Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Dedican sus vacaciones a la pastoral en la cárcel vasca de Martutene y ahora relatan su experiencia

ReL

Estos ocho jóvenes han pasado el mes de julio ayudando en la pastoral penitenciaria de esta cárcel vasca
Estos ocho jóvenes han pasado el mes de julio ayudando en la pastoral penitenciaria de esta cárcel vasca
Varios jóvenes han decidido dedicar sus vacaciones y renunciar a planes de ocio para estar durante todo el mes de julio en un campo de trabajo en la prisión guipuzcoana de Martutene. Organizado por la Diócesis de San Sebastián, a través de la capellanía de la Pastoral Penitenciaria de este centro carcelario, varios jóvenes quisieron entregar su tiempo a los presos y llevarles el amor de Cristo y de la Iglesia.

Los ocho voluntarios que han participado en esta experiencia han realizado una crónica de campo en la que reconocen que han recibido mucho más de lo que ellos hayan podido aportar a los reclusos. Pero una cosa se les ha quedado grabada, en cada uno de ellos han visto a Cristo. La web de la Diócesis de San Sebastián recoge su testimonio:

Un testimonio de vida

Hoy en día, en nuestra sociedad, está muy extendida la idea de la típica cárcel fría, gris, triste, llena de barrotes y barreras que separan a los presos del resto de personas, con la convicción de que esta situación es la que merecen, que merecen estar en un ambiente lúgubre en el que sean identificados por sus delitos y números y no por sus nombres. No sabríamos decir si esto es lo correcto, pero lo que sí podemos afirmar es que esta no es la realidad del centro penitenciario de Martutene.

El campo de trabajo se ha dividido en mañanas y tardes. Las mañanas las hemos dedicado a la formación. Diferentes profesionales, por una parte, se han acercado a nosotros a explicarnos diferentes ámbitos del funcionamiento de la institución penitenciaria, y nos han facilitado información sobre la intervención con los extranjeros, la organización del equipo técnico, el contacto con otras entidades, las actividades y programas que llevan a cabo y etcétera.

Por otra parte, hemos tenido la oportunidad de escuchar diferentes ponencias de personas que nos han explicado sus experiencias ligadas a los valores que hemos trabajado durante todo el campo de trabajo. Cada día trabajamos un valor diferente, que nos han facilitado la comunicación y creación del vínculo con los internos en el centro por las tardes.
 
Los valores que hemos trabajado, desde la perspectiva humana y cristiana, han sido la mirada, la escucha, la acogida, el acompañamiento y el perdón. Poco a poco, hemos sido conscientes de que todos estos valores están relacionados entre ellos, es decir, que es necesario que todos estén presentes para que la interacción y el vínculo con las personas privadas de libertad fuera adecuado.


 
Aunque en situaciones cotidianas, son detalles que no tenemos en cuenta, hemos sido conscientes de que estos detalles de mirar hacia otro lado, interrumpir mientras hablan y actitudes similares facilitan la interrupción de la comunicación con otras personas, por eso el hecho de haber recibido la formación en torno a estos valores nos ha sido de gran utilidad para que la comunicación con las personas del centro penitenciario por las tardes fuera buena, ya que durante la tarde accedemos al centro para estar con ellos. Es decir, fijar la mirada en la persona con la que estás hablando, y no en las cosas que están pasando a tu alrededor deja ver que estás prestando atención plena a la persona y a lo que está diciendo. Escuchar de forma activa y atenta lo que las personas nos dicen es importante para poder recoger toda la información que nos dan, y comprender la experiencia de vida de cada uno, y así conseguir ver más allá de lo que ha hecho. Pero para poder escuchar, es necesario que se comuniquen con nosotros, algo que no hubieran hecho si no se hubieran sentido acogidos, comprendidos, y acompañados. Al fin y al cabo, hemos conectado con ellos porque nos hemos centrado en conocer a las personas, y no los casos y motivos por los que están en el centro penitenciario. Todo esto, ha sido necesario para conseguir que estas personas, de alguna manera, se sientan perdonadas, no juzgadas, o que, por lo menos, sientan que la culpa ha disminuido.
 
De este campo de trabajo nos llevamos varios aprendizajes. El primero es que desde la fe, experimentar el sufrimiento de las personas privadas de libertad nos invita siempre a una respuesta comprometida. También a no juzgar, sino lo necesario que es conocer a las personas y sus historias y experiencias, a empatizar y ponernos en el lugar del otro, a valorarlas, por muy diferentes que sean sus situaciones de vida a las nuestras. Hemos visto que el entorno social y familiar y otros factores condicionan sus historias, y sobre todo, hemos comprendido que son personas privadas de su libertad, pero ante todo, son personas. Por todo esto, terminamos este campo de trabajo sintiendo que tenemos la responsabilidad de dejar a un lado los prejuicios, de escuchar y empatizar antes de hablar y juzgar, y de romper los estereotipos que la sociedad tiene entorno a este colectivo. Nuestra aportación ha sido pequeña en comparación a todo lo que se puede hacer con las personas que necesitan y agradecen la ayuda desinteresada de otros, pero como decía Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugar pueden cambiar el mundo.
 
Por nuestra parte, queremos agradecer a todas las personas que han hecho posible que vivamos esta experiencia, desde el Director, que ha accedido a que podamos entrar en el centro penitenciario, hasta la Iglesia en Guipúzcoa, a través de Cáritas y la Pastoral Penitenciaria que nos ha orientado en todo momento, pasando por todos los profesionales y ponentes que nos han dedicado un ratito de sus vidas para aportarnos experiencias e información que nos han sido de gran ayuda.
 
Si ha habido una frase que ha marcado este campo de trabajo, ha sido la que surgió los primeros días; detrás de muchos papeles, siempre hay una persona. Y es que muchas veces esto es algo que se nos olvida.

 

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