Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La explotación sexual de mujeres en Almería y España

«Una monja en el prostíbulo»: El País descubre el trabajo de las adoratrices con las prostitutas

Este es el equipo de las adoratrices en Almería: algunas visitan los prostíbulos, otras acogen a las chicas que se refugian con ellas, a veces con sus bebés
Este es el equipo de las adoratrices en Almería: algunas visitan los prostíbulos, otras acogen a las chicas que se refugian con ellas, a veces con sus bebés

ReL

El diario laicista El País se ha interesado por el trabajo de las religiosas adoratrices de Almería, que acompañan a mujeres en el mundo de la prostitución para ayudarlas a dejar esa vida. En un artículo extenso y detallado, firmado por Natalia Junquera, explica las condiciones de vida de las prostitutas, lo que las encadena a esa actividad degradante y cómo las adoratrices logran ayudar a muchas.

"Un grupo de monjas hace ruta todas las semanas por clubs de alterne, carreteras, cortijos y pisos de Almería donde se ejerce la prostitución. Son adoratrices y oblatas que hace años que no se ponen el hábito y viajan en una furgoneta en la que, a veces, se producen milagros. En la parte trasera de ese vehículo, habilitada como un pequeño salón en el que las religiosas reparten café y preservativos, se han transformado vidas enteras; las de decenas de mujeres obligadas a vender su cuerpo por redes mafiosas o por pura desesperación. La ruta termina en una casa de acogida cuyo domicilio es confidencial, por seguridad. Reciben a EL PAÍS con la condición de no revelar esa ubicación ni la identidad de sus inquilinas". (Es posible contactar con ellas en www.adoratricesalmeria.org).

Como se atrapa a las chicas
El artículo expone varias formas en que las mujeres acaban en las redes de explotación sexual.

“Me engañó un gitano rumano”, relata Erika, víctima de trata. Ella tenía entonces 12 años; él, 27. “Me dijo que vendríamos a España, que yo podría trabajar de limpiadora…”. Con 14 se quedó embarazada. “Así que me vendió a otro gitano rumano”. Erika no sabe por cuánto dinero, pero sí sabe que le engañó, porque cuando su nuevo dueño descubrió que iba a ser madre, la molió a palos para intentar provocarle un aborto. No lo consiguió y ella regresó a su país, Rumanía, para dar a luz.

“Ese mismo día, el gitano que me había traído a España se presentó en el hospital y me dijo: ‘Tú eres mía”. Se la llevó. “Me obligó a trabajar enseguida. La mujer de mi padre se quedó con mi niña”. De vuelta en España, le obligaba a darle 300 euros al día. “Si no los conseguía, me pegaba una paliza”. La torturaba metiendo su cabeza en el frigorífico e intentando cerrar la puerta. En una ocasión, le rajó los muslos con un cuchillo y chorreando sangre, la obligó a tener relaciones sexuales con él. “Un cliente me animó a denunciar a la policía". El juicio está pendiente y Erika, que ahora tiene 24 años, ya no vive en la casa de acogida. 

Cómo se vive en un prostíbulo
La adoratriz María José Palomino describe un cortijo de prostitución en Roquetas (Almería), con sus techos de uralita, una silla en la puerta para advertir a los clientes, mantas sobre la tierra y bichos por todas partes. "Le pregunté a las chicas si alguna vez habían ido al pueblo, al cine, a la compra...Una de las nigerianas me explicó que llevaba siete años allí metida y que el dueño le llevaba de vez en cuando bolsas de comida”. El propietario, un español de 35 años, le cobraba 500 euros al mes por el alquiler de aquel cuchitril infecto, pero oportunamente rodeado de invernaderos, es decir, de mano de obra barata en busca de sexo barato. El servicio allí cuesta 10 euros".

Fatema, marroquí, de 28 años, da más datos del prostíbulo en el que trabajó: “Allí iban muchos hombres: inmigrantes, españoles, jóvenes, viejos, borrachos, sucios...", recuerda Fatema. "Había muchas chicas como yo, más de 20: rusas, nigerianas, marroquíes... Sufrimos mucho. A mi familia nunca le conté la verdad. Les decía que estaba trabajando de panadera, en el tomate...”. Ella había llegado con 21 años a España para trabajar en la fresa, en Huelva, pero aquello solo duró 15 días. Su padre había muerto y ella tenía que enviar dinero a casa para mantener a su madre, su hermano y sus dos hijos.

