Miguel fue martirizado, su viuda y sus 4 hijos rezaron a diario por su asesino: el sábado será beato
Este sábado se celebrará en Madrid la beatificación de 60 mártires de la familia vicenciana que fueron asesinados por odio a la fe durante la Guerra Civil. Entre los nuevos beatos había sacerdotes, monjas y padres de familia. Todos murieron por el único ‘delito’ de ser católicos.
Uno de estos últimos era Miguel Aguado Camarillo, uno de los 13 seglares congregantes de la Medalla Milagrosa y padre de cuatro hijos, que fue denunciado por sus vecinos.
Fue asesinado en Paracuellos sin juicio previo, dejando una viuda con apenas 30 años y cuatro niños a su cargo.
Denunciado por sus propios vecinos
“Hasta que la cerraron en julio de 1936, iba a misa todos los días muy temprano a la basílica de la Milagrosa” y este hecho “llamaba la atención porque Miguel y su esposa María eran los únicos vecinos del edificio conocidos como fervientes católicos”, recoge el libro Mártires de la familia vicenciana.
Fue así como varios vecinos decidieron denunciarle, para lo que alertaron a los milicianos, que acudieron a su casa varias veces para detenerle. Finalmente, fue arrestado el 29 de octubre de 1936.
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Aguado fue trasladado a la cárcel modelo de Madrid y de ahí a la de la calle Porlier, una en la que prácticamente se garantizaba el fusilamiento. Junto a 25 compañeros, este padre católico fue fusilado en Paracuellos del Jarama, sin juicio previo, el 27 de noviembre de 1936, precisamente festividad de la Virgen Milagrosa, de la que él era congregante.
Rezaban por su padre y por su asesino
Lejos de odiar, la joven viuda y madre de 4 años, María se refugió en la fe y no buscó venganza. Según recoge Alfa y Omega, la segunda hija del futuro beato contó antes de morir en 2015 cómo vivió su madre aquel momento.
“La recuerdo siempre vestida de negro, trabajando en todo lo que podía para sacarnos adelante. Siguió muy devota de la Milagrosa y nos enseñó a todos a confiar en Dios. Todas las noches antes de acostarnos nos hacía rezar por nuestro padre para que esté en el cielo y por el alma del asesino, para que Dios le convierta y le lleve al cielo”.
“No me cabe la menor duda de que mi padre aceptó la muerte por el Señor, porque era un buen cristiano. Sabemos que el ambiente de la cárcel fue como unos ejercicios espirituales. Allí se rezaba el rosario y los sacerdotes que estaban presos con ellos les dieron la absolución”, agregaba.