Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Como Chesterton, aboga por el amor alegre a la realidad y a la vida ordinaria

Roger Scruton defiende la Tradición: «Hay una tristeza creada por la Revolución que nunca se ha ido»

A sus 73 años, Roger Scruton es uno de los más respetados exponentes del pensamiento conservador contemporáneo dentro y fuera del Reino Unido.
A sus 73 años, Roger Scruton es uno de los más respetados exponentes del pensamiento conservador contemporáneo dentro y fuera del Reino Unido.

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Intelectual británico y autor de una abundante obra, Roger Scruton describe, libro a libro, los contornos de un auténtico pensamiento conservador. Ser conservador no significa mirar a una época dorada del pasado, sino negarse a sacrificar la vida ordinaria a los espejismos del progreso. Islamismo, populismo y liberalismo: el autor pasa revista a los desafíos a los que se enfrenta Occidente. Contrariamente a los clichés que ofrecen una imagen ceñuda de la persona conservadora, Scruton nos ofrece una alegre lección de vida en esta entrevista concedida a Le Figaro.
 
-Hace unos meses nos esperábamos el triunfo de Theresa May. ¿Cómo se explica el relativo fracaso de los tories en las legislativas? ¿Los ingleses ya no son conservadores"?
-En mi opinión, Theresa May ha sido incapaz de explotar la situación que había heredado: ha sido elegida primer ministro a falta de otra opción, sin haber sido realmente elegida. Le falta carisma y ha llevado a cabo una campaña deshilvanada. El resultado ha sido una réplica del voto por el Brexit: se ha elegido el conservadurismo, sin la convicción de todo el electorado. No sé si los ingleses son conservadores, pero hay que reconocer que los escoceses no lo son y que su voto siempre es, al final, decisivo. Lo que es asombroso es que Jeremy Corbyn, a pesar de su espantoso carácter de izquierdista posmoderno, haya recibido la proporción de votos que ha recibido. Como sucede en Francia, todo en nuestro país, incluida la política, es volátil y fugaz.
 
-Emmanuel Macron estima que la nueva fractura es la que existe entre los "conservadores" y los "progresistas". ¿Considera usted que esta fractura es más pertinente que la fractura entre derecha e izquierda?
-El problema de la política es que a menudo es binaria. El progreso contra el regreso, el futuro contra el pasado, los que son abiertos contra los que son cerrados: frecuentemente,  los que definen las oposiciones son los que quieren salir vencedores. Son clichés. Yo defiendo el progreso en la ciencia, la tradición en las artes, la continuidad en la moral y hacer sólo lo estrictamente necesario en política. En situación de paz y de relativa opulencia, creo que la política debe permanecer en su sitio. Para mí, esto es conservadurismo.
 
»En relación al progreso, es un eslogan. Fue utilizado por los jacobinos, los fascistas y los comunistas, que se veían a sí mismos como instrumentes del futuro. El futuro es una excusa para cometer gran cantidad de crímenes. Es un ídolo que exige el sacrificio de los hombres del presente. El pasado no es una excusa para los crímenes del presente. Es lo que se ha conseguido, y no exige ningún sacrificio. El pasado es mucho más inofensivo que el futuro. El progreso lo justifica todo, mientras que la Tradición no exige ninguna justificación. Desde un punto de vista racional, la idealización del futuro es extremadamente peligrosa.

-Se acusa a menudo al conservador de ser una persona ceñuda, replegada en sí misma, triste y nostálgica. ¿Se puede ser un conservador alegre?
-Desde luego. Para mí el conservadurismo ¡es la filosofía del amor! El amor de lo que existe, de lo que poseemos y hemos heredado. Cuando amamos de verdad aceptamos las imperfecciones del objeto de nuestro amor. Esta aceptación de la vida ordinaria, que es el fundamento del conservadurismo, puede ser feliz. Recordemos a Chesterton: es el ejemplo del vividor conservador, su obra está llena de una tierna risa hacia la humanidad y su estupidez.
 