Trabajó en los cortijos hasta que un día, las monjas en ruta dieron con ella y la ayudaron a salir del infierno. Ahora tiene un contrato como interna en una casa, ha conseguido los papeles y ha podido regresar a Marruecos. Llevaba seis años sin ver a sus pequeños.

Chicas que denuncian y prostíbulos que se cierran
Muchos de esos cortijos están hoy cerrados porque una de las víctimas denunció a la policía. Palomino y Elena Guerra, la trabajadora social que asiste a las religiosas en el proyecto, hablan con verdadero orgullo de ella: “Levantó medio Poniente”, dicen, refiriéndose a una de las zonas predilectas de las redes de explotación. Por eso la perdieron tan pronto de vista. “Cuando están en peligro, las envían a otro lugar para que nadie pueda encontrarlas. Los explotadores las tienen aterrorizadas”. A rumanas, búlgaras, rusas... las amenazan con hacer daño a su familia. A las nigerianas, con el vudú.

España es el segundo país de la Unión Europea con más casos detectados de explotación sexual -el primero es Italia-. Solo desde el pasado enero, la policía ha detenido a 264 personas en 76 operaciones contra estas mafias e identificado a “más de 4.900 víctimas potenciales”. De ellas, 117 fueron asistidas por ONG 14 eran menores de edad- y 66 adquirieron la condición de testigos protegidos. Entre abril de 2013 y diciembre de 2014 fueron 1.450 detenidos, 11.751 víctimas potenciales detectadas, 774 acogidas y más de 29 millones de euros incautados. Según Interior, el negocio mueve cinco millones de euros al día en España. La policía ha habilitado una línea telefónica para denunciar de forma confidencial casos que se conozcan: 900 10 50 90.

Las adoratrices, los dueños y los preservativos
Palomino visita clubes y pisos de prostitución. “A los dueños de los locales casi nunca les vemos cuando entramos. En 13 años no hemos tenido ningún problema. Lo más, una vez que un cliente borracho me cogió de la cintura y me dijo: “¡Esta sí que es guapa!”, recuerda la religiosa.

El artículo de El País detalla que "los clubes son el único sitio de la ruta en el que las monjas no reparten preservativos, porque las mujeres que trabajan allí suelen tener más dinero".

“Cuando estás en esto, no te planteas si preservativos sí o no. Piensas en el bien de las chicas y ya está. Nadie de la Iglesia nos lo ha recriminado nunca. Lo que no hacemos es acompañarlas a abortar. Les informamos de que tenemos una casa de gestantes [por ejemplo, su Casa Cuna de Córdoba, que ReL describe aquí] y, si quieren interrumpir el embarazo, es su libertad, pero no vamos con ellas”, explica Palomino. Gracias a un convenio con la Junta de Andalucía pueden ofrecer a estas chicas una tarjeta sanitaria temporal, pese a que muchas de ellas no tienen ni pasaporte.

El País no entra en más detalles morales. El tema de la moralidad del preservativo en la prostitución es complejo y discutido por teólogos y moralistas, muy distinto del tema de la anticoncepción en el matrimonio. Incluso el caso de la prostitución homosexual es distinto al de la heterosexual. Por ejemplo, desde la doctrina católica, el condón es inmoral por dos razones: separa el acto conyugal de su fertilidad natural y bloquea el significado unitivo en el abrazo esponsal. Pero en la prostitución homosexual no hay fertilidad ninguna, y en la heterosexual ¿es inmoral que una prostituta quiera bloquear la fertilidad de un acto que ni es conyugal ni esponsal? Y, desde luego, nadie piensa en si se bloquea el significado unitivo en un trato cliente-prostituta, ya que no hay ninguna voluntad de unión. Otros moralistas consideran que, además, la voluntad profiláctica (de uso como protección contra enfermedades) hace que no tenga peso en el análisis moral la voluntad anticonceptiva. (Más detalles sobre esto en el debate de 2010 sobre las palabras de Benedicto XVI referidas al uso de preservativos en la prostitución, aunque él se centró en la hipótesis de un prostituto masculino: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1345909?sp=y)

Lo realmente moral es, para las prostitutas, dejar la prostitución, y para las adoratrices, animarlas y ayudarlas a que lo hagan. Pero es un proceso largo de toma de conciencia de que hay esperanza, de que es posible salir... y mientras tanto hay que mantenerse con vida.

