Hay solo una comunidad en el mundo... viven junto a sus tumbas
Los brigidinos, monjes que te hablan de la muerte: «¿La vida terrenal?, la que importa es la eterna»
Comer, dormir y orar a diez metros de tu propia tumba. Los monjes brigidinos (www.brigittine.com) han hecho de esto una forma de vida. Les ayuda a recordar que la muerte es inevitable y para algunos está muy próxima. Para esta orden lo que cuenta de verdad es la vida eterna, a la que contemplan a través del trágico paso del tiempo, según cuentan al CatholicSentinel.
Son nueve los monjes que habitan el monasterio de Nuestra Señora de la Consolación, el único masculino del mundo perteneciente a esta orden, la del Santísimo Salvador, fundada por Santa Brígida de Suecia. El pequeño monasterio se levanta en medio de los campos de Oregón, en Estados Unidos, entre manzanos, caminos de tierra y tranquilas lagunas. Una de ellas adorna el pequeño cementerio del jardín donde yacen cinco monjes.
Recordatorio constante de lo inevitable
“Es algo sobre lo que el mundo actual no quiere preguntarse”, ha dicho el hermano brigidino Steven Vargo. “Todos se centran en lo que pueden obtener aquí y ahora, sin embargo, la vida es transitoria, esto no es nada, lo que importa es la vida eterna. Un día estaré allí, enterrado, con el resto”.
Los visitantes que llegan al monasterio compran los famosos caramelos que fabrican los monjes, aunque muy rara vez pueden visitar el claustro, que incluye una habitación de reuniones llena de reliquias, el pequeño cementerio, y una enfermería.
Una cajita marcada con una cruz recoge durante todo el año los nombres de personas ya fallecidas que los visitantes depositan. De esta forma, los monjes rezan por ellos y mantienen su recuerdo vivo.
Al lado de la caja, una calavera advierte de lo inevitable. Los monjes, al pasar, echan unos cuantos granos de arena encima para simbolizar las arenas del tiempo y su flujo hacia el pasado.
Los últimos momentos
Los brigidinos que están a punto de fallecer pasan sus últimos días en el monasterio. Los otros monjes procuran estar con él todo el tiempo, y cuando está a punto de morir, toda la comunidad le acompaña en la habitación. Una vez expira, se toca la campana… Una vez por cada año vivido.
Un día antes del funeral, toda la comunidad se reúne en la iglesia para la oración de la tarde. El difunto, vestido con el hábito gris que ha llevado durante toda su vida, se coloca en el coro. En un acto solemne, los monjes cantan unos salmos específicos, incluido el 25, que en una parte dice: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia, acuérdate de mí”.
Esa noche los monjes se turnan por parejas para hacer la vigilia junto al cuerpo. Éste nunca queda solo, siempre estará acompañado por dos silenciosos hermanos. “Es un buen recordatorio de que pasaremos por lo mismo”, ha explicado Steven. “En ese momento recordamos también la vida de nuestro hermano. Puedes pedirle perdón si es que alguna vez le ofendiste”.
"Que los ángeles te lleven al paraíso"
Después del funeral, la comunidad camina en procesión hacia la tumba, cavada por los propios monjes. Mientras tañen las campanas, cantan en latín: “In Paradisum deducant te angeli (que los ángeles te lleven al paraíso)”.
Los funerales brigidinos no se centran en la tristeza ni en lo malo. Sus temas principales son la compasión y la resurrección.
Cada monje, por orden de veteranía, asperja un poco de agua bendita en la tumba. Después cada uno echa una palada de tierra en la fosa, un acto que es difícil de olvidar para los monjes. “Es allí donde vamos”, ha explicado Steven.
Cada dos de noviembre, el día de Todos los Fieles Difuntos, la caja que contiene los nombres de los muertos se coloca en el coro, como se hace con los monjes fallecidos. Acto seguido, se realizan los mismos ritos que en el funeral. Al final, los monjes aspergen agua bendita sobre las tumbas de sus hermanos.
Una gran estatua de Nuestra Señora de la Consolación preside la iglesia, confortando a todos aquellos que están a punto de encarar a la muerte.
