La religión desarma el odio y la violencia
Investigación de un escritor judío
ROMA, domingo, 22 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- Según muchos de los nuevos ateos que han atacado de modo vociferante a Dios y a la religión en los últimos años, la religión no sólo es enojosa sino también dañina y mala. Muchos de ellos acusan a la religión de ser propagadora de divisiones, odio y violencia.
No es verdad, replicaba David Brog en su libro "In Defense of Faith: The Judeo-Christian Idea and the Struggle for Humanity" (En Defensa de la Fe: La Idea Judeo-Cristiana y la Lucha por la Humanidad, Encounter Books). Brog es un escritor judío y director de Christians United for Israel. La tradición judeocristiana ha sido el antídoto más eficaz de Occidente a las peligrosas tendencias de la naturaleza humana que propician la violencia, sostenía.
Sí, hubo épocas en el pasado en las que la fe tendía hacia la intolerancia, pero debemos ver más allá de algunas imperfecciones de nuestra tradición religiosa y reconocer los muchos beneficios de nuestra herencia espiritual, explicaba Brog. No somos buenos simplemente por nacer, observaba, y en el pasado la mayoría de la gente estaba dividida en tribus, razas y naciones, cada una enfrentada a las otras. El cambio radical que trajo la tradición judeo cristiana, apuntaba, es la idea de que todos los seres humanos están creados a imagen de Dios y que estamos llamados a amar a todos nuestros prójimos sin excepción.
Brog llama a esto la "idea judeocristiana" y decía que esto no sólo fue una innovación en Occidente, sino que sigue inspirando nuestra más alta é ;tica hasta nuestra época.
La compasión que sentimos por la víctima de un terremoto en Haití, o por una víctima del sida en África, es un altruismo que es excepcional en la historia humana, y tenemos que agradecérselo a la tradición judeo cristiana, añadía.
Cruzadas e Inquisición
Uno de los capítulos del libro está dedicado a lo que Brog considera mitos sobre atrocidades. Trata sobre todo de las cruzadas y de la inquisición española, tema que surge casi de modo inevitable cuanto se ataca al cristianismo. Es cierto que en ambos episodios históricos se vieron atrocidades, pero Brog mantiene que es necesario que consideremos lo que ocurrió en la perspectiva correcta.
Las cruzadas tuvieron lugar en una era de continua guerra entre las potencias cristianas y musulmanas. Durante estos conflictos los musulmanes eran normalmente los agres ores, y también en la mayor parte de las veces los vencedores. Por eso, sostiene Brog, es incorrecto pintar a los cruzados como una especie de sangrientos e intolerantes cristianos. Más bien se trató de uno de los asaltos en el conflicto entre dos civilizaciones. Las fuerzas cristianas llevaron a cabo atrocidades durante las cruzadas pero, argumenta Brog, los líderes de la Iglesia estuvieron en la vanguardia a la hora de intentar parar la violencia injustificada.
En cuanto a la inquisición, Brog explicaba que, lejos de ser la fuerza impulsora tras una especie de persecución violenta, la Iglesia fue a menudo más una barrera que superar y un freno a los excesos.
Es verdad que el Papa Sixto IV publicó en 1478 la bula que autorizaba la inquisición española, pero Brog continuaba con su defensa diciendo que tan pronto como el Vaticano supo de los excesos de la inquisición intervino para intentar para rlos. Varios Papas en los años siguientes continuaron adoptando medidas para contener a la inquisición, añadía.
Al concluir esta sección del libro, Brog afirmaba que la Iglesia católica no era la fuerza que impulsaba la violencia antisemita de las cruzadas o de la inquisición, sino que por el contrario había buscado limitar tal violencia. De esta forma, estos dos episodios no prueban que la religión sea una fuente de conflictos humanos. No obstante, advertía, revelan la necesidad de estar vigilantes a fin de que la fe no se corrompa por la naturaleza humana dañada.
