Una oración sencilla ante los féretros, pero que reconforta a los que allí están
El cura de «La sotana metálica» en la morgue del Palacio de Hielo: esperanza en la resurrección
Con el coronavirus, muchos sacerdotes han reducido la atención presencial y han multiplicado la digital y mediática. A Vicente Esplugues (Valencia, 1970), sacerdote entusiasta de la música heavy metal, y misionero del Verbum Dei en la parroquia de Nuestra Señora de las Américas, en Madrid, le pasado casi lo contrario.
Él ya tenía bastante presencia mediática, con su popular espacio sobre música rock en Radio Nacional de España llamado “La sotana metálica” y su serie de vídeos de formación en la fe en YouTube. Pero ahora está presente en uno de los sitios más tristes de Madrid: el depósito de cadáveres improvisado en el Palacio de Hielo. Donde antes patinaban alegres niños y mayores sobre el hielo, hoy se acumulan y clasifican los muertos. En la región de Madrid han muerto ya más de 3.600 personas por Covid-19.
En el Palacio de Hielo Vicente reza ante los féretros, despide a los difuntos y pronuncia las palabras que la liturgia de la Iglesia establece recordando las promesas de Cristo sobre la vida eterna. Es uno de los 5 sacerdotes encargados de ir allí a pronunciar los responsos sobre los difuntos. Lo ha contado José Antonio Guerrero en El Ideal.
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Un cura en la morgue del Palacio de Hielo
El sábado fue un día muy duro para Vicente Esplugues. Él, que ha trabajado de misionero en las selvas de Venezuela o en medio de la hambruna de los poblados de Camerún, y que ha dado la extremaunción a chiquillos que han muerto sujetándole la mano, vivió el sábado a las once de la mañana uno de esos momentos en los que hasta a un cura grande (mide 1,90), duro y metalero como él, se le empañan los ojos.
Vicente (Valencia, 49 años), conocido por sus tatuajes, su zarcillo en la oreja y su extensa cultura rockera de la que ha dado cumplida cuenta durante cinco años en RNE ('La sotana metálica'), es uno de los cinco sacerdotes que desde el pasado jueves se turnan para rezar un responso diario en la pista del Palacio de Hielo, la improvisada morgue de la capital, donde reposan, en féretros idénticos, los cuerpos de los fallecidos por coronavirus en Madrid a la espera de una incineración que tarda demasiado en llegar.
A Vicente, vicario de una parroquia cercana, la de Nuestra Señora de las Américas, le tocó hacerlo hace tres días y este viernes repetirá lo que ha sido una experiencia dura, «pero también muy reconfortante», y por la que da gracias a Dios «por haberla podido vivir tan de cerca».
A él, que ha tenido que lidiar con situaciones muy dramáticas a lo largo de sus casi 25 años de sacerdocio, se le saltaron las lágrimas cuando, con su mascarilla, sus guantes de nitrilo y su estola morada al cuello, entró en esa pista de muerte y levantó la mirada hacia el dolor más silencioso.
En ese ambiente gélido –la temperatura rondaba los cinco grados bajo cero–, Esplugues quedó sobrecogido por el horizonte de féretros alineados sobre el manto blanco del hielo, sesenta o setenta ataúdes con los cuerpos de hombres y mujeres que hasta hace muy poco gozaron de una vida plena. Tan impactante como esa vista lo fue «el pensar que detrás de cada uno de esos seres anónimos para mí hay una familia, unos amigos, un amor, unos paisajes, unas lecturas... y también la mirada de Dios sobre ellos. Cuando estaba allí pensaba en que todos han pasado por este mundo haciendo el bien y repartiendo amor y felicidad, y por eso di gracias por ellos».
Vicente se colocó discretamente en una esquina del recinto, leyó la palabra de Dios, hizo unas peticiones y, antes de despedir el acto litúrgico con la oración final, asperjó los féretros con agua bendita. El ceremonial, muy sencillo y emotivo, apenas duró diez minutos. «Cuando regresaba en el coche pensando en todo esto, di las gracias al Señor por haberme permitido vivir una situación de mucho dolor, pero también de mucha fe, de que esto no se acaba aquí, de que estamos llamados a la resurrección».
Mientras conducía le vino a la memoria un pasaje del Antiguo Testamento, el de 'El Valle de los huesos secos', de Ezequiel 37, en el que el profeta interroga a Dios mirando la tierra yerma: «¿Podrán revivir estos huesos?». Vicente se hacía la misma pregunta: ¿Podrá revivir el mundo tras esta pandemia? La certeza es que sí».
Ya como pequeña anécdota de su servicio pastoral, el religioso describe la dificultad añadida de orar en voz alta con la mascarilla tapándole la boca, y recuerda, conmovido, al militar que le acompañó durante la celebración y que vivió con él sus emociones. Cuando terminó su responso, el soldado dirigió su mirada hacia la pista de hielo y le susurró: «Muchas gracias páter. Por ellos y por nosotros».
Vicente Esplugues regresará el viernes al recinto. Tendrá que volver de nuevo a presentar las credenciales que le ha facilitado el Arzobispado de Madrid para superar los necesarios controles que la Policía Nacional y la Unidad Militar de Emergencias (UME) han instalado en los accesos al Palacio de Hielo, convertido estos días en un trajín de coches fúnebres y personal protegido hasta los dientes.
Mientras tanto, Esplugues y sus compañeros misioneros del Verbum Dei de Nuestra Señora de las Américas seguirán oficiando sus misas diarias virtuales, que retransmiten por el canal de YouTube de la parroquia, y que últimamente no dejan de ganar fieles. El domingo pasado siguieron la 'tele-eucaristía' más de cuatro mil feligreses. Lo nunca visto. Se ve que la fe hace milagros.
[Nota de ReL: las misas de este canal parroquial registran unos 400 o 500 visionados en YouTube, aunque la del domingo acumuló 2.000; probablemente el dato al que se refiere el texto es que el canal tiene 4.000 subscriptores].