Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Nuevo libro de Fernando Poyatos, «Comunicación no verbal y liturgia»: cronémica, kinésica, proxémica

ReL

Fernando Poyatos presenta un manual sobre Comunicación no verbal en la liturgia
Fernando Poyatos presenta un manual sobre Comunicación no verbal en la liturgia
Fernando Poyatos, autor de Pastoral de la salud, Pastorea a mis ovejas y Quédate con nosotros, publica ahora en De Buena Tinta su último libro, Comunicación no verbal y liturgia (aquí en OcioHispano), un manual sobre todos los aspectos no verbales ligados a la liturgia. Explica a ReL en qué consiste. Y qué importancia tienen la cronémica, la kinésica y la proxémica.

― Aparte de un capítulo sobre comunicación no verbal en su libro Pastoral de la salud. Guía espiritual y práctica, ya trató de la liturgia en su segundo libro, «Quédate con nosotros, sobre la Misa, es uno de los muchos temas en «Pastorea mis ovejas», sobre los sacerdotes y los fieles, y, sobre todo, en su último, Leer y proclamar, dedicado exhaustivamente a los lectores de la Palabra en la celebración. Pero lo que hace a este diferente es el ser una aplicación muy concreta de su especialidad, muy interdisciplinar, la comunicación no verbal. ¿Cuál ha sido esta vez su principal motivación?
― Sencillamente, la convicción de que si, con corazones convertidos a Cristo, una vez que nuestra “religión” pasa a ser una “relación”, nos dejamos imbuir del tesoro que es la liturgia de la Santa Misa, crecerá nuestro amor a ella como el acontecimiento cumbre, sagrado y único en nuestra Iglesia, y la viviremos más íntimamente unidos sacerdotes y fieles. Pero en gran parte debo agradecérselo al llorado liturgista salesiano padre Aldazábal (que nos dejó en 2006) ―y aprovecho para confirmar que no me considero “experto en liturgia”, como alguien escribió demasiado generosamente―, el cual, siendo presidente del Centro de Pastoral Litúrgica, en una reseña que en su revista de litúrgica Phase, hizo en 2001, de mis únicos tres libros en español sobre comunicación no verbal, dijo: «Ojalá se hiciera un estudio específico sobre esta comunicación en la celebración litúrgica cristiana, que es el ambiente en que más importante es la comunicación plena». Por otra parte, del curso para sacerdotes que él me invitó a dar en Barcelona (y más tarde lo di para la comunidad cisterciense de sacerdotes y hermanos de San Isidro de Dueñas), me sirvieron de acicate los comentarios de sus participantes como evaluación anónima, por ejemplo: «Muy interesante acercarme a esta realidad [...] reflexionar sobre situaciones que me han sucedido [...] descubrir el valor y la importancia que tiene [la comunicación no verbal][...], especialmente en mi ministerio sacerdotal», «me ayudó a llevar más en serio la celebración y tener conciencia de mi responsabilidad [...]», «me ha ayudado a hacer conscientes cosas que por obvias olvidas [...] reflexión de realidades [...]». Todo ello justifica, como dice monseñor López Martín en su prólogo, el «Estar atento a la participación de los fieles y a la expresividad de los ritos y de los gestos para que todo tenga, en la medida de lo posible, calor humano, dignidad, clima orante, espiritualidad… es muy importante y requiere ser conscientes».
 
