Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Los sacerdotes de la parroquia, Gabriel Benedicto y Alejandro Aravena, relatan su experiencia

Un año de la explosión en La Paloma: «Hoy por hoy no tengo miedo a la muerte, no me pertenezco»

De izquierda a derecha, Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena y el fallecido Rubén Pérez.
De izquierda a derecha, Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena y el fallecido Rubén Pérez. Los tres eran compañeros y amigos.

Javier Lozano / ReL

El edificio parroquial de La Paloma, la iglesia más castiza de Madrid, ha sido testigo de tremendas conversiones, de llamadas al sacerdocio, a la vida religiosa e incluso a la vocación de familia en misión; también ha albergado también grandes predicaciones, bellos momentos de comunión y sobre todo de transmisión de la fe. Pero hace ahora un año voló por los aires. Murieron en aquel trágico 20 de enero de 2021 cuatro personas, entre ellas el sacerdote Rubén Pérez, apenas ordenado siete meses antes, y David Santos, un joven feligrés de la parroquia padre de familia numerosa.

La Iglesia no se sustenta por ladrillos ni vigas sino por piedras vivas. Entre los escombros de La Paloma resurge y resiste la fe de un pueblo de Dios que ha sufrido por la pérdida de seres queridos y de un lugar donde habían vivido importantes momentos en sus vidas. En esta parroquia marcadamente evangelizadora y misionera hay, de hecho, muchas de estas piedras con las que reconstruir aquello que se vino abajo. Son los miles de feligreses que conforman esta comunidad de fieles del centro de Madrid.

Un año después la parroquia sigue intentando recobrar una normalidad que la falta del edificio impide. En él celebraban las 18 comunidades neocatecumenales de la parroquia, se impartían las catequesis, estaba la sede de Cáritas además de los despachos y las viviendas de los sacerdotes.

En La Paloma luchan todavía por esclarecer qué pasó exactamente, y tras cerrarse la vía penal se trabaja en abrir un proceso civil que arroje la luz a esta tragedia, al apuntar todo ello a una posible negligencia en el mantenimiento de una válvula de gas enterrada bajo la calle Toledo a la altura del edificio parroquial.

Una de las salas de La Paloma destruida en la explosión

El edificio parroquial de La Paloma ha quedado completamente destruido por la explosión. Así quedó una de las salas / Foto: Cortesía de la parroquia de La Paloma

Gabriel Benedicto, párroco de La Paloma y vicario episcopal de la Vicaría VI, así como Alejandro Aravena, párroco in solidum, están reviviendo estos días un suceso que ha cambiado sus vidas. Perdieron su casa y sus pertenencias, pero también a su gran compañero y amigo, Rubén Pérez, vicario en la parroquia, y a un feligrés muy querido por ellos como David Santos.

Ambos sacerdotes debían estar en el interior del edificio cuando explotó, pero por motivos diversos tuvieron que salir de allí minutos antes. Religión en Libertad ha hablado con los dos estos días en lo que ha sido un testimonio de fe y esperanza en medio de una situación humanamente dolorosa.

La Biblia de Rubén hallada entre los escombros

El padre Gabriel, de 40 años, tiene marcado como un signo lo que le ocurrió cuando encontró entre los escombros la Biblia de Rubén, el joven sacerdote fallecido. Al cogerla decidió abrirla al azar y le salió lo siguiente: “¿Ves estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida (Mc, 13, 2)”.

Desde su propia experiencia asegura que “no hay flores ni palabras que tengan respuesta al sufrimiento de la muerte, más que el misterio pascual”. Y por ello aquella cita bíblica desde la zona cero de la explosión fue para él y la parroquia “una confirmación de que lo que hacemos es cimentar bien para el futuro con este redescubrimiento del Bautismo” por el que desde hace 50 años han apostado en La Paloma a través del Camino Neocatecumenal y que ha transformado la vida de miles de personas, entre ellas algunas de las víctimas mortales.

El Gabriel que quitaba nieve del temporal Filomena antes de la explosión es diferente al de la actualidad. Dios ha actuado a través de este acontecimiento. En este proceso continuo ha visto un cambio principal: una llamada más potente si cabe a ser peregrino en esta vida. “Toda esta inestabilidad en la que Dios siempre nos pone es para recordarnos que somos peregrinos”, afirma.