»Como intelectual he pasado mi vida entre gente de izquierdas porque estaba obligado. ¡Son las personas más tristes del mundo! Se detestan los unos a los otros, tienen enemigos en todas partes, rechazan el diálogo y les anima el resentimiento. ¿Qué hay de alegre en el marxismo grupuscular? ¿Qué alegría hay en los escritos de Lenin? Hay un poco en los de Marx, pero es una alegría de tipo sarcástico…


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-Parece que la alegría sea propia del conservadurismo británico. En Francia, la antimodernidad tiene algo de doloroso y trágico…
-Es muy complicado abordar el conservadurismo francés: está como enterrado en la literatura y el arte, pero no es explícito. En Viaje al fin de la noche, de Céline, los sentimientos de base son conservadores, pero la acción es totalmente sombría y negativa. Lo mismo pasa en Balzac, en el que el retrato social es conservador, pero también siniestro. Creo que hay una tristeza creada por la Revolución que nunca se ha ido. Como el duelo de haber perdido la batalla, una nostalgia.
 
-Sí. A esto se añade que el conservadurismo tiene tan mala prensa que ningún tipo de política osa definirse tal. ¿Sucede lo mismo en el Reino Unido?
-En el Reino Unido sólo el 10% de los universitarios votan al partido conservador y casi todos ellos estaban contra el Brexit. Pertenecen todos a la categoría cosmopolita de la sociedad y declaran estar contra la vida burguesa. Apoyando lo que decía John Stuart Mill, que declaró que "los conservadores son el partido estúpido", identifican el conservadurismo con el retraso y la estulticia. Para nosotros, conservadores, este tipo de declaración es lo que es estúpido. Además, en general, el conservador no puede disociar la política de una cierta forma de estupidez.
 
«Yo defiendo el progreso en la ciencia, la tradición en las artes, la continuidad en la moral y hacer sólo lo estrictamente necesario en política»

-¿Por qué esta vergüenza de declararse conservador?
-Porque al conservadurismo le cuesta justificarse. Es lo que dijo Burke en relación al prejuicio o Pascal a las razones del corazón: hay razones que la racionalidad liberal ignora, que son razones enterradas en las prácticas humanas. Hay tradiciones que son el fruto de interacciones sociales. Es muy fácil justificar las ideas liberales: su única propuesta es liberar al hombre, seguir adelante, combatir la injusticia. Podemos encontrar un montón de buenas razones para ser de izquierdas. Pero la verdadera razón, la razón profunda de la sociedad, escapa a este tipo de razonamiento.

»Tomemos la cuestión del matrimonio. Si nos preguntamos sobre la razón última que hay detrás del matrimonio tradicional y para toda la vida entre un hombre y una mujer es muy difícil encontrar una razón. Como es muy molesto dar razones objetivas de la oposición al matrimonio gay. ¿Por qué no deberían tener ese derecho? La razón profunda detrás de la idea del matrimonio tradicional nunca ha sido conocida por la gente que lo ha llevado a cabo. Lo mismo con el incesto. Era un tabú sobre el que la gente ignoraba la razón, que estaba escondida en las profundidades de la naturaleza humana. El matrimonio no era un contrato de exclusividad entre individuos cuyo fin era el placer sexual, sino un voto entre dos personas para transcender el contrato, para dejar de lado el acuerdo y comprometerse totalmente a algo que no aún no existía, una descendencia. No era un contrato de goce, sino una renuncia. La racionalidad liberal sólo admite lo explícito, mientras que la conservadora incluye su fe en lo implícito.

-En un mundo liberal, ¿se pueden hacer valer aún las razones implícitas?
-La tradición existe, pero no recibe credibilidad política. Sin embargo, es imposible fundar una política únicamente en la razón. Si no, sería 1789 ó 1917. Es necesario que en algún momento se respete lo que la gente es, su pasado. En caso contrario, se la tortura. Hoy en día, las buenas conciencias izquierdistas torturan a la gente pobre, la acusan de ser racista y xenófoba porque quieren que su país sea como era antes. Este desprecio por la naturaleza humana ha causado la pérdida del poder a los laboristas y el Brexit a los cosmopolitas.
 
-Una expresión muy de moda es la de "populismo", palabra infamante destinada a desacreditar toda crítica a la globalización liberal. ¿Es el conservadurismo una forma de populismo?
-El populismo es una palabra utilizada por la izquierda para señalar al pueblo cuando éste no la escucha. Cuando el pueblo toma otra dirección distinta a la indicada por los intelectuales de izquierdas, estos llegan a la conclusión que aquel ha sido manipulado por los demagogos.
 
