Predicación del Papa en el Ángelus
Benedicto XVI: "Cada uno de los santos lleva el sello de Jesús, la impronta de su amor"
Benedicto XVI recordó ayer durante el Ángelus que "cada uno de los santos y santas - que integran una gran multitud de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura - lleva el sello’ de Jesús, es decir, la impronta de su amor". "Siguiendo a Cristo los santos han sido pobres de espíritu; afligidos por los pecados; mansos; han tenido hambre y sed de justicia; misericordiosos; limpios de corazón; han trabajado por la paz y han sido perseguidos por causa de la justicia". Ahora – reiteró el Papa - "son consolados; han heredado la tierra; saciados; perdonados; ven a Dios de quien son hijos. ‘De ellos es el Reino de los cielos’".
(RV) En sus palabras para introducir el rezo mariano del Ángelus - en este día en que celebramos con gran alegría la fiesta de Todos los Santos - Benedicto XVI se ha referido a la estupenda sensación de asombro que se percibe cuando, visitando un jardín botánico, admiramos la variedad de plantas y flores, que nos lleva a pensar en "la fantasía del Creador, que ha hecho de la tierra un maravilloso jardín". "Sentimiento éste que se asemeja al que nos inunda cuando consideramos el espectáculo de la santidad y el mundo se nos presenta como un ‘jardín, donde el Espíritu de Dios ha suscitado con admirable fantasía una multitud de santos y santas, de toda edad y condición social, de toda lengua, pueblo y cultura", enfatizó el Papa, haciendo hincapié en que, aun siendo distintos entre sí, ‘todos llevan el sello de Jesús’: "Cada uno es distinto, con la singularidad de su propia personalidad humana y de su propio carisma espiritual. Sin embargo, todos llevan impreso ‘el sello’ de Jesús (cfr. Ap 7,3), es decir la impronta de su amor, testimoniado por medio de la Cruz. Todos están en el gozo, en una fiesta sin fin, pero – como Jesús – han logrado esta meta pasando por la fatiga y la prueba (cfr Ap 7, 14), afrontando cada uno su propia parte de sacrificio para participar en la gloria de la resurrección". Recordando que la solemnidad de Todos los Santos se fue afianzando, en el curso de los siglos del primer milenio cristiano, como celebración colectiva de los mártires, Benedicto XVI evocó la consagración, por parte del Papa Bonifacio IV, del Panteón de Roma, dedicándolo a la Virgen María y a todos los Mártires. Martirio que podemos entender en sentido lato, "es decir como amor a Cristo sin reservas, amor que se expresa en el don total de sí a Dios y a los hermanos. Meta espiritual a la que tienden todos los bautizados y que se alcanza siguiendo la senda de las ‘bienaventuranzas’ evangélicas, que la liturgia nos indica en esta solemnidad (cfr Mt 5, 112ª)": "Es la misma senda trazada por Jesús y que los santos y santas se han esforzado en recorrer, aún concientes de sus límites humanos. En su existencia terrenal, en efecto, han sido pobres de espíritu; afligidos por los pecados; mansos; han tenido hambre y sed de justicia; misericordiosos; limpios de corazón; han trabajado por la paz y han sido perseguidos por causa de la justicia. Y Dios les ha participado su misma felicidad: la han pregustado en este mundo y, en el más allá, gozan plenamente de ella. Ahora son consolados; han heredado la tierra; saciados; perdonados; ven a Dios de quien son hijos. En una palabra: ‘de ellos es el Reino de los cielos’ (cfr. Mt 5,310)". "En este día en que sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el Cielo - que nos impulsa a acelerar el paso de nuestra peregrinación terrenal - sentimos que en nuestros corazones se reenciende el anhelo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya formamos parte desde ahora", afirmó el Papa. Y recordando luego las palabras de un conocido canto, que manifiesta precisamente este gran deseo de estar en la gran multitud de los santos, Benedicto XVI invitó a rogar el amparo de la Madre de Dios y madre nuestra: "¡Que este bello anhelo pueda arder en todos los cristianos y ayudarles a superar toda dificultad, todo miedo y toda tribulación! Pongamos, queridos amigos, nuestra mano en la mano maternal de María, Reina de todos los Santos, y dejemos que Ella nos conduzca hacia la patria celestial, acompañados de los espíritus bienaventurados ‘de toda nación, pueblo y lengua’ (Ap 7, 9). Y unamos en la oración el recuerdo de nuestros queridos difuntos, que conmemoraremos mañana".
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