Palabras del Papa al final de la Semana por la Unidad de los cristianos
“No existe ecumenismo verdadero sin conversión interior"
Benedicto XVI presidió ayer por la tarde, en la Basílica de san Pablo Extramuros la celebración de las segundas vísperas de la solemnidad de la Conversión de san Pablo Apóstol, como conclusión de la Semana de la Oración para la Unidad de los Cristianos. El tema de la Semana en esta ocasión ha sido: “Estarán unidas en tu mano”. Han participado en esta celebración representantes de las otras Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma.
(RV/ReL) Benedicto XVI ha recordado durante esta semana se ha rezado también por las distintas situaciones de conflicto que actualmente afligen a la humanidad. “Allí donde las palabras humanas son impotentes, porque prevalece el trágico sonido de la violencia y de las armas, la fuerza profética de la Palabra de Dios no disminuye y nos repite que la paz es posible, y que debemos ser nosotros los instrumentos de reconciliación y de paz. Por eso nuestra oración por la unidad y por la paz siempre exige que se demuestre con gestos valerosos de reconciliación entre nosotros cristianos”. El Papa ha recordado una vez más la región de Tierra Santa y cuán importante es que los fieles que viven allí, como los peregrinos que hasta ahí llegan, ofrezcan a todos el testimonio de que la diversidad de los ritos y de las tradiciones no debería constituir un obstáculo al mutuo respeto y a la caridad fraterna. En su homilía, el Papa ha observado que la conversión de San Pablo nos ofrece el modelo y nos indica el camino para ir hacia la plena unidad. De hecho la unidad requiere una conversión: de la división a la comunión, de la unidad herida a aquella resanada y plena. El mismo Señor, que llamó a Saulo en el camino a Damasco, se dirige a los miembros de su Iglesia – que es una y santa – y llamando a cada uno por su nombre le pregunta: ¿por qué me has dividido? ¿Por qué has herido la unidad de mi cuerpo? La conversión implica dos dimensiones. En el primer paso se conocen y reconocen en la luz de Cristo las culpas, y este reconocimiento se vuelve dolor y arrepentimiento, deseo de un nuevo inicio. En el segundo paso se reconoce que este nuevo camino no puede venir de nosotros. Podemos observar una analogía interesante con la dinámica de la conversión de san Pablo meditando el texto bíblico del profeta Ezequiel (37,15-28) elegido este año como base de nuestra oración. Ahí viene presentado el gesto simbólico de dos leños reunidos en uno en la mano del profeta, que con este gesto representa la futura acción de Dios. Este Dios, que es el Creador y que es capaz de resucitar a los muertos, es también capaz de reconducir a la unidad al pueblo dividido. Pablo – como y más que Ezequiel – se convierte en instrumento elegido de la predicación de la unidad conquistada por Jesús mediante la cruz y la resurrección: la unidad entre los judíos y paganos, para formar un solo pueblo nuevo. La elección de este pasaje del profeta Ezequiel lo debemos a los hermanos de Corea, quienes se han sentido fuertemente interpelados de esta página bíblica, ya sea como coreanos, ya sea como cristianos. En la división del pueblo hebreo en dos reinos se han reflejados como hijos de una única tierra, que las circunstancias políticas han separado, una parte al norte y la al sur. Y esta su experiencia humana les ha ayudado a comprender mejor el drama de la división entre cristianos. A la luz de esta Palabra de Dios emerge una verdad llena de esperanza: Dios promete a su pueblo una nueva unidad, que debe ser signo e instrumento de reconciliación y de paz también en le plano histórico, para todas las naciones. Benedicto XVI ha concluido su reflexión recordando que el 25 de enero de 1959, el beato Papa Juan XXIII manifestó por primera vez en este lugar su voluntad de convocar “un Concilio ecuménico para la Iglesia universal”. Hizo este anuncio a los padres cardenales, en la Sala capitular del Monasterio de San Pablo, luego de haber celebrado la Misa solemne en la Basílica. “De aquella decisión, sugerida a mi venerado Predecesor, según su firme convicción, por el Espíritu Santo, se deriva también una fundamental contribución al ecumenismo, condensado en el Decreto Unitatis redintegratio. Allí, si lee: “No existe ecumenismo verdadero sin conversión interior; porque el deseo de la unidad nace y madura de la renovación de la mente (cfr Ef 4,23), de la abnegación de sí mismo y de la libre efusión de la caridad” (n. 7). La actitud de conversión interior en Cristo, de renovación espiritual, de caridad hacia los otros cristianos ha dado lugar a una nueva situación en las relaciones ecuménicas. Los frutos de los diálogos teológicos, con sus convergencias y con la más precisa identificación de las divergencias que aún existen, impulsan a seguir en dos direcciones: en la recepción de todo cuanto positivamente ha sido logrado y en un renovado compromiso hacia el futuro. “Queda abierto ante nosotros el horizonte de la plena unidad- ha finalizado diciendo el Papa. Se trata de una tarea ardua, pero entusiasta para los cristianos que quieren vivir en sintonía con la oración del Señor: “que todos sean uno, para que el mundo crea” (Gv 17,21). ¡Que desde el cielo el apóstol Pablo, que tanto fatigo y sufrió por la unidad del cuerpo místico de Cristo nos asista! ¡Que nos acompañe y sostenga la Beata Virgen Maria, Madre de la unidad de la Iglesia!”
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