-Pero los demagogos existen. Hay en el populismo un "anti-elitismo" que parece incompatible con el pensamiento conservador…
-Hay, efectivamente, una verdadera tentación populista que es decir "el pueblo tiene siempre razón contra los intelectuales". Pero en la vida, a veces los intelectuales tienen razón y a veces el pueblo está equivocado. La masa está siempre equivocada. ¿Qué es la política? El intento de separar al pueblo de la masa, para que el pueblo sea una voz organizada alrededor de una idea nacional. Creo que el populismo no es otra cosa que la explotación de los sentimientos conservadores de la masa. Trump y Le Pen no son en absoluto conservadores; sin embargo, cogen las aspiraciones conservadoras del pueblo pero sin transformarlas en proyecto. Nosotros, conservadores, no debemos ser demagogos. Pero sabemos que los sentimientos del pueblo cuentan, sobre todo los que no están articulados o razonados, sino que proceden de la experiencia concreta de los miembros de un cuerpo constituido, de comunidades locales, de la sociedad, de una vida que exige sacrificios.


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-Benjamin Disraeli había teorizado el "torysmo" como "una nación" y había defendido la responsabilidad de las élites hacia las masas. ¿Es éste el papel del conservadurismo?
-Lo que Disraeli y su movimiento quisieron llevar a cabo era utilizar la política y la cultura para imponer unos límites a la especulación económica. Era contrario a los grandes directivos de las empresas, a los explotadores. Quería recordarles la profunda unidad social del país que estaban destruyendo al crear dos naciones, una de pobres y otra de ricos. Con la globalización, hemos vuelto a esta situación de dos sociedades: una cosmopolita, que se aprovecha de los beneficios de las transfronteras y otra, la de la vida ordinaria, que hace funcionar el país. Ahora es incluso peor: en el siglo XIX, la burguesía se aprovechaba de los pobres, pero de pobres a los que estaba vinculada, con los que se cruzaba en el descansillo o en la iglesia. Actualmente, la clase liberal ya no tiene nada en común con las personas a las que explota: ni siquiera las ve.
 
»Lo que Disraeli quería era la unidad de la nación, no sólo en relación al derecho a la propiedad, sino también en relación al deber que tenían los propietarios y los que tenían éxito en la vida hacia los más necesitados, como en una familia. Es ésta la gran tarea de la derecha: reconciliar profundamente estas dos clases. No debemos contentarnos sólo  con injuriar a la élite liberal o mantener a golpe de subvenciones a los más necesitados. Hay que abrir un diálogo.
 
-Numerosos pensadores como Christopher Lasch o Jean-Claude Michéa han demostrado una incompatibilidad fundamental entre liberalismo y conservadurismo. ¿Cuál es su opinión?
-Hay una pregunta fundamental: ¿cómo controlar el mercado para que no destruya aquello a lo que estamos vinculados? Hay que reconocer que el mercado es necesario: nunca hemos encontrado otro medio de coordinar la vida económica de una gran sociedad. Lo demostró de manera teórica la escuela austriaca y, de manera práctica, la URSS. La difusión de la información que exigen los intercambios económicos funciona sólo a través del mercado. Pero hay límites, cosas con las que no se puede mercadear, beneficios excesivos que no se pueden tolerar. ¿Cómo reforzar estos límites? En el pasado, se sabía que había determinadas cosas que no se podían comprar: el amor, la maternidad, la familia, todo lo que surge de las relaciones humanas íntimas. Se dice que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, pero su prohibición es también antigua; en todo caso, si era tolerada, también estaba marginada.
 
-Ante el aumento del peligro yihadista, ¿el conservadurismo debe, a partir de ahora, "conservar" lo que ha combatido, es decir, la herencia hedonista y libertaria del mayo del 68?
-Detesto la prensa satírica y la música pop. Mis hijos adoran la música pop. Pero para los islamistas no es una falta de gusto, sino un crimen. No atacan nuestras salas de concierto en nombre de Beethoven, sino en nombre de Alá, porque detestan la música en sí misma. Se sienten ofendidos ante la vista de gente que se divierte, que acepta el mundo. Su religión, en su forma extrema, es un rechazo del mundo. Yo valoro más una civilización que permite que exista el mal gusto. Hay una jerarquía de valores y la libertad está por encima de la belleza.
 
-Pero nadie tiene ganas de morir por el liberalismo…
-Es verdad. Pero raramente morimos por un "ismo". La única cosa que ha creado el comunismo son los mártires por un "ismo". En general morimos por la libertad. Pero no por la libertad como abstracción, la libertad de la patria, de prensa, de pensamiento, sino por la experiencia concreta de una comunidad en la que hay que defender la existencia. Es el sentimiento fundamental de la decencia común que hemos olvidado: la de morir por aquello a lo que estamos unidos, vinculados.
 
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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