  'Comunicación no verbal y liturgia', de Fernando Poyatos,
aquí en OcioHispano


― Por eso el libro, dirigido también a los fieles, serviría también ―como Leer y proclamar― como libro de texto, o de consulta, para los seminarios, como se ve por el esquema gráfico tan útil que precede a cada capítulo. 
― ¡Y en ellos he pensado en todo momento! Porque si los seminaristas, todos los ordenados, los laicos católicos que más se precian de serlo y los equipos de liturgia, leyeran, con amor a la Iglesia y sentido de responsabilidad, obras clave como El espíritu de la liturgia, del entonces cardenal Ratzinger, la carta apostólica Quédate con nosotros, de san Juan Pablo II y su encíclica La Iglesia vive de la Eucaristía, la instrucción El sacramento de la redención y la nueva Ordenación General del Misal Romano, agudizarían inconfundiblemente su sensibilidad hacia la experiencia litúrgica. Y esto lo he reflexionado durante más de cuarenta años observando  ―en parroquias de Estados Unidos y Canadá, mis dos países de residencia durante toda mi vida profesional, en España y en más de una veintena de culturas en cuatro continentes― cómo podría aplicar ciertos aspectos de mi especialidad a las celebraciones y a su entorno, viendo hasta qué punto en nuestra maravillosa liturgia católica el comportamiento de todos sus participantes podría constituir, según lo vivamos, un testimonio muy positivo, pero también un antitestimonio, con todas sus consecuencias.

― El padre Aldazábal, a quien ha mencionado, tiene un libro muy interesante, Gestos y Símbolos. ¿No encontramos ya ahí la comunicación no verbal en la liturgia?
― Por supuesto, y en cuanto él me lo dio pensé lo oportunamente que el material de mi curso complementaría y completaría su estudio de elementos no verbales en la liturgia eucarística, porque él nos muestra el significado y desarrollo histórico de muchos de sus gestos y objetos, mientras que yo trataba ―y por eso me pidió aquel curso― de su ejecución, distinguiendo más detalladamente gestos propiamente dichos, maneras y posturas, y la mirada, y los momentos de quietud con que alternan, pero también los demás aspectos de la comunicación no verbal: cuanto se refiere a la voz, a los silencios litúrgicos y no litúrgicos personales y del entorno, a nuestra relación espacial respecto al sacerdote, entre nosotros y con ese entorno, y a la dimensión temporal de todo ello, o sea, la cronémica de la celebración.  

― Todo eso revela una realidad mucho más compleja en la cual cumplen una función esencial nuestros comportamientos y nuestras interacciones, la mayor parte de las cuales se manifiestan no verbalmente, es decir, sin palabras o junto con ellas.
― Efectivamente, pero trato de mostrar lo que es litúrgicamente no verbal y lo mucho que, al margen de la liturgia, ocurre a veces indebidamente, debilitando el sentido de lo sagrado en la celebración. Resulta fascinante recordar que desde que hace unos cuatro mil años Abrán, en Betel, como antes en Siquén, «Construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor», según nos dice Génesis 12,8 ―primer acto litúrgico de la historia―, la liturgia se fue enriqueciendo, acompañada por nuestras interacciones, conscientes o no, con los demás, con los espacios y volúmenes del entorno y con los aspectos temporales de cada uno de sus ritos. Pero el Sínodo extraordinario de 1985 se lamentaba de que no viéramos nuestras celebraciones «imbuida[s] del espíritu de adoración y glorificación de Dios» necesario, diciéndonos que «la liturgia debe fomentar el sentido de lo sagrado y hacerlo resplandecer», es decir, lo que uno desea ver reflejado en las actitudes de todos los que en ella toman parte, empezando por nuestros queridos sacerdotes, para que podamos ver la Santa Misa ‒‒que las Iglesias orientales llaman “la Divina Liturgia”‒‒ como el acto de adoración que nos dejó nuestro Sumo Sacerdote la víspera de su sacrificio por nosotros en la cruz, que toda ella es una comunión con Cristo y, como dijo san Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia, «un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra». Por eso necesitamos que nuestros pastores nos reeduquen en todo lo que, por nuestro actuar, puede reflejar nuestra fe y nuestra formación como católicos, o la falta de ella. Monseñor López Martín (presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española), hablaba en su presentación a la Ordenación General del Misal Romano (2005) de la necesidad de «descubrir el sentido profundo y el valor de los elementos de la celebración eucarística».