Aunque son la única vocación con este carisma en Estados Unidos, en España existe una orden con una espiritualidad no muy distinta, los hermanos Fosores, que trabajan en los cementerios de Logroño y Guadix, aunque quedan ya muy pocos.
Son nueve los monjes que habitan el monasterio de Nuestra Señora de la Consolación, el único masculino del mundo perteneciente a esta orden, la del Santísimo Salvador, fundada por Santa Brígida de Suecia. El pequeño monasterio se levanta en medio de los campos de Oregón, en Estados Unidos, entre manzanos, caminos de tierra y tranquilas lagunas. Una de ellas adorna el pequeño cementerio del jardín donde yacen cinco monjes.
Recordatorio constante de lo inevitable
“Es algo sobre lo que el mundo actual no quiere preguntarse”, ha dicho el hermano brigidino Steven Vargo. “Todos se centran en lo que pueden obtener aquí y ahora, sin embargo, la vida es transitoria, esto no es nada, lo que importa es la vida eterna. Un día estaré allí, enterrado, con el resto”.
Los visitantes que llegan al monasterio compran los famosos caramelos que fabrican los monjes, aunque muy rara vez pueden visitar el claustro, que incluye una habitación de reuniones llena de reliquias, el pequeño cementerio, y una enfermería.
Una cajita marcada con una cruz recoge durante todo el año los nombres de personas ya fallecidas que los visitantes depositan. De esta forma, los monjes rezan por ellos y mantienen su recuerdo vivo.
Al lado de la caja, una calavera advierte de lo inevitable. Los monjes, al pasar, echan unos cuantos granos de arena encima para simbolizar las arenas del tiempo y su flujo hacia el pasado.
Los últimos momentos
Los brigidinos que están a punto de fallecer pasan sus últimos días en el monasterio. Los otros monjes procuran estar con él todo el tiempo, y cuando está a punto de morir, toda la comunidad le acompaña en la habitación. Una vez expira, se toca la campana… Una vez por cada año vivido.
Un día antes del funeral, toda la comunidad se reúne en la iglesia para la oración de la tarde. El difunto, vestido con el hábito gris que ha llevado durante toda su vida, se coloca en el coro. En un acto solemne, los monjes cantan unos salmos específicos, incluido el 25, que en una parte dice: “De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia, acuérdate de mí”.
Esa noche los monjes se turnan por parejas para hacer la vigilia junto al cuerpo. Éste nunca queda solo, siempre estará acompañado por dos silenciosos hermanos. “Es un buen recordatorio de que pasaremos por lo mismo”, ha explicado Steven. “En ese momento recordamos también la vida de nuestro hermano. Puedes pedirle perdón si es que alguna vez le ofendiste”.
"Que los ángeles te lleven al paraíso"
Después del funeral, la comunidad camina en procesión hacia la tumba, cavada por los propios monjes. Mientras tañen las campanas, cantan en latín: “In Paradisum deducant te angeli (que los ángeles te lleven al paraíso)”.
Los funerales brigidinos no se centran en la tristeza ni en lo malo. Sus temas principales son la compasión y la resurrección.
Cada monje, por orden de veteranía, asperja un poco de agua bendita en la tumba. Después cada uno echa una palada de tierra en la fosa, un acto que es difícil de olvidar para los monjes. “Es allí donde vamos”, ha explicado Steven.
Cada dos de noviembre, el día de Todos los Fieles Difuntos, la caja que contiene los nombres de los muertos se coloca en el coro, como se hace con los monjes fallecidos. Acto seguido, se realizan los mismos ritos que en el funeral. Al final, los monjes aspergen agua bendita sobre las tumbas de sus hermanos.
Una gran estatua de Nuestra Señora de la Consolación preside la iglesia, confortando a todos aquellos que están a punto de encarar a la muerte.
Aunque son la única vocación con este carisma en Estados Unidos, en España existe una orden con una espiritualidad no muy distinta, los hermanos Fosores, que trabajan en los cementerios de Logroño y Guadix, aunque quedan ya muy pocos.
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