Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«En la teología islámica hay elementos que hacen difícil la integración», dice el arzobispo Crepaldi

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Monseñor Crepaldi fue secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz entre 2001 y 2009, y desde entones es obispo de Trieste.
Monseñor Crepaldi fue secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz entre 2001 y 2009, y desde entones es obispo de Trieste.

Una reciente entrevista de Lorenzo Bertocchi al arzobispo Giampaolo Crepaldi, obispo de Trieste, en La Verità destacaba la prudencia y cuidado por el bien común que debe guiar la política de los estados respecto a la inmigración, en particular la proveniente de países islámicos. Por su interés, reproducimos la traducción publicada por el Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que preside monseñor Crepaldi:

-Se multiplican las llamadas a la acogida, a menudo también por parte de hombres de Iglesia. ¿Cuáles son los criterios que la Doctrina Social de la Iglesia ofrece para afrontar el problema de las inmigraciones sin caer en un buenismo vacío?

-Una de las vías privilegiadas del ejercicio de la caridad es la política, que requiere también el uso de la razón porque no se limita a acciones personales de solidaridad, sino que quiere construir una sociedad solidaria que funcione como tal. No pudiendo ir todos a Lampedusa a acoger inmigrantes, es necesario comprometerse con una buena política, el fin de la cual siempre es perseguir el bien común, que no es sólo el de los inmigrantes, sino también el de la nación que acoge y el de la comunidad universal. Así pues, las políticas de inmigración deben considerar las necesidades de quien pide acogida y, al mismo tiempo, debe preguntarse sobre las posibilidades reales de integración, además de la asistencia inmediata y de otros problemas como, por ejemplo, combatir el crimen organizado que organiza los desembarcos, desincentivar la colusión de algunas ONG, no descargar toda la responsabilidad en Italia, sino favorecer la colaboración europea y mediterránea, etcétera. La caridad personal lanza muchas veces al corazón más allá del obstáculo, pero la política tiene que regular la acogida de manera organizada tutelando el bien de todos.

-Según el reciente Décimo Informe del Observatorio que usted preside, la cuestión de la relación con el Islam asume claramente una relevancia política y tiene, por ello, que ser juzgada también con los principios de la Doctrina Social. ¿Qué significa para la integración de los migrantes de fe islámica?

-La política que se ocupa de religiones tiene que conocer, ante todo, las religiones de las que se ocupa, evitando considerarlas todas iguales o todas distintas. En otras palabras, tiene que medirse con la verdad de las religiones; en caso contrario, no está ejerciendo la propia racionalidad política. Este es un deber de la política que tiene que actuar con respecto al Islam. Es un deber, en cierto sentido, también de la Iglesia, que no tendría que limitarse sólo al diálogo interreligioso, o predicar una acogida genérica y sin diferenciar. También la Iglesia debería valorar al islam -como a las otras religiones- a la luz de los principios de su Doctrina social.

»Con el fin de respetar a todos, la auténtica integración necesita de esta valoración, incluido el islam, que ciertamente no tiene interés en ser considerado algo distinto a lo que es. Para conocer una religión hace falta buscar en su teología, en su visión de Dios, la cual siempre pide a sus fieles una coherencia con sus principios. Esta coherencia teológica se impone siempre, antes o después. Desaparece, entonces, cualquier discusión sobre un islam "moderado" o "europeo".

»Es por esto que no hace falta fingir que, en la teología islámica, no hay elementos que hacen difícil la integración. Enumero algunos: la idea de Dios como Voluntad, sus leyes como decretos a los que hay que obedecer al pie de la letra, la imposibilidad de un derecho natural, la coincidencia entre la ley islámica y la ley civil, la distinción antropológica entre categorías de personas, la prioridad de la Umma sobre la humanidad alargada, la expansión como conquista... Creer que estas y otras características puedan cambiar es engañarse y pecar de ingenuo; equivale a pensar que un católico puede renunciar a la Trinidad de Dios y a la encarnación de Jesús.

-Algunos piensan que el fenómeno de la inmigración es inevitable y que la única solución es una sociedad multiétnica formada por diferentes culturas y religiones. ¿Usted qué piensa?   

-Hace falta distinguir entre las situaciones de hecho y las de derecho. Puede ser que el fenómeno de las migraciones y de las inmigraciones de hecho continúe, pero nadie puede decir que, en sí, sea un bien. Los obispos de África invitan a sus jóvenes a no emigrar, y la Doctrina Social de la Iglesia dice que existe, ante todo, el derecho a "no emigrar" y a permanecer en la propia nación y con el propio pueblo. Además, se sabe que detrás de la marea migratoria se esconden muchos intereses geopolíticos. Las migraciones no son, pues, un bien en sí y no son tampoco inevitables, aunque el juicio de hecho, hoy, parece que diga eso.

»Lo mismo vale por la sociedad multirreligiosa: no es un bien en sí, ella está al servicio del bien común, que sigue siendo el fin último de la comunidad política. Hay religiones que proponen e imponen prácticas contrarias al bien del hombre, como la superioridad del hombre sobre la mujer o la mutilación genital. Decir que es un bien en sí significa renunciar a valorar las religiones con un criterio de verdad.

-En un célebre discurso pronunciado nueve días después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el cardenal Giacomo Biffi dijo, a propósito de la inmigración, que «es el deber estatuario del pueblo de Dios, y el deber de cada bautizado, dar a conocer a Jesús de Nazaret, Hijo de Dios muerto y después resucitado, y su necesario mensaje de salvación». Este deber de la comunidad cristiana, ¿no ha quedado un poco en segundo plano hoy en día?

-La evangelización y la promoción humana van juntas. Esto también quiere decir que la promoción humana no puede sustituir a la evangelización. Acoger e integrar puede ser el objetivo de la política, pero la Iglesia tiene un objetivo que va más allá: anunciar a Cristo. Considero que hoy existe la tentación de pararse antes del anuncio.

-Siempre según Biffi, «puesto que no es pensable que se pueda acoger a todos, es obvio que se imponga una selección» e indicaba claramente que «la responsabilidad de escoger sólo puede ser del Estado italiano, no de otros». Parece algo de sentido común; sin embargo, hoy parece haber sido sustituido por un "ecumenismo" de carácter "político". ¿Se equivocaba tal vez el cardenal Biffi?

-Como decía antes, el ecumenismo político que acoge a todas las religiones indiscriminadamente, significa la abdicación, por parte de la política, al propio deber de perseguir el bien común, que no es una simple convivencia, sino una convivencia ordenada. Hay aspectos de las religiones que ponen en peligro esta convivencia ordenada. Pero hace falta darle la vuelta al razonamiento: la razón política occidental se ha debilitado y tolera todo. Y esconde su debilidad trasformando en valor su indiferencia religiosa. El débil, como decía Nietzsche, se defiende transformando en virtudes la  propia miseria. Es lo que está haciendo Europa, que llama tolerancia religiosa a la indiferencia a la religión. La política tiene que ser tolerante, pero no puede tolerar el mal, no importa de dónde venga, incluidas las religiones. Las políticas religiosas, sin perjuicio de la dignidad de las personas, tienen que tener en cuenta estas diferencias tanto en la acogida como en la integración, y no pueden meter a todos en el mismo saco.

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