 ― Y eso se descubre y se valora en la manera de vivir el sacerdote y los fieles cada una de las partes de la celebración.
― Por supuesto, porque los aspectos rituales son como el revestimiento exterior de lo que llevamos dentro, manifestado tanto no verbalmente como con palabras. Por eso san Juan Pablo II, en su exhortación apostólica La Iglesia en Europa (2003),  lamentándose de «un decaimiento del sentido del misterio en las celebraciones», nos decía que «es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia [...] instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe», porque «Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad [...] como anuncio y anticipación de la gloria futura», para lo cual «Es necesaria una renovación continua y una constante formación de todos: ordenados, consagrados y laicos [...] con la participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos».  

― Todas esas reflexiones confirman que el campo de la Comunicación No Verbal ofrece múltiples posibilidades a los mismos liturgistas en sus propios estudios.
― Claro, y, de manera especial, insisto, a los seminaristas, que se preparan para llevar a cabo la liturgia in persona Christi, a los sacerdotes, que ya la están viviendo y a nosotros los laicos, puesto que todos somos, como nos dice san Pedro en su primera Carta, 2,9, «sacerdocio real». Pero tenemos que conocer los qués, porqués y cómos de la celebración que hemos desarrollado desde los tiempos de los apóstoles, porque la arbitrariedad y falta de uniformidad en los distintos comportamientos verbales y no verbales de la celebración disminuyen precisamente esa catolicidad y se oponen al deseo de Jesús de que todos seamos uno (Jn 17,21). En cambio, qué gusto da observar los mismos detalles de la Santa Misa ejecutados con absoluta fidelidad a las normas litúrgicas en lugares tan distantes como Tokio, Calcuta, Monterrey, Helsinki, Budapest, Estanbul, Jerusalén o Nueva York.

― Por supuesto, por comunicación no verbal la mayoría solemos entender los gestos, pero su libro va mucho más allá, afirmando que todo comunica mientras no se demuestre lo contrario, lo cual implica cuanto constituye la liturgia de una celebración, es decir, tanto los comportamientos de sus participantes y su aspecto exterior como los objetos litúrgicos y el marco físico de su entorno.
― Claro, porque una palabra, con los rasgos de la voz que la emite, un gesto, manera o postura y cualquier acción litúrgica, como signos que son, comunican elocuentemente, positiva o negativamente, no solo por su presencia, sensorialmente percibida, sino por su ausencia, es decir, por comisión u omisión. Cuántas veces trato de imaginar al padre san Maximiliano Kolbe en el altar, por lo que decía una religiosa sin saber quién era: «me impresionó el modo con que este sacerdote desconocido celebraba la santa Misa [...] Estaba profundamente impregnado del carácter sagrado de cuanto hacía, y eso influía enormemente en mí. Pensé que debía ser un santo sacerdote». Por eso, empiezo por analizar con ejemplos nuestra experiencia sensorial de los demás y del entorno y, más tarde, todo cuanto pueden hacer con su voz el sacerdote y los fieles, es decir, cómo dicen lo que dicen, y concretamente los que proclaman la Palabra como lectores.

― O sea, aplicando sus estudios de lo que se llama paralenguaje a la liturgia de la celebración.
―Y el siguiente, el más extenso, abarca su kinésica, es decir, no solo como la parte visible de nuestro hablar, en los gestos, maneras y posturas de sacerdote y fieles, incluyendo la mirada y sus funciones, sino evaluándolos positiva o negativamente cuando no son litúrgicos, o sea, lo que vemos, quisiéramos ver o no deberíamos ver.



