Jesus Pulido, ya obispo de Coria-Cáceres, pide reconciliación como anticipo de la alegría del cielo
Este sábado, en la catedral de Coria, fue ordenado monseñor Jesús Pulido Arriero como nuevo obispo de Coria-Cáceres, en una ceremonia que presidió el nuncio en España, Bernardito Auza, y a la que asistieron, además de las autoridades civiles y militares, una treintena de obispos, entre ellos el arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, primado de España, y el secretario de la conferencia episcopal, Luis Argüello.
Al entrar en el templo para su consagración fue recibido por el déan del cabildo catedralicio, el sacerdote Ángel David Martín Rubio, quien le dio a besar el lignum crucis y le ofreció el hisopo para la aspersión con agua bendita a los presentes y el comienzo de la procesión y misa.
Un rico simbolismo
Los ritos de consagración de un obispo están cargados de simbolismo, que explica el portal de la diócesis.
El momento central del sacramento es la imposición de manos y la plegaria de ordenación. A continuación, el libro de los evangelios o evangeliario, que le había sido impuesto sobre la cabeza, se le entregó expresando que la predicación del Evangelio ha de ser su principal tarea.
Los ritos que siguen explican la tarea del nuevo obispo: la unción con el santo Crisma lo identifica plenamente con Cristo, el Ungido de Dios; la entrega del anillo expresa el vínculo especial del obispo con la Iglesia; con la imposición de la mitra, se expresa el firme propósito y el permanente deseo de alcanzar la santidad; y con la entrega del báculo se simboliza que es buen pastor de las ovejas, que apacienta, instruye, guarda y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor; por último, tomó posesión de la diócesis sentándose en la cátedra, desde la que ha de presidir y enseñar.
Él mismo interpretó así estos mismos símbolos: “Consciente de que soy polvo y nada… he recibido hoy las insignias del Buen Pastor para entregar día a día la vida buscando a las ovejas perdidas y curando a las heridas. El báculo no es cetro de poder ni bastón de mando, sino apoyo y sostén cuando uno se siente débil y cansado; el anillo es signo permanente de una vida ofrecida en alianza para siempre; la mitra no es corona de gloria, sino testimonio de que, por encima de nosotros pecadores, es Cristo mismo quien santifica y predica el evangelio; la cruz pectoral indica que este ministerio es una participación en la pasión de Cristo por la salvación del mundo entero; el fajín y el cíngulo me recuerdan que estamos ceñidos para servir y fajados para no recusar la labor”.
La reconciliación, anticipo del cielo
“El Señor ha encargado a su Iglesia el ministerio de reconciliación”, dijo en la homilia, pues “la reconciliación es otro nombre de la salvación… La palabra de la reconciliación nos asegura que la alegría del cielo se experimenta aquí en la tierra bajo especie de perdón y misericordia. Es la alegría de quien encuentra la oveja perdida y la lleva sobre sus hombros, la alegría de ayudarnos unos a otros para llegar al cielo”.
“Mi deseo es que podamos formar entre todos una verdadera familia, partícipe de la misión de la Iglesia”, continuó: “Que, con lazos de íntima fraternidad sacramental entre los sacerdotes, nos ayudemos mutuamente en el ejercicio del ministerio y en la santificación personal. Que la vida consagrada, también esencial para la Iglesia, siga aportando la variedad y riqueza de sus dones y carismas, testimonio de la fecundidad del Espíritu entre nosotros. Y, sin duda, esta es la hora de los laicos, comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la economía”.