Salvar a las que se pueda
“Por una sola ya hubiera valido la pena”, asegura Palomino, que ha ayudado a decenas de mujeres. Solo en 2014, acogieron a 30 en la casa, 8 de ellas, víctimas de trata. La congregación celebra a menudo grandes triunfos: el primer cumpleaños en libertad de alguna de las chicas, papeles para una, trabajo para otra, o el premio de Derechos Humanos Rey de España, que concede el Defensor del Pueblo y les entregó Felipe VI el pasado abril. Pero también se llevan grandes disgustos: esclavas de las mafias que el día del juicio se desdicen y abandonan el juzgado con su explotador; mujeres que tras lograr salir de la explotación terminan con un novio maltratador, al que justifican. “Psicológicamente las desmontan", explica Guerra. "Algunas llegan a creer que no merecen otra vida y se sabotean a sí mismas".

El caso de Lucía
Lucía, portuguesa de 31 años, se prostituyó durante cinco años, ahora lleva dos en una casa de acogida. “Mi novio me animó a venirnos a España. Dijo que él ganaba un buen sueldo –era camionero- y que no hacía falta que yo trabajara. Llegamos en mayo de 2007. Yo estaba embarazada. Luego descubrí que se gastaba todo el dinero en juego, porque era ludópata, y lo metieron en la cárcel porque mató a una persona con el camión. Así que yo me vi sin trabajo, con mi hija de un año, un alquiler, y mi madre, que había venido a España. El día antes de la Navidad de 2008 abrí la nevera y no tenía nada que darle a mi niña. Nada. Todo el mundo al que había pedido ayuda me dijo que no podía seguir ayudándome y me acordé de un piso que tenía unas lucecitas en la puerta. Era evidente a qué se dedicaban... Y llamé”.

"Recuerdo como si fuera ayer la primera vez, la peor. Llorando. Ahí me di cuenta de en qué me había convertido. ¿Dinero fácil? No hay dinero más difícil de ganar que ese”, cuenta entre lágrimas. “Al terminar, pedí un adelanto y compré pañales y leche”. "Me drogaba para no pensar, y me enganché”. Su hija fue dada en adopción.“El mes que viene cumple 7 años. A veces veo niñas que se le parecen, o que hacen un gesto o un sonido como los que ella hacía. Cuando sea mayor, me gustaría que supiera la verdad de lo que pasó”.

Recuerda perfectamente el día en que esas monjas en ruta dieron con ella. “La primera vez me hice la dormida. La segunda vez que vinieron al piso, una de ellas me preguntó: ¿Tú qué haces aquí? Recuerdo que me tocó, me cogió de la mano mientras me hablaba, y eso me impresionó mucho”. Hacía años que nadie tocaba a Lucía así: para mostrar cariño. “Cuando estas monjas aparecieron en mi vida, yo no me reconocía en el espejo. Quería arrancarme la piel después de estar con cada cliente. Pensé: ´si pierdo este tren, puede que no pase otro´... La hermana María José me dijo el otro día: ´He estado en el piso, he visto tu antigua cama, y no sabes lo que me he alegrado de que ya no estuvieras allí”.

La aristócrata y el chal bonito
El País no explica el origen de esta congregación que nació en Madrid y hoy cuenta con mil religiosas repartidas en distintos países. Fue en 1845, cuando con 36 años la aristócrata Micaela Desmaissières y López de Dicastillo, vizcondesa de Jorbalán, abrió su primer colegio para chicas rescatadas de la prostitución. Pero la toma de conciencia de Micaela (hoy Santa Micaela del Santísimo Sacramento) no llegó de la mano de una prostituta sino de una chica de familia rica. 

La joven vizcondesa, aconsejada por el padre Carasa, jesuita, ayudaba con frecuencia, de incógnito, en el hospital de pobres de San Juan de Dios. Allí encontró una chica de la calle, abandonada, que sin embargo conservaba un bonito y muy caro chal. Había sido de familia rica, pero unos hombres la sedujeron y después de usarla sexualmente la abandonaron, y ella ya no podía volver a su casa. Micaela consiguió que la chica se reintegrara en su familia.

Micaela fundó un colegio para chicas en 1845 en Madrid y en 1850 dio el gran paso: dejó definitivamente la vida aristocrática en la corte de Isabel II y se fue a vivir con las chicas. Poco a poco atraería colaboradoras y nacerían las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y la Caridad (www.adoratrices.com) que han atendido en su historia a miles de mujeres en apuros y en España son probablemente la realidad eclesial que mejor conoce y combate la prostitución, la trata de mujeres y sus lacras asociadas.

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