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Los cinco sacerdotes que residían en La Paloma, entre ellos los párrocos y el padre Rubén Pérez, fallecido

El joven párroco de La Paloma ve otro cambio en él en estos meses, el de “volver a ponerme en manos de  Dios y su Divina Providencia. Dios cuida de nosotros, ha habido muchos episodios en los que he palpado que alguien me defiende, que cuida de mí. Cuando no puedo, Él puede. He cambiado en el deseo de no pertenecerme”.

El proceso judicial, el luto de las familias, la pérdida de seres queridos, de su casa, las numerosas decisiones a tomar… Es mucha la presión, pero el padre Gabriel afirma que ha sido “impresionante la presencia de Cristo” porque tenía claro que él solo no podía.

El padre Alejandro Aravena, de 43 años, también ha vivido una experiencia similar. Debía haber estado allí pero salió a hacer un recado imprevisto y se enteró de la explosión por las llamadas de los feligreses interesándose por su estado.

“Como es obvio me he preguntado muchas veces por qué razón yo salí a hacer una compra que era superficial y por qué no estuve ahí. Las conclusiones que he sacado son muchas. He llegado a pensar que quizá no estaba preparado, que todavía debo hacer algo aquí, quizá dar frutos en lo que es la caridad, no lo sé, o simplemente que no era mi momento”, explica a Religión en Libertad.

Alejando, que ejerce como párroco in solidum de La Paloma, ha sacado una gran lección de aquella tarde: “creo que no era mi día y hoy por hoy no tengo miedo a ese día”. Sin embargo, confiesa que lo único que le espanta “es no estar preparado y no morir con el rostro sereno que tenía Rubén en el momento de irse de aquí. Muchas veces pienso que Rubén ya lo tiene hecho y que a mí aún me falta mucho”.

“Aquel 20 de enero Dios quiso que no estuviera ahí y el día de mi muerte supongo que también dependerá de Él, por tanto, cuando reflexiono esto entro en una profunda paz”, explica este sacerdote al hablar del principal cambio que se ha producido en él en este año.

La explosión ha sido una prueba para toda la parroquia, sobre todo de fe. Alejando destaca haberla presenciado principalmente en las familias de Rubén y David y la define como “una fe que no se hace tangible hasta que no sucede una realidad como la que hemos vivido”. En su opinión, “aunque creemos que la fe que tenemos es poca luego en momentos así te sostiene de una manera insondable”.

"Mucha gente ha vuelto a la parroquia"

Pero además advierte que “la tentación es volver a atrás hacia el momento en que ocurrió y decir que ojalá no hubiera sucedido, pero yo quiero seguir adelante, ver cómo Dios nos irá ayudando a superar todas nuestras heridas y reencontrarnos con ellos cuando ya el cielo sea para siempre”.

Gabriel Benedicto, por su parte, invita a preguntarse no tanto por qué se produjo esta tragedia sino más bien cuestionarse para qué, y que no es otra cosa que para que “se manifieste su rostro y se vea la vida eterna”.

El párroco revela que ha habido “mucha gente que ha vuelto a la parroquia”, pues ha sido “una llamada”. Aún sin entender todo lo que ha pasado muchos –explica Gabriel- se han vuelto a Dios, y otros, al igual que la Virgen guardaba en su corazón, no lo entienden pero “siguen adelante y se fían de Dios”.

“A mí Dios me preparó para esto y te sostiene cuando lo vives. He visto el amor de Dios en todo lo que Él ha provisto, el apoyo, la paz… Cuando se te cuela esta paz ves el amor de Dios. En medio de las lágrimas, el dolor, situaciones difíciles he visto cómo el Señor me sacó de lo profundo. Yo ahí he visto ese amor de Dios, en muchísimos detalles de la providencia, esas pequeñas casualidades que no son casualidades, en el amor de los hermanos, en la oración de la Iglesia…”, agrega.