Vida humana
Uno de los capítulos del libro examina el tema de la santidad de la vida humana. Brog comparaba esto con la práctica común del infanticidio en el Imperio Romano. El código legal romano permitía matar a cualquier niño varón deforme o débil o a cualquie r niña, sin importar si eran sanos o no. Tanto judíos como cristianos se oponían con fuerza a esto y afirmaban que no era lícito matar a un inocente. Brog sostiene que la única razón por la que hoy en Occidente reconocemos la santidad y la igualdad de todos los seres humanos se debe a la herencia judeo cristiana.
"La mayoría de las civilizaciones a través de la mayor parte de la historia humana nunca llegaron a esta visión", añadía.
Si algún filósofo del iluminismo hubiera acogido y abrazado este concepto de la santidad de la vida humana difícilmente habría podido acreditar que hacía una aportación original al hacerlo, sostenía Brog, puesto que la idea viene directamente de la Biblia que la mayoría de ellos habían leído.
El peligro hoy, afirmaba, es que la ciencia está saltándose la pared entre los seres humanos y el reino animal, y trata al hombre como sólo un animal. Se nos advierte con frecuencia sobre el peligro de que la religión se introduzca en campos que no le competen, observaba Brog, pero cuando se trata de la moralidad es necesario que la ciencia respete su falta de competencia.
"Cuando la ciencia se aventura más allá de sus áreas de interés en el reino de la moralidad, suele dejar cadáveres a su paso", advertía Brog.
La misma advertencia se aplica a la filosofía, continuaba Brog. Aunque todos nos hemos beneficiado de la tradición clásica y de los filósofos de la Ilustración, hay límites a lo que la filosofía nos puede enseñar.
La tradición judeo cristiana atribuye a los seres humanos un valor que va más allá de sus capacidades y aportaciones individuales. Y argumentaba que desgraciadamente la filosofía laica ha intentado muchas veces quebrar esta situación y someternos a sistemas de evaluación bastante menos benignos.
Entre los peligros que enumeraba Brog estaba la eugenesia, popular en los años veinte y treinta, que justificaba la esterilización de las personas consideradas inferiores, sancionada como práctica legítima nada menos que por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Para que no pensemos que esto es sólo una singularidad histórica, Brog apuntaba que hoy hay filósofos, como Peter Singer, que están a favor del infanticidio y la eutanasia.
Genes egoístas
El capítulo titulado "Trascender nuestros Genes Egoístas" está dedicado a mostrar cómo ambas religiones, la judía y la cristiana dan una gran importancia al amor a los demás. Esto se basa en lo escrito en el primer capítulo del primer libro de la Biblia, en el Génesis, en donde se dice que Dios creó al hombre a su propia imagen. Esta puede muy bien ser la idea más revolucionarias de toda la historia humana, aseveraba Brog.
Creer esto implica aceptar que estamos investidos de un valor por encima de todos los demás seres creados y este es el fundamento de todos los derechos humanos. No sólo establece el valor supremo de cada vida humana, sino que también afirma la igualdad de todos los seres humanos.
En una interesante sección, Brog explicaba que el amor a los demás está en el centro de tradición judía, rechazando la idea de que en tiempos de Jesús el judaísmo se había reducido a la observancia de unas leyes y rituales fríos.
Hay, sin embargo, diferencias significativas entre el cristianismo y el judaísmo, admitía. Con todo, dejando a un lado las muchas cuestiones teoló gicas que separan a ambos, cuando se llega a la cuestión de la moralidad hay una marcada afinidad, comentaba Brog.
Como el judaísmo, el cristianismo pone hincapié en la necesidad de actuar en nombre del amor que predica. Además, observaba el autor, el ejemplo último de amor en acción es la crucifixión de Jesús.
Volviendo al día de hoy, comentaba que el hecho de que el Papa Benedicto XVI escogiera para su primera encíclica el tema del amor era muy significativo.
Podemos discrepar sobre si hay un Dios pero, observaba Brog, no podemos negar que la tradición judeocristiana ha sido el medio primario por el hemos podido lograr avances éticos. Rechazar la religión sólo llevará a un aumento del sufrimiento humano y del mal.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado