Sor Sheila, de familia no religiosa: «Me prendé de las clarisas de Ribadeo como otras de su novio»
Este sábado 28 de abril Sheila Díaz Sobrino, de 35 años, se convertía en sor Sheila de María, pasaba de novicia a "juniora" profesando votos como clarisa, en el convento de Santa Clara de Ribadeo (Lugo, en la frontera de Galicia con Asturias). Allí residen 13 religiosas.
«El nombre que he elegido es como un recordatorio de que siempre invoque a la Virgen, pase lo que pase», aclara la mujer, que llegó hace tres años a Ribadeo. Primero realizó un año de postulado y después dos de noviciado. En la ceremonia del sábado dejó su velo blanco de novicia y tomó el negro. «El negro es símbolo de consagración», indicó.
«A partir de ahora mi familia me podrá llamar cada 15 días y venir todos los meses a verme. Llevaré una vida absolutamente anodina y sencilla, entregada a la oración y a las tareas del convento, con los animales, en la cocina, en el obrador haciendo pasteles, cuidando enfermos...; ofrecida a Dios», explicó a Lucía Rey, en La Voz de Galicia. Esta es la entrevista resultante.
La capilla del Convento de Santa Clara en Ribadeo
-¿Cuándo decidió ser monja?
-A los 13 años tuve la primera intuición. Sentí una atracción hacia la vida religiosa y las cosas de Dios para ser solo de Jesús. Pero entonces no quería entrar en ningún convento ni renunciar a mis cosas, a mi vida... Ni tampoco a los amigos y a los chicos.
-Y en aquel momento siguió con una vida «tradicional»...
-Seguí estudiando. Hice animación sociocultural y empecé a trabajar a los 17 años. He trabajado como guía turístico en una empresa de multiaventura, de dependienta en una tienda de juguetes, en la Cruz Roja con niños en un centro de día... Antes de decidir ser monja, trabajaba en el parque de atracciones de Madrid y tuve novio, y en esa vida estaba contenta y alegre, pero no me colmaba.
-¿Mantuvo contacto con la religión en ese tiempo?
-Tuve la suerte de crecer en un ambiente de libertad. Aunque mis padres son bautizados católicos, no son nada religiosos. No van a misa ni nada, pero son muy liberales y siempre me dejaron ir a misa, a campamentos y a la parroquia aunque mi hermano no pisase una iglesia. En la parroquia viví mucho el apostolado, ayudando a gente sin recursos, yendo a misiones en Latinoamérica y en la India en verano... Pero notaba que no tocaba tanto su corazón haciendo lo que hacía por ellos como ofreciendo mi vida detrás, en silencio y con la oración.
-¿Qué votos profesará esta tarde en el convento?
-Soy novicia y paso a ser «juniora», que es la profesión simple, donde te consagras a Dios tres años con los votos de pobreza, obediencia, castidad y clausura. Dentro de tres años me volverán a preguntar y ahí será para toda la vida.
-Choca que una mujer joven decida en estos tiempos romper con todo para ser monja y llevar una vida tan distinta a la que lleva el resto de la gente de su edad...
-Fui sintiendo pequeñas seducciones a lo largo de mi vida viendo que todo lo demás, los trabajos, los amigos, los chicos... no llenaban mi corazón. Estoy en contacto con Jesús y Jesús está en contacto con la gente. Reconozco que es difícil de entender y de ver, igual que el amor. Los grandes sentimientos son la amistad, el amor, la familia... Son cosas que no se ven, pero que son muy importantes.
«Todos necesitamos una ayuda, un algo en algún momento de la vida, y yo voy a estar ahí detrás, pidiendo y rezando por todos. Como una madre de familia que no expone su trabajo, que acoge a sus hijos cuando vienen a casa. Es una ternura, un acoger. Un tener a alguien detrás que te quiera», detalló ayer sor Sheila de María.