Fachada del edificio parroquial de La Paloma

Sin pretenderlo, la parroquia de La Paloma se colocó en el foco informativo y también en un fuerte testimonio de fe. Sobre esto, el párroco recuerda las palabras de Cristo acerca de que no se puede ocultar una ciudad en lo alto del monte. “Hay un momento en el que llega la hora de testificar, Él nos pone sobre el candelero para que el mundo vea cómo vivimos los cristianos, como tenemos este don del Espíritu Santo, del Bautismo, y ver cara a cara a la muerte, a la hermana muerte como decía San Francisco de Asís, como una puerta que se abre al encuentro con Dios”.

Una parroquia viva, misionera y evangelizadora

La Paloma tiene dos características que hacen de ella una parroquia especial. Por un lado, el cuadro de la Virgen y la gran devoción del pueblo de Madrid a esta advocación, hasta tal punto de ser considerada la patrona oficiosa de Madrid.

El amor a la Virgen de la Paloma, signo del Madrid más castizo, traspasa regiones y fronteras, lo que quizás de manera providencial ha llevado al otro aspecto a destacar: su carácter misionero gracias al Camino Neocatecumenal.

En 1970 unos jovencísimos Kiko Argüello y Carmen Hernández realizaban en La Paloma este anuncio del Evangelio que prendió como una mecha. Se formó una primera comunidad desde la cual se han catequizado parroquias de Madrid, distintas zonas de España y de otros países. De esta primera comunidad varios jóvenes acabarían convirtiéndose en sacerdotes. Uno de ellos ha sido rector del Seminario Redemptoris Mater de Madrid, otro del de Takamatsu (Japón), y a esta comunidad pertenece también José Luis del Palacio, que tras 40 años como misionero itinerante en Perú fue nombrado obispo del Callao, también en Perú, donde ahora es ya emérito.

“Hace 50 años se hizo una apuesta por redescubrir el Bautismo y llegar a los alejados en una época en la que la Iglesia no lo necesitaba aparentemente. Una propuesta para catequizar a los adultos era una apuesta muy fuerte, y fue profética ante un cambio de época”, asegura Gabriel Benedicto.

Son muy numerosas las vocaciones surgidas de La Paloma en estos años. En la actualidad hay más de 20 misioneros de esta parroquia repartidos por el mundo, entre ellos varias familias en misión, que cuentan como una unidad. Pero ha llegado a haber hasta 50 misioneros por todo el orbe. Los hay en estos momentos en lugares tan dispares como Guatemala, Perú, Australia, Irlanda, Alemania, Lituania, Tanzania, Tailandia o Vietnam, entre otros.

En total han salido más de dos docenas de sacerdotes, uno de los últimos fue precisamente Rubén Pérez Ayala, nacido y criado en La Paloma y que murió ejerciendo el sacerdocio en el lugar en el que fue bautizado. También su hermano pequeño Pablo Pérez, también sacerdote, es otra reciente vocación de la parroquia, al igual que otro joven ordenado en mayo. Además, en estos momentos hay cuatro jóvenes en distintos seminarios del mundo, dos en el Redemptoris Mater de Madrid, uno en el de Alcalá y otro en el de Viena.

“Creo que las vocaciones, la capacidad de escuchar a Dios que llama, que sigue llamando, se potencia especialmente cuando abrimos el oído. Aquí se ha enseñado a escuchar sin miedo a Dios, y Dios que quiere que todo el mundo se salve, sigue llamando, llama y asi es más fácil escucharlo”, sentencia el párroco de La Paloma.

Actos previstos para el primer aniversario

- Miércoles 19 de enero, a las 20:00 horas, recuerdo-homenaje en la parroquia Virgen de la Paloma con un concierto a cargo de la Coral San Viator, organizado por la asociación AVEGAST (Amigos de las Víctimas de la Explosión de Gas de la calle Toledo). Entrada libre, con medidas Covid.

Jueves 20 de enero, a las 14:45 horas, rezo del Rosario por los difuntos y sus familiares ante el mosaico de la Virgen de la Paloma situado en la fachada de la parroquia (c/ Paloma, 21). Acceso libre.

- Jueves 20 de enero, a las 15:30 horas, Misa Conmemorativa en la parroquia Virgen de la Paloma organizada por el colegio La Salle y presidida por el párroco, Gabriel Benedicto. Acceso con invitación. 

Jueves 20 de enero, a las 20:00 horas, Misa Solemne en recuerdo de las víctimas mortales presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, en la Catedral de la Almudena.

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