonio de la caridad”.
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