Sábado, 28 de septiembre de 2024

Religión en Libertad

San Lucas 24, 112

¡Oh lastimada mujer! Sola y desamparada ¿Con quién te consolarás?

ReL

¡Que fortaleza interior la de María!
¡Que fortaleza interior la de María!

SOLEDAD DE LA VIRGEN

(S. Juan de Ávila)
 

…¡Oh lastimada mujer! Sola y desamparada, ¿qué harás? ¿Con quién te consolarás? ¿A quién contarás tus males? ¿Qué corazón te basta a no desfallecer, habiendo perdido tal Hijo y habiéndolo con tus propios ojos visto padecer tantos tormentos y tan sin culpa? Nadie se quejó de ti, antes todos decían mil bienes; ¿quién te hizo tanto mal? El Señor Dios te consuele y esfuerce y te dé paciencia.

 

Sube la Virgen arriba, entra en la casa, donde la noche antes había cenado. ¡Qué renovar de lágrimas había allí! “¡Oh Hijo y Señor mío, compañía mía, ¿dónde quedas? ¿Es posible que vengo yo, dejándote a ti sepultado? ¡Anoche estabas aquí con tus discípulos, y agora te dejo debajo de la tierra! ¿Qué va, Señor mío, de hora a hora? ¿Adónde iré que te hable? ¿Adónde iré que me alegre faltándome tú? ¡Cuánta más alegría sintiera mi ánima estando allá acompañándote que en andar por acá, apartada de tu presencia!”

 

Llama a San Juan: -Di, hijo mío, ¿adónde están mis hijos? Vuestros hermanos, ¿dónde están? Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas, ¿adónde están? Traérmelos acá. –Dejad eso, Señora; harto tenemos agora en qué entender con el muerto, dejad agora los vivos. –No, no, dijo la Virgen; baste mi dolor, no añadáis dolor a dolor; bástenme mis angustias; traédmelos, que no descansaré hasta que vea los discípulos de mi Hijo. –Que no digáis eso, Señora. ¿Quién ha de osar venir? Todos huimos cuando le prendieron; Pedro le negó. Que no quedrán venir de vergüenza. –No digáis tal; traédmelos, que yo les prometo perdón de mi Hijo.

 

Fue San Juan hacia la fuente de Siloé; a uno hallaba en una cueva, a otro en una sepoltura. Párase a escuchar; oyó voces de hombre que se estaba lamentando: -¡Oh traidor, cobarde, cambiador fementido! ¿Y así habéis de huir y dejar a vuestro Maestro en las manos de sus enemigos, ¡Oh mal hombre! –Llega San Juan: -No más, no más hermano; anda acá que nuestra Madre la Virgen te llama, y a todos, -Quita allá, no me digas eso, ¿y parecer había yo delante de la Madre de mi Maestro? Hombre que tuvo cara para huir, ¿quieres que la tenga agora para parecer? –Calla, hermano, que perdonarte ha; ¿no conoces ya su misericordia? La Madre me ha prometido de alcanzar perdón; anda acá, no hayas vergüenza.

 

Pasa más adelante; oyó que hacían gran llanto en una cueva; paróse a escuchar y en la voz conoció que era Pedro. -¡Oh canas traidoras, mal empleadas!, estaba diciendo. ¡Oh pecador fementido, cobarde, mentiroso! ¿Y ansí habías de negar a tu Maestro? ¿Tres años de conversación tan estrecha, que en una hora nunca de ti me aparté; tantos favores me diste, tanto amor me mostraste, y yo juré que no te conocía ni sabía quién eras? ¿Pusiéronte cuchillo, mal hombre, a la garganta? ¿Estaban los tormentos aparejados delante, para si no querías negar a tu Maestro? ¿Acometió algún esforzado hombre o era algún gran ejército? ¿Una voz de una esclavilla te hizo temblar? ¡Oh mal hombre! ¿Y qué heceste? -No más, dice San Juan, anda acá hermano, que nuestra Madre te llama. –Vete de ahí, ¿qué dices? No mientas tal; ¿díceslo de veras o estás burlando? Aquí acabaré mis días. Esta lengua que dijo que no le conocía, aquí lloraré en pena de su mal hablar; esos ojos se harán fuentes de lágrimas; esas manos serán sayones, y yo tomaré venganza de mí mismo. Yo hice el mal, yo lo pagaré; andad con Dios, hermano, dejadme llorar mi pecado. –Anda acá, Pedro, no digas tal; tan poca confianza tienes de nuestro Maestro? ¿Por qué dices eso? ¿No sabes cuán blando es y cuán amoroso? Anda acá, que su Madre y nuestra te llama; hazte agora amigo de ella, y luego te alcanzará perdón. Anda, vámonos, no hayas vergüenza.

 

Busca más; hállalos todos; vanse para el cenáculo. Hablan a la Virgen, llegan todos los ojos por el suelo: “Señora, he aquí los malos, los cobardes, todos huimos y le dejamos; sola vos no huistes, Señora. Todos perdimos la fidelidad; vos no la perdistes; alcanzadnos perdón, Señora”. Júntanse allí todos; toda la noche y el día era en pensar cómo le crucificaron; su plática no era otra. Decía San Juan, que lo vio todo: “¡Oh hermanos, si le viérades en la columna, si en la coronación de espinas; si le viérades con tanto trabajo llevar la cruz sobre sus benditos hombros, pregonándole por traidor, con cuánta deshonra, con cuánto cansancio; si le viérades en la cruz perdido el color de su bendita cara, las lágrimas en aquellos ojos, su cabeza corriendo sangre, sus pies y las manos hechos también fuentes y dar con tan gran trabajo el ánima al Padre”!

 

Ansí pasaron la noche; ansí pasemos nosotros, acompañando y consolando a la Virgen y llorando con ella tanto dolor como por nuestra causa le vino; y esta Señora, por cuya honra os juntastes aquí, os la pagará rogando por vosotros cuando le llamáredes. Consolaros ha en vuestras tibiezas, socorreros vuestros trabajos; alcanzaros ha gracia y después gloria, a la cual nos lleve. Amén.


VIGILIA PASCUAL


Evangelio según san Lucas 24, 112 

El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.

Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, Y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes.
Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron:

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado.

Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo:

"Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. "»

Y ellas recordaron sus palabras.

Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás.

Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.

Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían.

Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.

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