«Antes yo tenía una idea de cómo era mi chico ideal, y con esto fue igual. Yo no escogí una orden. Llegué a Ribadeo y me prendé de las clarisas, como tú te enamoras de Víctor o de Pablo. Vi que esto encajaba con mi corazón y aquí me quedé», concluyó.
«El nombre que he elegido es como un recordatorio de que siempre invoque a la Virgen, pase lo que pase», aclara la mujer, que llegó hace tres años a Ribadeo. Primero realizó un año de postulado y después dos de noviciado. En la ceremonia del sábado dejó su velo blanco de novicia y tomó el negro. «El negro es símbolo de consagración», indicó.
«A partir de ahora mi familia me podrá llamar cada 15 días y venir todos los meses a verme. Llevaré una vida absolutamente anodina y sencilla, entregada a la oración y a las tareas del convento, con los animales, en la cocina, en el obrador haciendo pasteles, cuidando enfermos...; ofrecida a Dios», explicó a Lucía Rey, en La Voz de Galicia. Esta es la entrevista resultante.
La capilla del Convento de Santa Clara en Ribadeo
-¿Cuándo decidió ser monja?
-A los 13 años tuve la primera intuición. Sentí una atracción hacia la vida religiosa y las cosas de Dios para ser solo de Jesús. Pero entonces no quería entrar en ningún convento ni renunciar a mis cosas, a mi vida... Ni tampoco a los amigos y a los chicos.
-Y en aquel momento siguió con una vida «tradicional»...
-Seguí estudiando. Hice animación sociocultural y empecé a trabajar a los 17 años. He trabajado como guía turístico en una empresa de multiaventura, de dependienta en una tienda de juguetes, en la Cruz Roja con niños en un centro de día... Antes de decidir ser monja, trabajaba en el parque de atracciones de Madrid y tuve novio, y en esa vida estaba contenta y alegre, pero no me colmaba.
-¿Mantuvo contacto con la religión en ese tiempo?
-Tuve la suerte de crecer en un ambiente de libertad. Aunque mis padres son bautizados católicos, no son nada religiosos. No van a misa ni nada, pero son muy liberales y siempre me dejaron ir a misa, a campamentos y a la parroquia aunque mi hermano no pisase una iglesia. En la parroquia viví mucho el apostolado, ayudando a gente sin recursos, yendo a misiones en Latinoamérica y en la India en verano... Pero notaba que no tocaba tanto su corazón haciendo lo que hacía por ellos como ofreciendo mi vida detrás, en silencio y con la oración.
-¿Qué votos profesará esta tarde en el convento?
-Soy novicia y paso a ser «juniora», que es la profesión simple, donde te consagras a Dios tres años con los votos de pobreza, obediencia, castidad y clausura. Dentro de tres años me volverán a preguntar y ahí será para toda la vida.
-Choca que una mujer joven decida en estos tiempos romper con todo para ser monja y llevar una vida tan distinta a la que lleva el resto de la gente de su edad...
-Fui sintiendo pequeñas seducciones a lo largo de mi vida viendo que todo lo demás, los trabajos, los amigos, los chicos... no llenaban mi corazón. Estoy en contacto con Jesús y Jesús está en contacto con la gente. Reconozco que es difícil de entender y de ver, igual que el amor. Los grandes sentimientos son la amistad, el amor, la familia... Son cosas que no se ven, pero que son muy importantes.
«Todos necesitamos una ayuda, un algo en algún momento de la vida, y yo voy a estar ahí detrás, pidiendo y rezando por todos. Como una madre de familia que no expone su trabajo, que acoge a sus hijos cuando vienen a casa. Es una ternura, un acoger. Un tener a alguien detrás que te quiera», detalló ayer sor Sheila de María.
«Antes yo tenía una idea de cómo era mi chico ideal, y con esto fue igual. Yo no escogí una orden. Llegué a Ribadeo y me prendé de las clarisas, como tú te enamoras de Víctor o de Pablo. Vi que esto encajaba con mi corazón y aquí me quedé», concluyó.
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