Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

«Aquellas chicas rezaban junto al enfermo y entonces sentí muy fuerte que Dios estaba allí»

La directora premiada por «La Isla de los Monjes» explica cómo encontró a Dios junto a un moribundo

Anne-Christine Girardot es una cineasta francesa afincada en Holanda... que encontró a Dios en Bogotá
Anne-Christine Girardot es una cineasta francesa afincada en Holanda... que encontró a Dios en Bogotá

Pablo J. Ginés/ReL

Anne Christine Girardot, nacida en 1970, es una cineasta y documentalista que ha ganado recientemente varios premios de cine, como el Religion Today de Turín, por su documental "La Isla de los Monjes", que llega a España de la mano de la distribuidora Bosco Films (www.boscofilms.es/la-isla-de-los-monjes/).

Francesa afincada en Holanda, explica a ReL que ella encontró tanto la fe como su vocación cineasta en Bogotá, Colombia. Amplió sus estudios en Dallas, Texas, y habla francés, inglés, español y neerlandés.


  Los trapenses holandeses dejaron a Anne-Christine entrar en su convento y contar la historia de su mudanza, con sus incertidumbres, y la serenidad de la presencia de Dios

Dejó la fe en la adolescencia
"Mi padre era protestante, no muy practicante, y mi madre era católica. Nos educaron en casa como católicos y yo de niña era muy creyente. Pero después, en la adolescencia, salí de la fe. Era una postura intelectual: Dios no se puede comprobar, decía yo. ¿Cómo creer algo no comprobable? En realidad, muy en el fondo, siempre tenía como una lucecita escondida en mi interior que decía que Dios debe existir, pero no afectaba a mi vida", explica. 

A los 20 años ella quería estudiar traducción e interpretación, y pensó en pasar un tiempo en un país hispano "haciendo algún tipo de voluntariado social y aprendiendo español". Acudió a su tío, que era religioso eudista: de hecho, había sido el superior general de esta congregación que hoy está presente en una veintena de países. Y su tío la envió a vivir a una comunidad de chicas de Minuto de Dios en Bogotá (www.minutodedios.org). 

Minuto de Dios empezó como un minuto de oración y reflexión en la radio en 1950 y en los años 60 pasó a ser una gran iniciativa católica para aportar viviendas a los necesitados, de la mano del sacerdote eudista Rafael García Herreros. Anne Christine aterrizó en una casa de varias chicas, que no eran consagradas ni tenían votos, pero que vivían juntas con una intensa vida de oración, con su misa cada mañana, su oración nocturna y  visitas a enfermos y necesitados.

El vecino moribundo... Dios en la oración
"Nuestros vecinos nos pidieron ir a rezar a su casa, por un pariente moribundo. Allí fui yo, con otras cinco chicas. Estábamos alrededor de su cama, y le tomaban de la mano mientras rezaban con él. En ese momento tuve la certeza de que estábamos siendo instrumentos en la mano de Dios, que Él nos estaba usando en ese momento para expresar su amor y sentí su presencia con fuerza. Y aquello me cambió". 

Anne Christine había llegado a Bogotá para pasar 3 meses pero se quedó 2 años. Y del mundo de la traducción pasó al cine y la televisión. En la pequeña pero incansable productora de Minuto de Dios le pidieron ayuda haciendo traducciones del inglés al español, y así descubrió que lo suyo era filmar, editar, dirigir, comunicar con imágenes. 

"Les dije: os hago traducciones gratis pero me enseñáis el oficio. Tenía muy claro la vocación de hacerme directora, quería ser un puente entre lo que veo y emitirlo. En lo espiritual fueron dos años superintensos: nunca sentí tan cerca la Presencia de Dios. Me confesaba, iba a misa cada mañana, a la oración de la noche..."


