En un emocionante testimonio habla de estos últimos momentos
Paloma, la fe y la muerte de su padre por Covid: «Al despedirle su ángel de la guarda lo acompañaba»
Paloma nació en Madrid, pero siempre ha vivido en Valencia con su familia. Se crio como la pequeña –y la única chica– de cuatro hermanos. Por eso su padre siempre la quiso “como la niña de sus ojos”, hasta que, poco después del comienzo de la pandemia, falleció por el Covid. Desde el primer momento, Paloma vio la mano de Dios en los últimos días de su padre.
Al despedirse, sintió que él estaba en un lugar de paz, y que ninguno de los enfermos estaba solo: Jesús, la Virgen María y los Ángeles de la Guarda les acompañaban. Entrevistada en Mater Mundi TV, Paloma explica cómo asistir a la pérdida de un ser querido desde la fe y la esperanza.
“No estés tan seria, que vas a recibir la comunión”. Las palabras del sacerdote junto antes de recibir su primera comunión marcarían la vida de Paloma, incluso los momentos más difíciles para ella. “Pensé que igual Dios quería que fuese una persona alegre, sentí una llamada a la alegría”, explica. Pasados los años, piensa que ha podido perder parte de esa alegría, pero los estragos causados por el COVID en su familia le hacen ver que la está recuperando. “A chorros”, remarca.
Desde pequeña, recuerda ir siempre a misa con sus padres. “Como tantas otras personas”, explica, “durante mi adolescencia tuve mis ideas y venidas, me acercaba y me alejaba del camino, pero Dios y la Virgen siempre me traían de vuelta”.
Su padre, un gran aliado: misas, churros y chocolate
Incluso en aquel tiempo difícil, contó con la inestimable ayuda de un gran aliado. “En la época más rebelde en que me apetecía ir menos a misa, mi padre siempre supo crear situaciones ideales. Si íbamos a misa, después me invitaba a un helado, a unos churros, a un gofre con chocolate… él convertía ir a misa en una experiencia maravillosa”.
Paloma recuerda a su amiga de la adolescencia, Margarita Taravini. “Cogíamos la Biblia, y al abrirla, siempre encontraba el mismo mensaje: `El que quiera venir conmigo, que cargue con su cruz y me siga´”. Estas palabras marcarían por completo el resto de su vida. “Tras terminar odontología en Boston, me casé muy pronto”, explica. “Tuve la suerte de que mi marido también viene de una familia católica”.
Y llegó la pandemia
Cuando comenzó la pandemia, “mi padre estaba sano, muy activo físicamente, no paraba. Tenía 76 años, como mi madre”, explica Paloma. “Pero el 3 de enero, se empezó a encontrar mal: tos, fiebre… tras llevarle al hospital, mi madre confirmó las sospechas: tenía COVID”.
Al principio, “pensaba que se iba a curar seguro” y creía que “podíamos hablar por WhatsApp y por teléfono, me enviaba fotos de su comida, y mi madre lo pasó en casa, con fiebre y cansancio, pero en 5 días se recuperó”.
“Era mi padre el que me consolaba a mí”
“Pero empezó a empeorar”, recuerda. “Cuando le pusieron la mascarilla de oxígeno no entendía bien lo que me decía por teléfono y me ponía a llorar”, pero siempre “era mi padre el que me consolaba a mí: `No llores Paloma, todo va a salir bien´”.
Paloma recuerda que desde verano tuvo “la necesidad de ir a misa todos los días, y de buscar momentos de Adoración Eucarística. Después comprendí que la mano de Dios me había ido preparando, sanándome, aunque no tuviese ni idea de lo que iba a pasar”.
“Durante una video-llamada, mis padres se vieron tan solo unos segundos. Mi madre, Rebeca, me lo contó muy contenta, pero no sé por qué, sentí que había sido su despedida”. Esa misma tarde”, comenta, “subieron a mi padre a la UCI, le sedaron y le intubaron”.
La mano de Dios estaba en todo
Cuando nos llamaron, “era muy tarde, de noche, y nos dijeron que mi padre estaba muy grave”. Toda la familia acudió deprisa al hospital. “Vi la mano de Dios en todo: nos vistieron de arriba abajo y nos dejaron entrar a verle. Debimos ser de las pocas personas que a lo mejor tuvieron tres segundos para decir adiós. Para mí transcurrieron como media hora”.
En esos tres segundos, Paloma recuerda lo que vio como un milagro: “Al entrar me pareció un sitio de paz. Había más personas, y sentía que estaban todos acompañados por su Ángel de la Guarda, por la Virgen y el mismo Jesús. No había nadie solo”, explica.
Abrazó su cruz y se sintió perdonada
“Al verle, le dije: 'papá, perdona. Perdóname por todas las veces que no he sido una buena hija'. En ese momento en que abracé la cruz, vino a mi mente `hágase tu voluntad´. Me sentí perdonada, como si mi padre me dijera: 'Paloma, estás totalmente perdonada. No pasa nada'”. Su hija lo recuerda como “un acto brutal de amor de Dios y la Virgen”.
“Ya no importaban los desencuentros con mi padre o sus exigencias”, explica. “Me di cuenta de que todo era por amor, y había hecho conmigo todo lo mejor que sabía y podía sin que nadie le enseñase. Me quería lo mejor que sabía quererme”.
Convirtió el hospital en capilla para rezar por su padre
“Cuando abrazas la cruz”, explica, “uno no puede con ella, porque pesa mucho”. En ese momento, “cuando decidí abrazar la mía, comprendí que yo solo llevaba el 1%, y que todo lo demás lo estaba llevando Jesús”.
“Algo me había dicho que iba a morir, y lo único que podía hacer era rezar”. “Me sentaba al otro lado de la puerta de la UCI, a unos 10 metros de donde se encontraba mi padre cuando fuimos a despedirle”, recuerda. Aquel lugar, “era como una pequeña capilla para mí, no había nadie más, y rezaba durante horas”. Hasta que tres días después, su padre falleció.
Los últimos regalos: morir en gracia y un funeral acompañado
“No solo recibió la unción de enfermos”, recuerda agradecida, “también pudo tener un funeral acompañado”. La odontóloga se apresuró a preparar el funeral, pero uno de sus hermanos tenía COVID, y otro estaba en Filipinas. “Nadie de la familia podría venir, pero cuando preparábamos la misa, el párroco me dijo: ` ¿quieres que lo retransmitamos por YouTube?´”. Para Paloma, “que toda la familia lo pudiese ver y estar presente, fue un regalo”.
“Creo que vivirlo desde la fe, apoyarse en ella, abrazar la cruz y abandonarte, todo eso puede ser de gran ayuda para los que están pasando por esto”, explica. “Muchos dicen que con el tiempo nos encontraremos mejor”. Y Paloma no lo duda: “Sí, pero de la mano de Jesús y de María. Solos no se puede. Tiene que ser con Él”.
"Es increíble que uno pueda decir que la muerte de su padre te acerque más al Señor", afirma Paloma. "Pero es la realidad, la mía y la de mi familia", concluye.
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