De profesor de liturgia en Roma, al comedor social de los franciscanos en Pontevedra: dar de comer
Gonzalo Diéguez es un sacerdote franciscano que coordina el comedor social del convento de San Francisco en Pontevedra. "Hay mucha necesidad, mucha más de la que a veces vemos. Hay pobreza material y pobreza mental", explica en La Voz de Galicia.
Él es natural del municipio pontevedrés de Agolada. "Yo fui a estudiar al seminario, en Herbón, porque me mandaron mis padres y punto", reconoce, pero le gustó y nunca se arrepintió de seguir la vida franciscana. «Si no me gustase me hubiese ido en cualquier momento, incluso ahora, pero siempre estuve feliz».
Estudió Filosofía y Teología en Santiago y vivió varios años en Roma, estudiando y dando clases de Liturgia. «La ciudad es preciosa para ver... Pero muy bulliciosa para vivir, demasiado ruido y demasiados coches», comenta.
Un comedor social, gracias a los feligreses
Lleva 9 años en el convento de Pontevedra, muy satisfecho del comedor social. «Es una gran obra, se ayuda a muchísima gente», dice.
Los fondos los aportan los fieles. «La verdad es que todo sale de los cepillos de la iglesia. Esto, sin la solidaridad que hay en la ciudad, no sería posible, pero aquí sí lo es. También tenemos muchas donaciones, algunas importantes, de supermercados y otras muy bonitas».
Cuenta que hay quien les lleva fiambre que no alcanza nada más que para un bocadillo. «Pero da igual, lo importante es que vengan y donen», dice. Gonzalo Diéguez agradece también el esfuerzo de los voluntarios, que cada día llegan para preparar mesas, sillas, comida y acogida.
Lo más difícil, según explica, no es conseguir recursos. Ni siquiera en los peores tiempos de la crisis. Lo más duro es enfrentarse cada día con la pobreza. «Conoces las historias, ves muchos dramas... Te interesas por las personas, y claro, tú no tienes solución para sus problemas», señala.
Y la voz del fraile se hace casi un susurro cuando cuenta a La Voz de Galicia: «La verdad es que no sé de nadie que viniese a comer aquí al que finalmente le fuese bien... Los que dejan de venir es porque se mueren o porque los meten en la cárcel, que también pasa... Esto es muy duro».
Sin preguntas Sabe las historias, los dramas, las tragedias de quienes acuden a comer. Pero no suele hacer preguntas. Su lema es bien fácil de entender: «Aquí damos lo que tenemos y punto. No preguntamos nada, el que viene, come... A veces hay quien te dice que tal o cual tiene dinero y viene aquí... Ni lo sé ni lo pregunto. Al que viene, se le da de comer, que es la función que tiene el comedor».
A veces, lo que hace falta en el ajetreo del comedor es poner paz. Y lo hace a su estilo; sin gritos, sin aspavientos. «Tengo que recordar de cuando en vez que aquí no se viene a discutir, que se viene a comer», dice. Nadie le rechista. Y el comedor, con sus más y sus menos, coge calor de hogar.
Él es natural del municipio pontevedrés de Agolada. "Yo fui a estudiar al seminario, en Herbón, porque me mandaron mis padres y punto", reconoce, pero le gustó y nunca se arrepintió de seguir la vida franciscana. «Si no me gustase me hubiese ido en cualquier momento, incluso ahora, pero siempre estuve feliz».
Estudió Filosofía y Teología en Santiago y vivió varios años en Roma, estudiando y dando clases de Liturgia. «La ciudad es preciosa para ver... Pero muy bulliciosa para vivir, demasiado ruido y demasiados coches», comenta.
Un comedor social, gracias a los feligreses
Lleva 9 años en el convento de Pontevedra, muy satisfecho del comedor social. «Es una gran obra, se ayuda a muchísima gente», dice.
Los fondos los aportan los fieles. «La verdad es que todo sale de los cepillos de la iglesia. Esto, sin la solidaridad que hay en la ciudad, no sería posible, pero aquí sí lo es. También tenemos muchas donaciones, algunas importantes, de supermercados y otras muy bonitas».
Cuenta que hay quien les lleva fiambre que no alcanza nada más que para un bocadillo. «Pero da igual, lo importante es que vengan y donen», dice. Gonzalo Diéguez agradece también el esfuerzo de los voluntarios, que cada día llegan para preparar mesas, sillas, comida y acogida.
Lo más difícil, según explica, no es conseguir recursos. Ni siquiera en los peores tiempos de la crisis. Lo más duro es enfrentarse cada día con la pobreza. «Conoces las historias, ves muchos dramas... Te interesas por las personas, y claro, tú no tienes solución para sus problemas», señala.
Y la voz del fraile se hace casi un susurro cuando cuenta a La Voz de Galicia: «La verdad es que no sé de nadie que viniese a comer aquí al que finalmente le fuese bien... Los que dejan de venir es porque se mueren o porque los meten en la cárcel, que también pasa... Esto es muy duro».
Sin preguntas Sabe las historias, los dramas, las tragedias de quienes acuden a comer. Pero no suele hacer preguntas. Su lema es bien fácil de entender: «Aquí damos lo que tenemos y punto. No preguntamos nada, el que viene, come... A veces hay quien te dice que tal o cual tiene dinero y viene aquí... Ni lo sé ni lo pregunto. Al que viene, se le da de comer, que es la función que tiene el comedor».
A veces, lo que hace falta en el ajetreo del comedor es poner paz. Y lo hace a su estilo; sin gritos, sin aspavientos. «Tengo que recordar de cuando en vez que aquí no se viene a discutir, que se viene a comer», dice. Nadie le rechista. Y el comedor, con sus más y sus menos, coge calor de hogar.
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