  El documental incluye: una calavera de monje, un buen rato cuidando en cementerio, un funeral... la muerte es lo que espera al hombre, pero la esperanza la afronta con serenidad

Muchos años después, sigue acompañando 
Después completó estudios en Dallas y desde 2005 tiene una productora que filma para la TV pública holandesa. Pasados más de 25 años, Anne Christine sigue encontrando a Dios y alimentando su fe en el trato con los enfermos.  "Soy voluntaria en una casa de cuidados paliativos, un hospicio para personas que se están muriendo. Es un lugar secular, allí no cree nadie y casi nunca me dan ocasión para hablar de la fe. Pero incluso sin poder hablar de Dios allí soy un instrumento de Dios con los enfermos". 

Un cámara que habla, desde arriba o desde cerca
En "La Isla de los Monjes" la cineasta tampoco habla mucho, apenas hace un par o tres de preguntas a los monjes y sus feligreses. El resto lo dice la cámara. Hay cámaras que graban desde el aire, como si fuera la mirada de Dios sobre el monasterio o sobre la playa mojada y desierta. Hay camaras cercanas, junto al monje, su icono, su vela. Hay imágenes del faro de la isla: "ellos, los monjes, son como el faro, una luz, una señal en la oscuridad".



Incluso se comprometió así con los monjes: “Ustedes me dejan, se abren y yo en la fotografía intento mostrar esa sintonía, sin añadir nada, siendo fiel a lo que vemos". Un monje no le dejó filmarle porque "las imágenes no pueden recoger la vida interior", dijo. Pero la comunidad, de 8 monjes en total, entendió que la película, y sus preguntas, ayudaban a entender su proceso, a buscar las raíces de su vocación. Su vocación no era el edificio, ni siquiera los hermanos: era escuchar a Dios, buscar a Dios, cada día. Además, así podían decir a otros medios de comunicación interesados en la historia de cómo se vende un monasterio que ya había un equipo cubriendo el tema.

Dejar un mundo, crear otro, y conservar lo valioso
La película trata de 8 monjes en un monasterio trapense holandés pensado para 120. Y sienten que Dios les llama a dejarlo todo y poner en marcha una nueva comunidad, pequeña, construyendo un pequeño convento, en una isla apartada que se llama, precisamente "la isla de los monjes grises", aunque llevan siglos sin ver un monje. 


  Los monjes caminan por la playa como Israel por el desierto

"Me gustó ver como afrontaban el proceso juntos. Cuando los conocí me parecían algo aislados unos de otros, que casi no se hablaban en ese monasterio tan grande, con pocos momentos de dialogar. Pero con la transición, la creación de algo nuevo, al mudarse y vivir cuatro en una casa más pequeña, todo cambia". 

¿Para qué sirven los monjes?
Ella les pregunta: ¿para qué sirven los monjes? Ellos responden: "No tienen un uso, la vida de monje es ser signo de la presencia de Dios". 

"La gente de la isla estaba muy intrigada con la llegada de los monjes y los miraban como animales exóticos. Hay pocos monjes y curas en Holanda, y los monjes no salen de sus conventos. Y, pese a todo, logran ser un signo. A estos monjes les sorprendió ver que la gente de su zona tenía muchos lazos con ellos y se apenaban muchísimo por su marcha. Eran vecinos que hablaban con ellos por cosas espirituales. 'Nuestros vecinos vienen de repente a decir que están tristes por nuestra marcha, incluso personas con las que nunca habíamos hablado', me decían. Creo que hay como una sensación de que 'tener monjes en la zona' aporta una seguridad y estabilidad, sabiendo que siempre estarán allí orando". 



Cada monje tiene su pasado
Los monjes, mientras empaquetan, cuentan su pasado a la cineasta. Las historias de su llegada al convento son de lo más peculiar y las cuentan con sinceridad. La mitad parecen haber llegado allí sin conocer a Dios, pero hartos del mundo. Solo después se convierten en 'escuchadores' de Dios. 

"Vivimos una época compleja para la fe en Occidente, y los monjes nos dan un mensaje de esperanza", explica la directora. "Me dijeron que quizá parte de la vida monacal morirá en Holanda y otros países, pero que aparecerá de nuevas formas, porque la búsqueda del ser humano hacia lo divino nunca cesará. Ellos veían esa necesidad de nuevas formas y me parece muy valiente". 
 
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