En Camerún daba misas de dos horas y media: sus feligreses de pueblos segovianos quieren 45 minutos
«Gracias a esta labor misionera, están con nosotros. Los dos sacerdotes son fruto de los misioneros, ahora de allí vienen para acá», declara Isaac Benito, director del Secretariado de Misiones del obispado de Segovia y antes misionero durante muchos años en África.
Son el colombiano Iván Becerra y el camerunés Ulrich Edoa, el primero es el párroco de Navas de Oro y de varios pueblos más, el segundo, el responsable de la parroquia que atiende a Pedraza y sus alrededores.
Un amazónico en el invierno segoviano
Iván procede de la región colombiana del Amazonas lindera con Ecuador, Perú y Brasil, de clima tropical. Por eso lo que más extraña es el calor, y el frío de Segovia es lo único a lo que le cuesta acostumbrarse.
Estudió en un colegio de Hermanos Maristas, donde nació su vocación «por el anuncio gozoso de los misioneros», que en su país muestran al Jesús «teórico» y «resaltan en primer lugar los derechos humanos, el derecho a la vida, la dignidad, la toma de conciencia moral», y después trabajan por el desarrollo de los pueblos, la educación y el impulso de proyectos sociales.
El joven sacerdote advirtió pronto en su Colombia natal «el papel fundamental de la Iglesia en los países en conflicto como mediadora entre los gobiernos y las fuerzas que recurren a las armas». Y su estancia ahora en España, resalta, «es fruto de la acción misionera de muchos españoles y europeos».
De Camerún a un pueblo de puertas cerradas
Ulrich tiene nombre alemán, heredado de los religiosos centroeuropeos y holandeses que trabajan en Camerún y en muchos países de África, donde toda la formación básica, dice, «fue un regalo de los misioneros»; de la misma manera que «los políticos y los sacerdotes son fruto de la misión». Allí se dio cuenta «de la universalidad de la Iglesia» y decidió formarse y aprender idiomas.
Afirma que aún le cuesta (aunque no se le nota) hablar bien español, y recuerda el día que llegó a Valleruela de Pedraza y encontró todas las casas cerradas. Gritó: «¡¿Dónde está la gente?!».
Ya es uno más de la comunidad. Como Iván Becerra, Ulrich Edoa notó el choque cultural, pero se siente bien acogido. Ahora bien, acostumbrados a misas de hasta dos horas, cantadas y muy participativas, en Segovia han descubierto la prisa de los feligreses: sus misas no suelen pasar de 45 minutos.
Son el colombiano Iván Becerra y el camerunés Ulrich Edoa, el primero es el párroco de Navas de Oro y de varios pueblos más, el segundo, el responsable de la parroquia que atiende a Pedraza y sus alrededores.
Un amazónico en el invierno segoviano
Iván procede de la región colombiana del Amazonas lindera con Ecuador, Perú y Brasil, de clima tropical. Por eso lo que más extraña es el calor, y el frío de Segovia es lo único a lo que le cuesta acostumbrarse.
Estudió en un colegio de Hermanos Maristas, donde nació su vocación «por el anuncio gozoso de los misioneros», que en su país muestran al Jesús «teórico» y «resaltan en primer lugar los derechos humanos, el derecho a la vida, la dignidad, la toma de conciencia moral», y después trabajan por el desarrollo de los pueblos, la educación y el impulso de proyectos sociales.
El joven sacerdote advirtió pronto en su Colombia natal «el papel fundamental de la Iglesia en los países en conflicto como mediadora entre los gobiernos y las fuerzas que recurren a las armas». Y su estancia ahora en España, resalta, «es fruto de la acción misionera de muchos españoles y europeos».
De Camerún a un pueblo de puertas cerradas
Ulrich tiene nombre alemán, heredado de los religiosos centroeuropeos y holandeses que trabajan en Camerún y en muchos países de África, donde toda la formación básica, dice, «fue un regalo de los misioneros»; de la misma manera que «los políticos y los sacerdotes son fruto de la misión». Allí se dio cuenta «de la universalidad de la Iglesia» y decidió formarse y aprender idiomas.
Afirma que aún le cuesta (aunque no se le nota) hablar bien español, y recuerda el día que llegó a Valleruela de Pedraza y encontró todas las casas cerradas. Gritó: «¡¿Dónde está la gente?!».
Ya es uno más de la comunidad. Como Iván Becerra, Ulrich Edoa notó el choque cultural, pero se siente bien acogido. Ahora bien, acostumbrados a misas de hasta dos horas, cantadas y muy participativas, en Segovia han descubierto la prisa de los feligreses: sus misas no suelen pasar de 45 minutos.
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