ST. PAUL Y ST. PETER, EN EL CORAZÓN DE MANHATTAN
Dos iglesias cristianas que resultaron milagrosamente ilesas del 11-S, hoy fuente de esperanza
Una católica y otra episcopaliana, juegan un rol fundamental en los esfuerzos oor asumir la tragedia del atentado terrorista de Al Qaida.
Se puede decir que la Zona Cero de Nueva York está llegando a un punto sin retorno en su camino de vuelta hacia la vida normal. El Burger King de la esquina está abarrotado, al igual que la tienda de ropa rebajada Century 21 e incluso el Millenium Hilton. Pero junto al consumo y lo mundano, en esa parte del Manhattan más antiguo y con más historia -y donde la iniciativa Cordoba House quiere construir una polémica mezquita- la espiritualidad, lo religioso, es parte fundamental de los esfuerzos por asumir la tragedia del 11-S.
El mejor ejemplo es la capilla de Saint Paul, que estaba, literalmente a la sombra de las Torres Gemelas. Por eso se utiliza con frecuencia la palabra milagro para explicar que ese templo episcopaliano no sufriera daños significativos, ni tan si quiera en sus vidrieras, durante la catástrofe de hace 9 años. Desde un primer momento que se extendió durante ocho meses, fue refugio, base de operaciones y simbólico lugar de luto. Sus rejas de hierro terminaron recubiertas por flores, recuerdos, fotos de desaparecidos, amuletos y toda la improvisada iconografía del 11-S.
La capilla -el edificio de continuado uso más antiguo de la ciudad y antes famosa porque George Washington rezó allí en 1789, el día de su investidura como primer presidente de Estados Unidos- no ha vuelto a la normalidad. Se ha convertido en una exposición permanente sobre lo ocurrido hace nueve años: Un uniforme de bombero en un banco, un camastro de los utilizados por los equipos de rescate, altares que recuerdan a las víctimas y las insignias de oficiales de Policía de todo el mundo -también de España- que sirven para recordar que entre los más de 2.700 muertos del World Trade Center, cuatro centenares eran servidores públicos.
En el suelo, los responsables de la capilla con el mérito de haber sobrevivido también al Gran Incendio de 1776 han colocado un laberinto circular de tela. Invitan a los visitantes a seguirlo en silencio y meditar. Mientras que en el exterior, con vistas a las obras en curso, un pequeño e histórico camposanto sirve también como simbólico cementerio para muchas familias que nunca recuperaron los restos de sus muertos en la ofensiva terrorista de Al Qaida.
En ese cementerio se ha colocado la Campana de la Esperanza, que cada aniversario de 11-S en cuatro ocasiones repica cinco veces consecutivas (“four-fives”, el tradicional saludo de los bomberos de Nueva York a los caídos). Todos los días del año el trasiego de visitantes es constante y hay algunas cajas de kleenex estratégicamente colocadas en su interior.
Parroquia católica de San Pedro
A poca distancia también se encuentra la parroquia de San Pedro, el templo católico más antiguo del Estado de Nueva York y donde se convirtió Elizabeth Ann Seton, la primera ciudadana de Estados Unidos canonizada por el Vaticano. El 11-S, esa iglesia también se salvó contra todo pronóstico. El peor daño fue el agujero en el tejado provocado por un trozo del tren de aterrizaje de uno de los aviones estrellados contra las Torres Gemelas.
El padre Madigan, párroco de San Pedro hace nueve años, recuerda cómo botiquines, máscaras de gas, botas, mangueras y raciones de comida se amontonaron sobre los bancos de la iglesia y también en la cripta. Allí llevaron el cadáver del capellán de los bomberos de Nueva York que murió en el World Trade Center, el fraile franciscano Mychal Judge. Su reflexión es que “conforme esos edificios se convirtieron en polvo ante nuestros ojos, empezamos a vernos unos a otros para comprobar donde se encuentra el verdadero poder y fuerza“. Para descubrir que “nuestra verdadera fortaleza fueron todos esos actos de compasión, obras de generosidad y sacrificio”.