― Pero el libro abarca mucho más de lo que se oye y se ve, porque el siguiente capítulo, igual de importante para apreciar y juzgar la celebración, trata del silencio y los silencios, descubriéndonos importantes aspectos litúrgicos y no litúrgicos en los que no solemos pensar, por ejemplo: las debidas pausas en las lecturas, los silencios prescritos para la Santa Misa, el que la Iglesia recomienda como preparatorio en la sacristía, incluso el del entorno mismo y su efecto en nosotros, reflexiones que indudablemente aumentan nuestra sensibilidad hacia el silencio.
 ― Efectivamente. Dice santa Faustina Kowalska en su Diario: «El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza el trono del Dios viviente. El silencio es su lenguaje, aunque misterioso, pero poderoso y vivo». Yo he aplicado aquí mi propio estudio del silencio en otros campos, y no solo por las diversas funciones que cumple en la liturgia ―que es en sí un continuo entre sonido y silencio, movimiento y quietud (aunque no siempre debidamente observados)―, sino por cómo puede afectarnos. Y, a propósito de ese silencio preparatorio, la Ordenación General dice «que se guarde, ya antes de la misma celebración [...], silencio en la iglesia, en la sacristía [...] a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas»; y el padre Aldazábal  dice que «es altamente provechoso que un sacerdote no se “prepare” para la misa charlando y riendo y fumando [o leyendo el periódico o, como vi en una ocasión, fumando, tomando café y charlando], sino rezando. Dentro de un momento va a actuar en nombre de Cristo Jesús [...] Con unos minutos de oración luego presidirá mejor [...] “si las nubes van llenas, vierten lluvia sobre la tierra” (Eclesiastés 11,3)».

― ¿Se puede decir, entonces, que lo que hacemos con la voz, con el cuerpo (moviéndonos o estando quietos) y con los silencios es lo más importante en la liturgia?
― Bueno, sí, son los aspectos más importantes. Pero esos tres elementos, en sí complejos, se dan dentro de las dos dimensiones que dominan nuestra misma existencia diaria: el espacio físico y el tiempo. Primero, aplicando el campo de la llamada proxémica (nuestra estructuración y uso del espacio interpersonal y respecto a cuanto nos rodea), se trata de las relaciones espaciales entre el sacerdote y los fieles y entre nosotros mismos ―incluyendo la orientación, lo cual nos lleva a considerar la celebración ad orientem o versus populum y los espacios y volúmenes de una iglesia (y las hay tan diferentes) que enmarcan la celebración y nuestros comportamientos y hasta inciden sobre ellos, y aquí me refiero también a elementos importantes, como las características de la capilla del Santísimo y de los confesionarios y a la función de los atrios.

― ¿Y el tiempo, es decir, la dimensión temporal, que abarca un último y sustancioso capítulo?
― Pues sí, otro aspecto insoslayable en la experiencia total de la celebración, y otra fascinante aplicación de lo que hace muchos años tuve que acuñar como cronémica para estudiar nuestro percepción y estructuración del tiempo; concretamente en la celebración eucarística, es en realidad más esencial aún que la proxémica, y nos recuerda estas sencillas palabras de san Josemaría Escrivá en su Camino: «La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto». Es triste que para muchísimos fieles la Misa dominical sea casi el único tiempo que dan a Dios y el único que pasan en la iglesia. Y observamos a muchos “católicos bautizados, pero no evangelizados”, como ya se dijo hace mucho, que entran diariamente a la iglesia para, rápidamente, visitar y tocar al Cristo o Virgen preferidos y a algunos santos (¡pero demos gracias a Dios por que puedan hacerlo en estos tiempos de creciente persecución!), pero pasan de largo a Jesús Sacramentado en el sagrario, por lo cual Él no los ama menos. En cambio, los hermanos de algunas otras iglesias cristianas pasan horas seguidas en alabanza, adoración e intercesión, mientras que nosotros sacrificamos indebidamente a menudo parte de alguno de sus ritos o todo él, por ejemplo: el lavabo, de lo cual se lamentaba el padre Aldazábal, y de que no se haga «significativamente», como «acto de humildad y de purificación por parte del presidente, que va a elevar las manos hacia el Padre, que va a pedir con ellas la venida del Espíritu y va a tomar en ellas el Cuerpo y Sangre de Cristo» (pero también he visto hacer, como colmo de la arbitrariedad, lo que pudiéramos llamar ‘lavabo en seco’, es decir, recitando las palabras del rito a media voz, ¡pero sin agua!) ; silencios litúrgicos, como en el acto penitencial o al iniciar la oración colecta; las antífonas de entrada y comunión, o la oración de transición entre el Santo y la consagración. San Juan Pablo II, sobre la indebida manipulación de la sagrada liturgia, advirtió en Ecclesia de Eucharistia: «que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística [...][ya que no son] propiedad privada [...] ni del celebrante ni de la comunidad».

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