El Memorial 9/11, a cargo del monumento previsto dentro del nuevo World Trade Center, ha reunido todos estos sitios en una ruta del recuerdo, con su propio mapa y una aplicación para el iPhone. Como introducción a este vía crucis contemporáneo, ya se puede visitar una pequeña exposición introductoria a lo que será ese monumento y museo. Al ver la presentación en una pantalla gigante de video, todavía hay gente que llora.
El mejor ejemplo es la capilla de Saint Paul, que estaba, literalmente a la sombra de las Torres Gemelas. Por eso se utiliza con frecuencia la palabra milagro para explicar que ese templo episcopaliano no sufriera daños significativos, ni tan si quiera en sus vidrieras, durante la catástrofe de hace 9 años. Desde un primer momento que se extendió durante ocho meses, fue refugio, base de operaciones y simbólico lugar de luto. Sus rejas de hierro terminaron recubiertas por flores, recuerdos, fotos de desaparecidos, amuletos y toda la improvisada iconografía del 11-S.
La capilla -el edificio de continuado uso más antiguo de la ciudad y antes famosa porque George Washington rezó allí en 1789, el día de su investidura como primer presidente de Estados Unidos- no ha vuelto a la normalidad. Se ha convertido en una exposición permanente sobre lo ocurrido hace nueve años: Un uniforme de bombero en un banco, un camastro de los utilizados por los equipos de rescate, altares que recuerdan a las víctimas y las insignias de oficiales de Policía de todo el mundo -también de España- que sirven para recordar que entre los más de 2.700 muertos del World Trade Center, cuatro centenares eran servidores públicos.
En el suelo, los responsables de la capilla con el mérito de haber sobrevivido también al Gran Incendio de 1776 han colocado un laberinto circular de tela. Invitan a los visitantes a seguirlo en silencio y meditar. Mientras que en el exterior, con vistas a las obras en curso, un pequeño e histórico camposanto sirve también como simbólico cementerio para muchas familias que nunca recuperaron los restos de sus muertos en la ofensiva terrorista de Al Qaida.
En ese cementerio se ha colocado la Campana de la Esperanza, que cada aniversario de 11-S en cuatro ocasiones repica cinco veces consecutivas (“four-fives”, el tradicional saludo de los bomberos de Nueva York a los caídos). Todos los días del año el trasiego de visitantes es constante y hay algunas cajas de kleenex estratégicamente colocadas en su interior.
Parroquia católica de San Pedro
A poca distancia también se encuentra la parroquia de San Pedro, el templo católico más antiguo del Estado de Nueva York y donde se convirtió Elizabeth Ann Seton, la primera ciudadana de Estados Unidos canonizada por el Vaticano. El 11-S, esa iglesia también se salvó contra todo pronóstico. El peor daño fue el agujero en el tejado provocado por un trozo del tren de aterrizaje de uno de los aviones estrellados contra las Torres Gemelas.
El padre Madigan, párroco de San Pedro hace nueve años, recuerda cómo botiquines, máscaras de gas, botas, mangueras y raciones de comida se amontonaron sobre los bancos de la iglesia y también en la cripta. Allí llevaron el cadáver del capellán de los bomberos de Nueva York que murió en el World Trade Center, el fraile franciscano Mychal Judge. Su reflexión es que “conforme esos edificios se convirtieron en polvo ante nuestros ojos, empezamos a vernos unos a otros para comprobar donde se encuentra el verdadero poder y fuerza“. Para descubrir que “nuestra verdadera fortaleza fueron todos esos actos de compasión, obras de generosidad y sacrificio”.
El Memorial 9/11, a cargo del monumento previsto dentro del nuevo World Trade Center, ha reunido todos estos sitios en una ruta del recuerdo, con su propio mapa y una aplicación para el iPhone. Como introducción a este vía crucis contemporáneo, ya se puede visitar una pequeña exposición introductoria a lo que será ese monumento y museo. Al ver la presentación en una pantalla gigante de video, todavía hay gente que llora.
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